KUMKAPI: Fotografía directa en la frontera de la Europa musulmana

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Asistimos con estupor al nacimiento de este proyecto, desde el momento en el que las fotografías tras su proceso de revelado químico, desfilaban ante nosotros en la pantalla del ordenador; de la digitalización de las mismas, de la gestión de color, y de la creación de un perfil que mantenga una línea homogénea en el tratamiento y procesado de nuestras fotografías, también hemos aprendido. De lo que conlleva preparar una exposición, estamos atentos, aunque se han quedado cosas en el tintero. De lo demás, queda por sentado que a pesar de las numerosas complicaciones acaecidas durante todo el parto, la última semana resume y concentra en ella, lo que supone iniciar una empresa como esta.

Las fotografías que se pueden ver en esta exposición, conservan el olor a viejo de la fotografía clásica, no tanto por su tratamiento fotoquímico, sino por la manera de mirar del fotógrafo.
Una mirada fina, atenta, despierta ante la vivaracha actividad de las gentes del barrio de pescadores de Kumkapi, ubicado en la metrópolis turca, contexto principal en el que está enclavada la serie de fotografías, objeto de esta muestra.
La serie contempla un abanico de retratos, con una variedad amplia de rostros, personas humanas que sobreviven en uno de los barrios más pobres de Estambul, inclusive integrada en ella, acuden una presencia masiva de niños, de niñas, semblantes repletos de inquietud y jovialidad, entremezclados en un contexto más bien hosco. A esto se le añaden escenas vulgares, religiosas, el mar y los comerciantes, bien aliñado, sumergido en un pequeño lugar, donde cientos de años atrás fue un enclave custodio del comercio de especias, telas y cristianismo.

A esto se vienen encima detalles muy extraños, con diferencias exclusivamente marcadas por el brusco golpe cultural que supone a ojos de un occidental, los distintos matices encerrados entre la vida de la gente. El fotógrafo se introduce progresivamente en ellos, y los deja fluir en el encuadre, rescata ese pedazo de vida, tan diferente de las nuestras; se muestran mujeres, agrupadas y ocultas bajo el velo, enfrentadas a la figura masculina, solitaria y firme, se enredan junto con las turistas de camiseta de tirantes y abanico multicolor e incesantemente agitado.

Destacan de la muestra dos obras que por su contenido, su vigor y composición, paralizan tu mirada en el interior de las mismas.
La primera es el retrato de una niña, contrapicado, un tanto alejada de nosotros, muestra su desgarro con un grito mudo, seco, agarrando con su mano el barrote de un balcón a modo de jaula, mirando hacia afuera para vociferar al mundo su descontento.
Constreñida en ese pequeño espacio, el fotógrafo capta perfectamente la angustia de la retratada, sensación que acusa en mayor grado el espectador, por tratarse de una niña pequeña.

La otra fotografía perfila en un reflejo el horizonte de la ciudad, con las aguas del mar al otro lado, unido a las gentes que observan la infinidad marina, y el pulular de piernas fugaces, movidas por entre el muelle que transcurre a lo largo del encuadre.
La belleza de la mezquita que se eleva a la derecha, equilibra sutilmente las líneas verticales que se suceden como mástiles en el lado opuesto de la fotografía.
El hombre que mira hacia el mar, que vemos inserto en esas cinco ventanas, muestra una actitud vital pausada, digna, que observa la vida con ese talante.


Una brillante muestra de la Estambul de hoy, que guarda buenos recuerdos de sus raíces antiguas, sin esconderlas, manteniendo así su esencia de forma duradera.
Del fotógrafo, que decir cuando se habla de un amigo; que aún queda por ver lo mejor de él, que se permite el lujo de pasear por las calles turcas con un bigote similar al de los nativos de allí, mirando como lo hacen ellos, sin temor a ser juzgado; en el interior de sus calles, de sus patios, Enrique Villarino, desvela con sus imágenes costumbristas, la cotidianidad de las personas que habitan en Kumpaki, un barrio pesquero de la actual Estambul.


Giorgio
31/07/2009

Sweet Corner Vol. 22

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Alzheimer

Dicen que los extremos se tocan, que llegan a alejarse tanto que, finalmente, se confunden en la misma realidad. Se podría representar como una línea que se va curvando hasta forma una elipse, es de tal dimensión este diagrama que cuando estás inserto en él no ves nada más que una línea recta que se aleja hacia el infinito. Sin embargo, si pudiésemos tomar distancia, alejarnos lo suficiente, veríamos como en realidad esa línea se curva hasta volver al inicio, a su nacimiento.
Algo parecido pasa con las personas. Considero que sufrimos la misma radicalidad en el desarrollo de nuestras vidas, que morimos de manera parecida a la que nacemos. Quitando los años intermedios de la madurez, el principio y el final se acercan de manera exagerada, se parecen extremadamente. Nacemos con la incapacidad de valernos por nosotros mismos, de expresarnos y alimentarnos. Por desgracia, en muchos casos, nuestro ocaso se parece en sobremanera a este origen del que partimos. Lo mismo sucede con la adolescencia, ese instante en nuestras vidas durante el que no sabemos quienes somos y en el que vamos forjando nuestro carácter, período en el que vamos haciéndonos personas que puedan relacionarse. Pues según avanzamos hacia la muerte, hacía nuestra desaparición, esos rasgos de nuestro temperamento que nos habían definido van desapareciendo paulatinamente, quedándonos en un cúmulo de manías, o de locuras si atendemos a la etimología, que provocan que perdamos nuestra templanza como cuando éramos fogosos adolescentes. De esta manera, como en el momento en el que somos niños, en el que carecemos de recuerdos, nuestra vida se encamina hacia esta perdida de vivencias que terminarán en el cierre definitivo del telón.
De estas características tan humanas, de estos rasgos tan definitorios, nace la necesidad antropológica de acumular recuerdos, imágenes que permitan abrir una puerta al pasado remoto que ya hemos olvidado. Lo sano es eliminar para acumular nuevas experiencias, pero esos viejos aprendizajes que pueden ser admirados como imagen gracias a la técnica, hoy por hoy forman parte fundamental de nuestro desenvolvernos en la vida. La fotografía, y más recientemente el video, se han introducido en nuestras existencias de forma que se nos haga más difícil el olvidar ese pasado que a veces se nos antoja remoto y que cada vez quedará más lejos. ¿Quién no tiene en casa un álbum de fotos familiar? Ese libro de tapa dura con cubierta antiestética que nos permite bucear en el subconsciente, vernos desde fuera, como si de otra persona se tratase. Incluso nos permite crear nuevas ensoñaciones que quizás no hubiésemos vivido, momentos felices ya que siempre se sonríe en las fotos. Ese es el afán, lo que buscamos inmortalizándonos con nuestras cámaras, recuerdos que nos anclarán con momentos primitivos de nuestra existencia. Gracias al poder evocador de la imagen podremos vernos con brío, con belleza, con juventud, pero sin el empirismo del que es capaz de ver su existencia desfilando en fotografías.
Mi generación, de finales del siglo XX, es la que ha nacido junto a la democratización de la imagen. Cualquiera puede manejar y acceder a la fotografía o al video, todos podemos crearnos un cúmulo de recuerdos que sellarán nuestro pasado y se convertirán en una especie de legado para los que vengan después de nosotros. No sé cómo será estudiado esto en un futuro, pero seguro que llama la atención nuestra enorme vanidad que busca capturar la vida en un catálogo de fotografías.
Será curioso, cuando mi línea vital se esté asemejando a una elipse, el verme reflejado tal y como soy en la actualidad, seguro, que de alguna manera, me ayuda a sujetar mi carácter senil.

Nacho Valdés

A CONTRALUZ: Cine corto en las pantallas cinematográficas

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Sin duda alguna el cine hay que verlo en el cine; un corto, lo es, y cuando fui a ver la trilogía de Eduardo Chapero-Jackson en la sesión matinal de las dos de la tarde, me di cuenta que el valor del cine, se esconde en las buenas historias, dejando fuera de toda duda, que la diferencia de tiempo total de una obra cinematográfica no es razón para extinguir de las proyecciones cinematográficas al cortometraje.

A contraluz, supone una experiencia muy diferente en la concepción de producto cinematográfico que habitualmente se ofrece en las salas de cine, disponiendo al espectador para presenciar un formato no muy común, y en el caso de la citada obra, la diferencia se alarga hacia otra frontera.
Partiendo de tres historias inconexas, tres cortometrajes se abren ante nosotros, proponiendo una hora de cine de gran calidad, cuyos elementos comunes ocupan esa gran pantalla, en la totalidad del film: pasión en los contenidos, acierto en la narración y elevadas interpretaciones.

La primera de las obras se titula Contracuerpo; desasosiego mutuo, el que desprende la protagonista, una excelente actriz que responde al nombre de Macarena Gómez, y que se introduce en el interior de su propio cuerpo, destruido físicamente y poco a poco, por su dañino cerebro; por contra, el del espectador, a consecuencia de las continuas excentricidades que asolan el film, provocado en su mayor parte, por la elección de la narración fílmica en la que la ausencia de diálogos, trazan un contorno enfermo a lo largo de la estructura de la historia.

Gran trabajo técnico, pero mejor ejercicio de guión; hoy por hoy, es un valor añadido, diría único, extraño, el poder contar con una película, aunque sea de corta duración, tan bien elaborada audiovisualmente, en la que el deseo de contar, prevalece sobre el cómo hacerlo.

El segundo de los trabajos se titula Alumbramiento, y se desenvuelve prácticamente en un espacio, una habitación en la que habita moribunda una vieja, cuya custodia corre a cargo de una enfermera. Las dosis administradas por la medicina, hacen estragos en una espectacular Mariví Bilbao, brutalmente desgarrada, vieja y decrépita; cada estertor, ensordece tu ánimo en la butaca.


La virtud del guión se debe a los elementos que giran en torno a la situación principal, y que hilan la historia hasta el desenlace final, fruto de la humanidad de otro de los personajes ajeno al entorno inicial. De por sí, el hijo es médico, y desde sus conocimientos racionales, trata de aliviar a una madre, que grita de en cuando en cuando por el recuerdo de la suya propia. Los sentimientos que guardamos dentro, se escapan de su cárcel repleta de prejuicios, y florecen en el interior de esa habitación con olor a final. Otra manera de entender y acercarse a la muerte.

La trilogía de E. Chapero Jackson finaliza con The End, epopeya futura, aunque cercana a nuestro tiempo, en el que el agua se convierte en oro, y los hombres luchan por ella, como combatimos hoy por el petróleo, los diamantes o el terrorismo. Reflexiva afirmación de lo que puede acontecer en pocos años, permite pensar en lo que ocurrirá, parece que invita a hacerlo, señalando con el dedo a todos nosotros, los humanos.

Enclavada en Estados Unidos, rodada en inglés y con un buen surtido de actores, la eficacia narrativa de las las dos piezas que la preceden, restan prestancia a este short film, como dirían por América. Esos sí, por sí solo, deja fuera de toda duda, la contundencia narrativa del mismo.

Mis felicitaciones a tan valerosa empresa, que con tanto sudor han conseguido distribuir en los cines UGC Cinecité de Madrid, Valencia, Valladolid y Cádiz, los de Prosopopeya producciones, productores de esta trilogía, que tan buen sabor de boca deja en los paladares cinéfilos.
Por fin respiro al observar proyectos de esta envergadura, de contenidos serios, con trabajos técnicos de nivel, y de un metraje corto, pequeño de duración, pero de tal peso fílmico, que enorgullece a aquellos cortometrajes que siguen soñando con asaltar en el panorama cinematográfico, con el valor que merecen. Hoy por hoy, si es posible; A contraluz es un magnífico ejemplo.


Giorgio
27/07/2009



Fuente: Youtube

Enlaces de los cortometrajes:
http://vimeo.com/5317432
http://vimeo.com/5317622
http://vimeo.com/5317724

Sweet Corner Vol. 21

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Testigos

Este fin de semana, el semanario del diario El País, contenía un interesante artículo sobre la ruptura del frente occidental por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Las imágenes, que pertenecían al desembarco de Normandía en la playa de Omaha, habían sido tomadas por el célebre Robert Capa. Las instantáneas que acompañaban el texto, no hacían sino remarcar lo que el periodista quería plasmar: lo terrible y vengativa que fue esa batalla decisiva para el posterior desarrollo de la contienda.
Las fotografías tomadas por Capa me llamaron la atención profundamente, más inclusive que el terrible escrito que las acompañaba, ya que éste se centraba en las truculentas venganzas, artimañas y asesinatos que uno y otro bando cometió para lograr el objetivo de amedrentar física y psicológicamente al rival. Tres son las imágenes que se me quedaron grabadas que, sin duda, pueden seguir un orden cronológico a lo largo de los acontecimientos que se sucedieron.
En la primera, entre la niebla o el humo de las explosiones, se distinguen unos soldados americanos corriendo, buscando refugio mientras las balas enemigas silban a su alrededor. La imagen está desenfocada, y las figuras van dejando una estela de luz provocada por la falta de estatismo de la composición, todo parece estar envuelto en una especie de halo de irrealidad que nos aleja y, al mismo tiempo, nos acongoja por el verismo que encierra la historio que cuenta. Da la sensación de que se puede oler la pólvora, de que la cámara fotográfica se ha inmiscuido en un terreno que le es ajeno, un lugar lejos de los escenarios donde todo se controla milimétricamente y la luz incide donde el artista desea. La imagen es terrible, se podría utilizar, y probablemente se hizo en su día, para ilustrar y publicitar el supuestamente heroico trabajo de los militares americanos que lograron romper el cerco nazi.
La segunda fotografía rompe con lo expuesto anteriormente, se acaban los heroísmos y las malas interpretaciones, por lo menos para mí. Esta nueva porción de realidad, que nos aleja de la primera imagen, revela un grupo de personas. Están todos tirados en el suelo, en primer plano aparece un hombre con gesto serio, mirando fijamente al objetivo, al testigo de la barbarie. Centrando mi atención me fijo en que se trata de soldados, en este caso alemanes, pero con una mirada tan humana como la de cualquier héroe americano que hubiese desembarcado pocas horas antes en la playa. Son prisioneros, todos están tumbados, agotados y desesperanzados, terriblemente deshumanizados al estar concentrados como ganado. No hay lugar para publicidad en esos ojos vidriosos, en ese gesto cansado que interroga al espectador de la fotografía y muestra como el vil alemán no es más que un agotado soldado, uno más de entre las decenas de miles de participantes en ese episodio vergonzoso de la historia contemporánea. Rompe todos los esquemas, sin alardes, sin artificios, simplemente con la mirada de la derrota que se enfrenta al fotógrafo.
La última de las escenas viene a mostrar las consecuencias, el terrible legado del desembarco, la realidad de lo que la guerra supone. Por una vereda camina un matrimonio de mediana edad, aldeanos, probablemente franceses que vivieron primero la invasión alemana y, después, la liberación aliada. Caminan a paso ligero, sin equipaje y muy cerca el uno del otro. En el arcén descansan los cadáveres descompuestos de los soldados nazis, probablemente toda su ruta estaría plagada de muerte y huellas del enfrentamiento. El hombre mira los cuerpos, asqueado y al tiempo intrigado. No sé que se pasaría por la mente de esa persona, pero probablemente estaría reflexionando sobre la fragilidad del ser humano, sobre como hacía pocas semanas esos mismos sujetos les hostigaban y amedrentaban y como, en el momento en el que él pasaba por delante, no eran más que cuerpos hinchados y rígidos. La mujer, sin embargo, mira al frente, en su rostro se adivina una sonrisa irónica. Este gesto tan revelador, puede significar la pérdida de espontaneidad y todo lo contrario, es un gesto que me resulta extraño y falto de humanidad. Puede ser que la mujer sonría al percatarse de que les están fotografiando, lo que restaría frescura a la escena o, podría estar sucediendo que se regodease de la muerte de los soldados nazis. En cualquiera de los dos casos me resulta increíble esa actitud, esa falta de conmiseración para con los despojos que tiene delante.
Parece ser que fue en esta contienda donde Capa comenzó a labrar su fama, después vendrían otros hitos y la creación de la Agencia Magnun, que hoy es noticia por el ingreso de una española en sus filas. Capa murió prematuramente, en el conflicto, buscando una fotografía que nos abriese la mente.

Nacho Valdés

HUNGER: Destructiva inclusión entre presos y hambre

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De la lucha armada irlandesa, a cuya cabeza figuraba IRA, todos sabemos un poco, de la violencia, de los muertos, de las víctimas que a cada lado de la fina línea que los separa, acuden en masa cada domingo cristiano de rezo y sosiego.
Siempre descubrimos algo nuevo, aunque sea de forma artificiosa, es decir fortuita, sin ganas de aprenderlo, pero parece inquietante, quizá porque el problema en cuestión nos sitúa en un contexto que no nos es ajeno; al menos en territorio español, la similar y violenta carrera etarra, amenaza de forma constante, aún en estos tiempos de píxeles y maravillas digitales.

No obstante, lo que parece distinto, nos produce un pequeño escalofrío, y denota por ello pasión y respeto por el autor, aquel que ha despertado nuestro interés con ello.
Hunger es un film que narra descaradamente los acontecimientos que tuvieron lugar en Irlanda del Norte durante el año de 1981, en el que las huelgas de hambre se sucedían a las protestas no armadas, y al terrorismo programado de los miembros del IRA.
De una de esas, afamada por sus consecuencias, un activista llamado Bobby Sands, murió tras sesenta y seis días de huelga, lo que propició alborotos urbanos y una fe firme, más recia si cabe, de sus compañeros y activistas.

En una de esas prisiones, Maze Prison, los reclusos acuden al vómito como forma de protesta, obscenidad y violencia, como desempeño del trance en el que se encuentran.
Es aquí donde la película desarrolla su historia, pero buscando el eje humano como hilo conductor, tanto en un lado como en otro, preso y captor, el detrito psicológico que conllevan sus acciones, amenaza con destruir su propia existencia.
Personajes antitéticos aunque aproximados: de un lado los que resisten, recibiendo golpes, cometiendo desgarradas secuencias de presión, de asco, comiendo para fabricar heces con las que luego trabajar para decorar sus celdas, de manera mundana, quizá irracional, sin embargo efectiva; del otro los guardias, guardianes de la fortaleza, de todo lo que ocurre dentro y fuera de sus celdas, pero indefensos en su día a día, quizá irracional, paranoicos, locos, ¿eficaces?

Steve McQueen, revela con su opera prima, la condición de narrar un cisma político, desde el convencimiento del sufrimiento humano.De la lucha del hombre por resistir, se acontece siempre un fervor inusitado de oposición hacia el enemigo que oprime tu existencia.
Es por ello que la película destila odio, desasosiego, miedo y pasión, pero sobre todo humanidad; los personajes permiten el acercamiento al sufrimiento humano, con sus sensaciones y percepciones extrasensoriales, que trasmiten fervorosamente al espectador.
En la celda, se aprecia lucha y vigor por la causa; sus aquejados guardianes, viven sufriendo la potencia que sus propios golpes imprimen en los cuerpos delgados de los reclusos.

Técnicamente la película se mueve, dinámicamente, de una lugar a otro, siempre entre las celdas, apenas observamos el exterior, y cuando lo hacemos, respiramos; enternece el comienzo del film, con planos largos de duración, secos cortes de montaje, y una llegada lenta hasta el primer punto de inflexión.
Desde ahí, podemos ver todo un abanico interpretativo de los personajes protagonistas, famélicos, encontrando en cada escena, en cada segundo de tiempo fílmico, una desgarradora historia de humanidad.

Provocadora, y como tal, la película te conmueve al examinar el comportamiento humano por defenderse, física y sicológicamente, contra un enemigo superior en un lado, e inferior hacia el otro, que no ceja en su empeño por imponerse a aquél, aunque fuese muriendo en ello.


Giorgio
21/07/2009



Fuente: Youtube

Sweet Corner Vol. 20

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Física y química

El ser humano, en su afán de crecimiento cultural, de dominio del medio creando una evolución cultural, ha sido capaz a lo largo de su recorrido de manejar las fuerzas naturales a las que se ve sometido. Quizás no dominarlas, pero sí adecuarlas a sus necesidades, a su antojo. Como tal, las disciplinas físicas y químicas pertenecientes a los métodos empíricos, no se separan de otros cuerpos de conocimiento hasta la revolución científica que acontece en los siglos XVI y XVII, pero aquí es donde se va a fraguar la antesala de uno de los pasos definitivos que ha marcado nuestra historia contemporánea. Uno de los aspectos que hasta mediados del XIX se escapaba de estas disciplinas era el de captar la realidad, el de embotellar una porción de entorno que fuese testigo del paso del ser humano, una pseudo-realidad objetiva capaz de dar fe de cualquier circunstancia.
La fotografía nació con el ímpetu del desarrollo industrial del XIX, de la mano de la distraída burguesía culta capaz de utilizar su tiempo en aplicaciones científicas que diesen consuelo a los anhelos culturales de la raza humana. ¿Qué intencionalidad tenía el sujeto que decidió arrancar una porción de lo que tenía delante para grabarlo en un papel? ¿Se trataba de un momento ocioso de la historia que dio como resultado uno de los inventos que revolucionarían la historia? La respuesta es complicada. Probablemente, como en muchos de estos casos, el tema no girase más que en torno de una casualidad que abrió un gran campo de posibilidades que se escapó frente al creador de la fotografía.
El resultado es que el artilugio se mejoró, se acopló a las dimensiones humanas y se le permitió desarrollar sus potencialidades siguiendo la voz de su amo: el fotógrafo. Éste avispado tipo consiguió dejar al descubierto algunas de las debilidades antropológicas que nos definen como especie, convirtiendo los rasgos negativos en una fortaleza, el fotógrafo logró crear arte a partir de un instrumento hasta hacía poco desconocido y sorprendente.
De la vanidad nació el retrato, de la necesidad de vernos, de estudiarnos, de recordarnos tal y como éramos. Se democratizó la posibilidad de posar, de recrear un momento efímero que no volvería a repetirse. No era necesario un lienzo al óleo para perpetuar nuestra existencia no material más allá de la muerte física, la fotografía era capaz de robar el alma del que se situaba delante de su objetivo. La luz incidía en el personaje, se reflejaba y era recogida por el objetivo que con la velocidad y apertura apropiadas dejaba su legado en el negativo que, tras el proceso químico del revelado, quedaba presa de la suficiencia del hombre. De esta forma, el arte llegaba a todas las mesas, el vulgo podía acceder a lo que antes sólo quedaba reservado para aquellos capaces de permitirse el mecenazgo de algún pintor. Sin embargo, algo fallaba, en su terrible presunción, el humano pensaba que sería capaz de engañar a la naturaleza, de dejar su alma escondida tras la máscara de su cara. Pero los ojos fotografiados no mienten, son la puerta que utiliza el fotógrafo para arrancar el espíritu de manos de sus objetos de estudio. La imagen dio un paso más allá, se convirtió en el arma del periodista, en un instrumento de denuncia, de persuasión, de provocación; este arte dio el salto cualitativo que necesitaba, en sus inmensas posibilidades se convirtió en el mudo testigo de nuestra historia reciente, dejando en evidencia toda nuestra presunta magnificencia.
De la necesidad de murmuro, de saber de los demás, de enterarnos de lo que nos rodea, nació la fotografía en su contexto periodístico. ¿Qué interés tiene la imagen periodística? ¿Por qué deseamos saber lo que ocurre lejos de donde nos encontramos? Unido al desarrollo científico, al desarrollo tecnológico, se encuentra la capacidad informativa global que envuelve los tiempos que corren. Esta característica, indisociable de la imagen nos permite adentrarnos en aquellos lugares a los que, ni por asomo, estaríamos capacitados a llegar. La estampa tiene la capacidad de evocar, más allá de la mera necesidad de información se encuentra la capacidad de imaginar, nuestra posibilidad de, mediante esta muestra artística, llegar más lejos de lo que el propio trabajo muestra. La fotografía vuelve a estar presente, sin poder eludir el golpe de realidad que supone algunas de sus mejores muestras. La representación de lejanos parajes, de historias exóticas queda, sin embargo, enterrada bajo la cercanía, aquí es donde el arte vuelve a dejar al descubierto otra de nuestras debilidades: nuestra necesidad de hacer uso de los chismes y los cuentos. Es curioso como somos capaces de extrañarnos frente a los relatos más descarnados. Sin embargo, no podemos apartar la vista de la imagen del vecino, de ese tipo vulgar y anodino que no ha hecho nada más que ser un espejo de nuestra propia condición.

Nacho Valdés

METALLICA: 360º de fuerza eléctrica y vibrante metal

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Debilitado por un pequeño desajuste físico acudí hacia ellos de manera lenta, lejana, acompañado del tran-tran del vagón de metro, viendo como poco a poco el interior de este empezaba a llenarse de compañeros que seguían mi camino; al final del túnel, comenzaban a agolparse cientos de personas, enfiladas hacia el santuario deportivo que albergaría en unas horas, a cuatro tipos provistos de velocidad, cuerdas, cortes, golpes, y mucha música.

Metallica recibe a los suyos para que confíen en ellos, venid, entrad, esperad a que acabe todo para elevad vuestras manos en señal de victoria.
De nuestra milicia, casi éramos los mismos; algunos cambios, que refrescan el panorama, pero la misma ilusión de escuchar, de ver, de creer en esos tíos que de lo que hacen, elevan el virtuosismo musical, transforman el espíritu de la gente, con golpes bruscos de metal.

21:20; se acercaba la hora, aunque permanecíamos fuera mientras apurábamos lo que bebíamos y reclutábamos a nuestra gente; en la entrada, nada que objetar, limpia, sincera, de cabeza al meollo. De bajada hacia nuestro lugar, comenzó el espectáculo.
Los acordes importantes, sublimes de Enter Sadman, aguardaban la salida de los cuatro tíos, sobre los que veinte mil personas pondríamos nuestra mirada en su movimientos, en sus manos, en su forma de parar, de cortar el aliento; y seguir, para mirarte, para elevar sus brazos al cielo en señal de victoria; otra vez, de nuevo rápido, eléctrico, mirando a cada lado apreciabas la mella que esos cuatro metaleros provocaban en nuestras pieles.
De nuevo erizado, apareció un canto hacia el cielo, The Memory Remains, manos erguidas buscando la pausa que Hetfield marcaba con sus golpes de mano y guitarra, encima de un cuadrilátero, desfilando por sus cuatro costados junto con Hammet y Trujillo, guitarra y bajo, en cuyo centro se ubicaba Ulrich con sus baquetas, móviles de caja a bombo, de caja a platillo; fuego, escupiendo desde el centro hasta el techo del pabellón, quemando los sentidos, ardiendo de feroz y veloz música por el aire del pabellón: Na, na, na, nana,.... nananana, na, na, na....
De vuelta atrás, mi colega simulaba tener en sus manos una guitarra, mientras a duras penas sostenía un vaso de cerveza a punto de derramarse; lo vi disfrutar, como al otro que permanecía apoyado sobre sus muletas, para apretar los dientes con los riffs que le llegaban del escenario, ¡joder, que destreza!

Death Magnetic respiraba sobre el escenario cuadrado en forma de seis canciones, mezcladas, cortadas por las cuerdas de los tipos del metal.
Y de entre tanto, otro himno, fruto de la armonía de los que dominaban, maniataban al público; Master of Puppets, golpeaba las almas de las gargantas que al grito de Master, empapaban con sus voces la cúpula del pabellón; y ahora el Yeah, el Master, of...Puppets; otra vez empieza el reguero de guitarras, de golpes de batería, de velocidad, de regates de sonidos y fragancias eléctricas al ritmo de Metallica.
Ninguno puede escapar al brío de los dedos de una guitarra de Metallica cuando lanza al aire su sonido, buscando estamparse en las orejas de los que tratan de escuchar lo que allí se cuece; yo fui atrapado, estaba presente.

De los ataúdes que colgaban del techo, se desprendían como imantados parte de los focos que iluminaban a Metallica en el cuadrado escenario que eligieron para su representación.
De allí, Nothings Else Mothers, sonaba en medio de un concierto grande, y nos rendimos ante la soledad del guitarra sentado en la silla alta de genio.

Sin poder contenerme durante más tiempo de pié, contuve el aliento para ver como podía terminar aquella obra, hasta el momento inconclusa; desde mi asiento rodeado de soldados metálicos, miraba a través de una cámara de video doméstica, el desenlace final.
No podía más, me erguí, levanté mi brazo en señal de admiración, y el escenario se llenó de pelotas negras, hinchables, que volaban desde todos los rincones del recinto, desde muy arriba, para mezclarse en armonía con el público y los músicos, semidioses vestidos de negro que finalizaban su ritual nocturno al ritmo de thrash metal.
Cuando vuelvan estaré preparado para ser uno de sus Metal Militia: muñequeras negras, perilla larga y calcetines blancos y altos.


Giorgio
15/07/2009
(Metallica)



Fuente: Youtube

V.O.S. Metafísica cinematográfica en tono de comedia teatral

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Volvió, otra vez, a las pantallas, y desde el proyector cinematográfico brilló en escena la virtuosa película de Cesc Gay; de nuevo con una estructura narrativa de peso, de las que calientan motores y se va armando poco a poco, para no estallar súbitamente al final, pudiendo entretejerse a lo largo del film, para desenmarañarse después.

Fuera de los registros anteriores, y gozando de un efectismo cinematográfico elevado, Cesc Gay propone un nuevo enlace interno-externo, en las conexiones que entre personas-personajes, se producen a lo largo de la vida.
Con V.O.S. el director catalán, hace uso de un metalenguaje, que lejos de parecer aburrido, anima al creador a preguntarse como espectador, los intríngulis y vericuetos que se alternan en la mente de un autor cuando propicia la creación de una película.

De primeras se nos presentan dos parejas, amigas, unidas entre ellas y para con la otra, ubicada en la siempre enérgica Barcelona, buscando aire en los entornos exteriores, provocando en cada espacio interior, pequeños efectos dramáticos, que tienen por norma, la intromisión en la propia historia que se narra en la película; varios argumentos, conducidos sutilmente, aunque salteados por bruscos cambios, giros que de una manera u otra, nos dirigen la mirada, hacia un horizonte plagado de buenas sensaciones.

Acostumbrados a observar la narración de Cesc Gay en un entorno dramático, carente de subjetividad, presentado por la acción de uno o varios personajes, en continua lucha interior, con V.O.S. la comedia restituye al drama y lo hace de forma fresca, sin remilgos, y aunque tímidamente se inicia en la película, va tomando lentamente un olor a humor sincero; pequeñas gotas de risa repartidas en un cruce inquietante de miradas argumentales, de peripecias interpretativas, que a su vez condicionan por sí mismas la narración fílmica.
Se apela al romanticismo, se ríe con este, de aquél, y permite distancia para llevar a cabo la tarea: concluir la película de la mejor manera posible, al menos para su director.

No conforme con rodar pequeñas historias, Cesc Gay se atreve a dar un giro importante en la narrativa fílmica, salpicada de estilos variopintos, porque he visto el rastro que dejaba Woody Allen, atormentando al personaje director, y de los pasos de éste, se mezclaban algunos pasajes de Pedro Almodóvar, delicadamente, como la propia narración, como la propia historia.
De la adaptación cinematográfica que hace Cesc Gay de la obra teatral y homónima de Carol López, nos quedamos con toda la forma que se suspende a lo largo de toda la estructura, y que hace de ella, su propio discurso fílmico, para llevar a cabo el relato de esta película.

Al menos, durante todo el tiempo que permanece el film en pantalla, las sensaciones que provoca son muy diferentes a como se concibe actualmente gran parte del cine español, y las sensaciones que se desprenden de este.

Me quedo con Cesc Gay, con su manera de mirar y de construir historias.


Giorgio
10/07/2009



Fuente: Youtube

¡Muchas felicidades amigo!

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Hoy es un día especial, un gran artista y enorme amigo cumple años.

¡Muchas felicidades Jorge!

¡Pasa un día increíble y disfrútalo junto a amigos y familia!

Abrazos mil desde Levante.

Sweet Corner Vol. 19

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Nueva mitología

El apelativo de estrellas que reciben algunos de los trabajadores del mundo del cine no es, ni muchísimo menos casual, no sé con exactitud cuándo fue el momento en el que se comenzó a utilizar, pero responde a cierta función social que se me antoja imprescindible a toda sociedad. La similitud de los astros del cine con los celestes llega, en primer lugar, con la lejanía a la que se sitúan, a lo inalcanzables que resultan. Algo así como las divinidades griegas, que situadas en el Olimpo resultan inaccesibles, pero con la particularidad de que son capaces de mezclarse con los seres humanos. Incluso llegan a caer en desgracia y se introducen en la vida íntima de las personas, dando lugar a una segunda generación de seres cuasi-divinos, los héroes o semi-dioses. Esto que llegaba al griego medio por el boca en boca, por la narración, sucede en la actualidad con las actores de Hollywood, que gracias a los medios de comunicación, se meten en nuestras vidas y nos acercan una porción del cielo en el que habitan. De hecho puede suceder lo mismo que con algunos de los dioses clásicos, pueden caer en la infortuna de descender de su Olimpo de Hollywood y acabar mezclándose con la plebe. Resulta patente como la creación de un mundo ad hoc para la vida de estos nuevos mitos ha provocado su distanciamiento con respecto al ciudadano medio, éste los observa desde la lejanía, desde la apatía de sospecharse inferior a estos seres que un día lejano habían sido como él.
La necesidad de este tipo de figuras reside, en mi opinión, en la demanda social de esta clase de elementos. Algo que nos recuerde, a los pobres mortales, que podemos llegar lejos, que podemos tocar a las puertas del cielo y entrar en él. Esta quimera nos provoca, nos ayuda a seguir y nos llena de orgullo. Nos sentimos identificados con estos elementos que tienen el mérito de actuar, no de nada más, sólo de trabajar en el mundo del cine, que no es otro que el de la narración. Culpa de esta mutación la tiene la moderna industria, dispuesta a crear franquicias especializadas en ciertos productos que tocan la fibra anímica de la mayor parte de los espectadores. Estos no pueden hacer otra cosa que caer rendidos ante la evidente muestra de heroicidad por parte de sus referentes, hincamos las rodillas ante la eminencia que se nos presenta en pantalla. Iconos visuales que en un papel hecho a su medida, nos muestran la miseria que a veces supone el día a día. Nunca ha existido una vida como la que muestra el cine comercial, siempre está dotada de elementos románticos que provocan nuestra desazón y nuestro alejamiento de las simples personas que están escenificando un guión.
Esta nueva casta de mitos, pertenecientes al mundo de la farándula, no era tan aceptada en el mundo clásico como en la actualidad. De hecho es un invento moderno, en el mundo clásico el mérito provenía del mundo militar, del honor y de otros valores que enraízan en la condición humana. Actores, poetas e incluso filósofos eran hasta cierto punto despreciados por pertenecer a gremios sospechosos. La contemporaneidad ha hecho de la farsa, del vodebil, su seña de identidad. La ficción es ensalza al máximo escalón, tan y como ha sucedido a lo largo del mundo clásico, cuyas ficciones nutrían el universo mitológico. El problema, si es que lo hay, viene dado del hecho de que la fantasía primitiva alimentaba a elementos desconocidos por su magnificencia. Hoy por hoy, el ensalzamiento se produce en personas de carne y hueso, en comediantes con miserias y éxitos, con amores y odios. Se ha creado una especie de panteón divino en el que no cabe nadie que no cumpla con los cánones establecidos, belleza, alcurnia y trabajar en el lejano Hollywood.
Me pregunto en ocasiones qué es lo que pasara por la cabeza de estos individuos, si serán conscientes de la expectación que levanta cada uno de sus actos o si estarán al tanto de que son manejados por los verdaderos dioses que mueven los hilos del dinero.

Nacho Valdés

DOROTHEA LANGE: La mirada de la Gran Depresión americana

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«La cámara es un instrumento que enseña a la gente cómo ver sin cámara». D.Lange

La fotografía alcanza la plenitud como disciplina en el momento en el que la exposición de los contenidos insertos en ella, hacen olvidar la propia naturaleza de aquélla. No en vano, la gran inmensidad de formas con las que la fotografía puede desplegar su arte, nos permite desplegar un gran repertorio de elementos para respaldar nuestra temática, contrastarla, o tan sólo mirar a través de ella, como una ventana.
Dadas las circunstancias, la fotografía ha evolucionado con el paso del tiempo hacia niveles muy diferentes, rompiendo cánones impuestos antaño, re-inventándolos, para poder continuar como disciplina artística.

Hoy quiero retrotraerme en el tiempo para poder analizar un momento histórico, que por sus características, tiene mucho que ver con la situación de acuciada crisis que vivimos hoy día.
Estados Unidos, y 1929, hicieron crack en sus bolsas; el valor del dinero se vino abajo, y el entramado económico quedó destruido. Fue durante los momentos posteriores a la Gran Depresión, donde los mercados se volcaron, cuando el desastre golpeó con más fuerza, desgraciadamente en los mismos lugares de siempre: las clases más desfavorecidas.

La fotografía, sirvió como vehículo conductor de conocimiento del medio, del contexto en el que la carestía era enorme, y la lucha por sobrevivir diariamente, tenía un precio demasiado alto.
Dorothea Lange encarna el ejemplo más importante de la fotografía de realidad, sin cortes, sin manipular, con toda la fuerza que el propio contenido ofrece, despertando en las conciencias, un poquito de dolor de estómago, que permita al remordimiento crecer en tu interior, y no te deje dormir: lo llaman realismo fotográfico.
D.Lange formó parte de un grupo de fotógrafos, enclavados dentro del organismo de la F.S.A. (Farm Security Administration) que trabajaban bajo el amparo del gobierno estadounidense, a cuya cabeza se encontraba el presidente Roosvelt, y que fueron los encargados de retratar las consecuencias del crack en las zonas más pobres y afectadas: sobre todo en las zonas rurales americanas, las más perjudicadas por la brutal caída de los precios agrarios.

D. Lange construye sus fotografías en torno al contexto donde están insertos sus personajes, elementos distribuidos en el encuadre majestuosamente, permaneciendo con ellos, sufriendo con sus penurias, de la misma forma que padecen sus retratados. De esta manera se acerca al dolor, lo captura y nos lo muestra en un entorno familiar, campestre, y en el que los personajes, las personas, se integran en aquél absortas de sí mismas.
No parece constituir artificialmente los elementos que forman parte del encuadre; es fruto de la capacidad de observación de la fotógrafa, lo que determina la fuerza de la fotografía, por eso llegan tan lejos en el interior de nuestros cuerpos.
D. Lange refleja sobre todo la dignidad de las personas por sobrevivir, por salir adelante, con tan sólo la fuerza de sus corazones y el valor que le otorga luchar por salvarse, que es mucho.

De todas las fotografías, es quizás la que se muestra a continuación, la que más informa sobre la crudeza del momento, sobre el coraje de aquellos hombres y mujeres que lucharon por mejorar, por no abrazarse a la muerte.
Lleva por título Migrant Mother, y creo que muestra por sí misma el valor; el valor de la mujer, que mira hacia adelante, fuera del encuadre, buscando aire; el valor de la fotografía, en sí misma, como testigo, como ventana abierta al desamparo de los que más sufren; el valor de la fotógrafa para componer, para inmiscuirse, para abarrotar en el encuadre la angustia de los desamparados, de los niños de piel sucia, que se vuelven hacia atrás para protegerse del disparo.




"La madre desarraigada", es el instante que mejor resume el trabajo de D.Lange; fue tomada durante el viaje forzoso de los granjeros en busca de trabajo en el Oeste, y tras ser publicada en el San Francisco News en 1936, se convirtió en todo un símbolo de la Gran Depresión.
Lo más llamativo, es que setenta y tres años después, las circunstancias que rodean una crisis económica de igual calibre, siguen golpeando a las clases más desfavorecidas, contribuyendo a ello, el desatino de los políticos, y la desazón de las clases medias por contribuir a una lucha por una sociedad más igual.


Giorgio
02/07/2009