Sweet Corner Vol. 28

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Imagina

Las avenidas anchas, bulliciosas y oscuras por la altura de los edificios desembocaban casi inevitablemente en el pulmón de la ciudad: en el Central Park. Un espacio para la desintoxicación de la velocidad de la urbe, del ruido incesante y de los peatones atropellados. El lugar, casi mágico por lo inesperado de su aparición, contenía mil pequeños rincones por los que perderse de manera controlada puesto que el cielo, a lo lejos, estaba irremisiblemente recortado por el horizonte de hormigón y acero de los rascacielos. La sensación era extraña, arrastrándote, en un primer momento, al enajenamiento de la falta de ubicación debido al contraste que se producía entre el cemento y lo inesperado de las arboledas y praderas. Después, te arrastrabas por los senderos, los bosquecillos y el verde que encerraban mil pequeños secretos sólo a la vista de aquellos que prestasen un poco de atención.
Son los Estados Unidos un país de marcados contrastes, un lugar en el que el máximo exponente del estado del bienestar se combina con los más deprimidos agujeros vitales. En esta amalgama que es Manhattan, referente cinematográfico por excelencia, conviven todas las razas, estilos, sujetos y animales que se puedan imaginar. La sensación es como cuando paladeas un cóctel: en un primer momento parece excesivo, adornado de manera ostentosa, lo que evita que puedas ni tan siquiera beberlo; el primer sorbo resulta duro, amargo y desconocido, aunque, después del primero, el tibio abrazo del alcohol te conduce a esos lugares comunes que provocan la seguridad que añorabas desde el amargo trago inicial. Esta es la sensación que me dejó esta famosa isla, el primer contacto resultó chocante, pero poco a poco, te dejabas llevar a la Torre de Babel que supone la colmena superlativa de Nueva York.
Como ejemplo de la excesiva polaridad norteamericana, la referencia que me viene a la cabeza es la del Dakota Building, edificio que reposa a orillas de Central Park. En este emplazamiento, o mejor dicho, a las puertas del mismo, es donde asesinaron a John Lennon de manera cruel y gratuita. Se trata de una edificación palaciega, lujosa y descomunal que ejemplifica de manera excelente ese espíritu norteamericano de la clase media venida a más y del hombre hecho a sí mismo. Probablemente, esta casa fue en su día hogar de algún millonario, alguien que decidió construir un palacio en la antiguamente elitista Manhattan. Hoy por hoy y, desde hace muchos años, está reconvertido en lujosas viviendas en un emplazamiento privilegiado. Desde esas grises ventanas, probablemente Lennon observó la arboleda que se abría a su vista, quizás fue un lugar que le motivó a escribir alguna de sus composiciones. El caso es que junto a este idealizado retrato se encontraba la cara b de la sociedad americana, el asesino vivía junto a los ricos, en la calle, sin que nadie le prestase atención, sin que su presencia pasase del estatus de mobiliario urbano. Un día sin embargo, no sé si meditado o espontáneo, cogió su revólver y le descerrajó unos cuantos tiros a este creador que vivía recluido frente a la isla verde de Manhattan. No fue por rencor, ni tan siquiera por odio, fue una especie de mezcla de sentimientos contradictorios y locura, unos celos pasajeros que desembocaron en crimen. Probablemente esta sociedad tan individualista no fue capaz de reparar en ese personaje que andrajoso dormía en los bancos, que pedía unas monedas para poder comer y que, sin embargo, tenía la posibilidad de poseer un arma aunque no tuviese nada que llevarse a la boca.
Cuando pasas frente al Dakota algo se remueve en tu interior, sabes que tras la aristocrática fachada se esconden los fantasmas americanos cubiertos por esculturas, columnas y bajorrelieves. En este caso el fantasma era inglés, pero la sensación fue sobrecogedora y reveladora a un tiempo, algo indescriptible me traspasó dejándome claro que en Manhattan nada es lo que parece.



Nacho Valdés

El Mirador Del Este Vol. 5

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MACBETH; del teatro al cine sin pagar peaje
De Roman Polanski

No sorprende el recelo que las composiciones de los grandes dramaturgos produce en el gran público a la hora de ser adaptadas al cine. Las diferencias entre una representación escénica y una proyección ,a priori resultan, si no insalvables, por lo menos notorias. El anquilosamiento y la sobreactuación del teatro rara vez obtiene resultados positivos en la sala de butacas. Tal vez el mayor mérito de Roman Polanski en Macbeth sea éste, haber logrado tanto en la faceta técnica como en la dirección de actores, el punto de equilibrio adecuado para que el verbo inmortal del escritor inglés, quede más que dignamente representado en un ámbito distinto para el que fue creado.

Fiel al drama original, ciento cuarenta minutos de metraje dan para ello, la filmación del director polaco nacido en París es resuelta con solidez y categoría. Plagada de pequeños detalles que enriquecen constantemente la narración, la esmerada elaboración del matiz ayuda a que una película tan dilatada nunca llegue a perder interés. Otro de los puntos de fuerza se sostiene en la fotografía de exteriores. El dramatismo de los paisajes y la recia climatología en que se desarrolla la historia, otorgan al relato una marcada intensidad. Filmada en buena parte en situaciones críticas de luz, la sensación de frío y humedad termina calando en el espectador. Tampoco debemos obviar el efecto poético de las fortalezas sobre los riscos, las cortinas de lluvia, las brumas y los claroscuros.

Con una interpretación atemperada entre lo teatral y lo cinematográfico, las figuras de Macbeth y su esposa se precipitan sobre los vórtices de la locura y el remordimiento. El gran mérito de Shakespeare fue tratar sobre los grandes temas de la condición humana, ése es el carácter universal que lo ha consagrado. Quizá por esto, quién mejor que una personalidad tan turbia y compleja como la de Roman Polanski para adaptar una de sus grandes tragedias. Quizá el director polaco sepa más de dramas personales que el propio Macbeth.

Concluyendo, estamos ante una película equilibrada y con carácter, no carente de sutileza y magnetismo, ajena a los tópicos hollywoodienses sobre el mundo medieval –ejemplo la lucha final, torpe, enrabietada y primitiva, impropia de “héroes” y galanes-. Polanski, es capaz puntualmente de combinar con éxito un texto de cuatro siglos de antigüedad, con el vanguardismo psicodélico de finales de los sesenta, sin que el resultado final se resienta sólo más que positivamente. Macbeth, sin ser superior en ningún aspecto, es brillante en todos. Un ejemplo de cómo trasladar a la gran pantalla textos clásicos sin perder un ápice de su intención, y conjugarlos con las ventajas estéticas y artísticas que aporta el cine.


Melmoth
25/09/2009

THE GIRLFRIEND EXPERIENCE: Sobre la línea incómoda del sexo de lujo

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Diez mil dólares. Una noche. Exclusiva. Únicamente para aquellos que necesitan compañía. Para los que pueden pagarlo. No sólo sexo, quizá algo más. Sin duda algo más. Es lo contrario a la soledad. Pagar por encontrar que escuchen la agonía del que vive solo, rodeado de personas y dinero, ambos manchados del negro color que destiñen los billetes.
Muchos otros buscan el placer del sexo dominado, carente de prejuicios, absurdo en amor aunque embriagado de poder y dominio constantes, de una situación que ha sido diseñada para el pagador. Otros tan sólo deciden abrazar para ser abrazados, constreñidos ambos cuerpos, semidesnudos, una unión física, porque las almas no están ubicadas en el mismo lugar. Cada una desprendida, ruega por cubrir su necesidad.

De manera general The girlfriend experience describe la vida de una pareja, joven, atractiva, llena de actividad, habitando juntos como novios en un piso de New York, amplio, materialmente construido a golpe de billete. De los dos, el dinero fluye en masa, confluye para facilitar el consumo diario de vitalidad manifiesta. Tan sólo eso, virtual, quizás porque la vida es mucho más.
Él obtiene dos mil dólares a la hora. Se llama Chris, y es entrenador personal. También transita por otros negocios. Su novia Chelsea es "scort", acompañante de lujo, prostituta exclusiva que selecciona cuidadosamente a sus clientes para dotarles de una noche única, silenciosamente sexual.
El uno y la otra acuerdan la situación, la normalizan en perfecta armonía, buscando la complicidad entre los continuos giros que acompañan su vida.

La narración sigue un estilo propio de un diario, de una confesión, hacia el periodista que desea escribir un artículo sobre la vida de una de estas profesionales, de la de Chelsea; hacia su amiga, que no entiende lo que hace, pero que la escucha y atiende, y no es poco; suficiente para ella.
La cámara se encuentra casi siempre alejada, ocultada detrás de alguien o algo, presentando un tipo de realización muy simbólica en relación al oscurantismo del contenido de la película. La carencia de planos subjetivos y cercanos, provoca en el espectador la sensación solitaria que la protagonista sufre, extrapolando dicho abandono al resto de los personajes, incluso a la propia ciudad de New York.
Todos los aspectos técnicos se mezclan y aúnan para significar la distancia que produce un tipo de persona cuya profesión debe ocultarse ante el resto de la sociedad. No hay tiempo para la desdicha, siempre radiante, bella, excitante fémina que facilita comprensión y deseo para con sus clientes masculinos. Por eso la fotografía no deja ver con facilidad los espacios en los que transcurre el film, ni la textura y las formas de los rostros de los personajes; el montaje destroza cada cambio de plano, con un ritmo externo que evoca velocidad y distancia.
De nuevo distancia y silencio, que acude en numerosos momentos, aquellos en los que emerge la protagonista acompañando, o cuando simplemente se mueve, siempre sola, de un lado a otro.

El movimiento siempre transcurre durante todo el metraje, corto este último, suficiente para describir lo que acontece; como la vida de la protagonista, de los personajes, de la ciudad, el movimiento surge de manera espontánea respetando la cadencia y el ritmo de los hechos, de la narración, al servicio de aquéllos y serpenteando por los entresijos del film.

Steven Soderbergh descubre los recónditos misterios de una profesión maltratada y repudiada, pero que responde a las necesidades inéditas de los problemas humanos, de los hombres en particular. Una ciudad que reprime las vidas de estas mujeres, experiencias incómodas sobre las que se asientan los espíritus de algunos de los hombres más ricos del planeta.
Quizá algún día deberíamos mostrarles un poco de agradecimiento, olvidando por un momento la indiferencia que creamos alrededor de ellas.


Giorgio
23/09/2009



Fuente: Youtube

El Mirador Del Este Vol. 4

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TRES COLORES, AZUL; EXTRAÑA Y REAL COMO LA VIDA MISMA
De Krzystof Kieslowski


Por lo común, la vida ordinaria aparenta ser mucho más inconexa que el cine o la literatura, donde tácitamente a una causa, puede o no que lógica, sucede un efecto, casi siempre previsible. Tal vez por eso el cine tenga ese poder hechizador sobre las masas, porque en la gran pantalla el absurdo rara vez tiene cabida, sobre todo si nos referimos al cine convencional. Uno más uno son dos y el espectador sale satisfecho porque ha encontrado en una historia ficticia, una suma sencilla y redonda, algo que en su vida privada casi nunca logra. Quien pretenda repetir esto en “Azul”, mejor que se abstenga y busque otro medio de evasión o de consuelo. El film de Krzystof Kieslowski desparrama toda las piezas del puzzle y a partir de aquí hay que encontrar el leitmotiv que las vuelva a unir en el mismo todo, una misión tan real como la vida misma. Porque ésta rara vez tienen sentido a pequeña escala, y es el tiempo y la perspectiva quien nos hace comprobar que hay matemáticas más sólidas y perfectas que terminan colocando las cosas en su sitio.

La trilogía del director polaco afincado en Francia pretende servir como homenaje a la bandera francesa. Los tres colores del emblema nacional diseñado por Louis David, -siempre según el misterioso maestro masón Fulcanelli- representan a Dios, Cristo y la Virgen María. Es el color azul quien corresponde a esta última. Desconozco la intenciones simbólicas del director, pero resulta llamativo que en una obra tan reivindicativa del sexo femenino, siendo el protagonista de tal condición, se hubiese escogido precisamente este color para dar lugar al título.

La película de Kieslowski presenta curiosas y desasosegadas relaciones. La fémina interpretada por Juliette Binoche, cuya brillante interpretación merecería un artículo aparte, cae en barrena tras la pérdida de su hija y su marido. Pese a ello sale a la luz un carácter fuerte y decidido, no exento de temores. Metafóricamente encontramos aquí una heroína en toda regla, con todos los valores dignos del humanismo más académico. Con el arte, en su forma musical, como telón de fondo y como único medio de encontrar sentido y evadirse de las circunstancias, los personajes hartos de caer y levantarse, toman la sabia decisión de flotar. Finalmente, la situación de poder y dependencia entre éstos se invierte, pero se logra el mismo fin. Krzystof Kieslowsky debía pensar que el dolor compartido es menos dolor. Respetable.

Con un estilo marcadamente personal, una fotografía sin concesiones vitalistas –precisamente el azul no es un color cálido- y por lo tanto perfectamente adecuada al guión, la filmación del director polaco por momentos roza la genialidad, pero no la logra precisamente por intentar provocarla. Excesivamente artificioso en algunas facetas de la dirección, a mi modo de ver sobrecargada de música en momentos puntuales, el intento de encontrar poesía en el minimalismo, sólo logra un placer estético y anecdótico pero no ayuda a dotar a la obra del carácter panteísta y universal que termina pretendiendo. Por otro lado es de agradecer que nunca se caiga en el “coma narrativo”, algo desquiciante e inherente muchas veces al llamado “cine de autor”. Tal vez esto ayudase al éxito que tuvo en taquilla.

Pese a sus pequeños y subjetivos defectos, o mejor dicho “no logros”, no cabe la menor duda de que estamos ante una obra notable y personalísima, que prestigia el arte cinematográfico y lo distancia meridianamente de un mero producto de consumo.



Melmoth
19/09/2009

THE HUMAN CONTRACT: La vergüenza de los tabúes sexuales en la sociedad actual

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No esperaba nada bueno al ver como entre los distintos escenarios por los que transcurre la película, se despezaban pequeñas sicosis de entre las historias que azuzaban el discurso fílmico.
Sin embargo, a pesar de las desagradables sensaciones que prematuramente sentía en los inicios del film, me quedó un sabor mezcla de amargo y dulce, combinando en mi paladar como conviven las personas en el devenir de la vida.

De entrada no utilizamos los tabúes para acentuar la distancia que nos separa del pensamiento de éstos, sino más bien para olvidarnos de lo que encierran en sí mismos; más vale aparentar lo que somos, ubicándonos sobre esa línea de normalidad traumática, que vista de cerca, provoca que vivamos en una continua jaula social, limitada por las paredes de nuestra moralidad.
No obstante, es posible hacer mella en el fortín del decoro y el buen hacer mediante el uso acertado de las palabras, de las imágenes, pero sobre todo, de las acciones; cada acto individual supone derribar un prejuicio en el entramado social.

El planteamiento del que parte Jada Pinkett Smith, directora de la película, es común, sin sobresaltos, un inicio casual, muy corriente; un tipo, ejecutivo, creativo de una empresa de publicidad quizás, conforma su rutina diaria entre el trabajo, esporádicos encuentros sexuales, no escasos de rubor y asco, con sus salidas atléticas al amanecer, para deshacer en sudor sus pesares y miedos.
Una vida plana, que completa con sus carencias familiares y algún que otro recuerdo del pasado que asoma por entre las rendijas de su alma, apareciendo sin avisar hasta golpear su pecho.
El conflicto llega de la mano de Paz Vega, imponente, sexual, y alegre; demasiado vitalista, posiblemente rescata de sus costumbres al tipo plano de hace un párrafo, aunque acudiendo a él de la única manera que conoce; consecuente con sus actos, trivial, incoherentemente supera el perfil viciado de su réplica masculina para ofrecer una visión distinta del universo social.
Sin querer introducirme en los escondrijos más ocultos del film, la seductora mujer encierra un secreto que motivará un cambio en el hombre, perdido y aburrido de sí mismo; cuando está con ella todo cambia, pero más aún cuando no comparten plano, cuando no sabe que hace sin él, o peor aún, al saber lo que persigue al separarse de él. El misterio de la exuberante mujer da paso a una sucesión de acciones que ponen de manifiesto la oscuridad del ser humano.

Los meticulosos encuadres del principio, buscando cada detalle, se repiten creando un ritmo muy sensual, jugando al despiste; el desgaste de los personajes, el sufrir para nada, proyecta una cadencia que se sucede desde la lentitud hasta la rapidez, hasta conseguir que la violencia de la cámara en mano nos sacuda con desprecio en ciertos momentos. Tan sólo la claridad se acerca en la fotografía en los momentos de respiro, instantes estos en los que el personaje interpretado por Jason Clarke se aleja de sus pensamientos más inciertos; a pesar de todo, son escasos y con ciertas zonas de sombra.
El montaje no deja de ofrecer sensaciones visuales con cada cambio de plano, sintiendo la mano de director y montador al unísono, donde el proceso creativo indaga entre los espectadores, buscando contar una historia de pasiones y entrega, aunque no sea al uso; no estamos ante una película trágica, aunque no carece de dramatismo, de un sufrimiento que es inherente a la raza humana.

Aunque cada persona posee sus propios y herméticos escondrijos, aquellas claves que modelan el personaje que representas por este mundo, la desesperación por mantenerlos ocultos, ajenos al resto de los mortales, pesa tanto o más que los infructuosos intentos de averiguar lo que se reservan algunas de las personas que se sitúan cerca de nuestro alcance.
Espero que pronto podamos disfrutarla por estas tierras.


Giorgio
17/09/2009

El Mirador Del Este Vol. 3

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SACRIFICIO: EL DESTIERRO DE LO SAGRADO
de Andrei Tarkovsky

Escribía Edgar Allan Poe que la ciencia todavía no había logrado demostrar si la locura era o no lo más sublime de la inteligencia humana. No creo que lo sea, pero es probable que resulte una de las vías de escape más recurrentes para los intelectos y los espíritus superiores en los tiempos actuales. Después del visionado de la película es evidente que el genio ruso pertenece a este selecto y cada vez más reducido colectivo.
“Sacrificio” puede catalogarse como una obra maestra tanto en el mensaje como en la forma. La situación de destierro en que se halla el hombre actual, con la constante pérdida de referentes transcendentales y una apabullante tendencia hacia el automatismo más atroz, queda perfectamente plasmada. La actitud del hombre que todavía alberga noción de lo sagrado se torna delirante y enfermiza, mantiene una pose flemática y despectiva ante el mundo moderno, en una lucha atávica por no sucumbir finalmente ante su influjo.
Andrei Tarkovsky sufrió en sus carnes este enfrentamiento. Su mentalidad paneslavista, que hunde sus raíces en los ancestros de la cultura eslava, fue desde un principio mal vista por el régimen comunista, receloso de la exhibición de símbolos religiosos en las salas de proyección, -algo que no sorprende en una ideología que es capaz de catalogar la música como “caos”- ·. Tarkovsky fue constantemente vigilado por las autoridades y finalmente, harto de las constantes mutilaciones e intromisión en su trabajo, acabó huyendo a Suecia donde rodó “Sacrificio” , su producción póstuma.
Dejando a un lado las cuestiones filosófico-religiosas, la obra final de Tarkovsky es una exhibición constante de recursos y talento cinematográfico. Imprevisible en cada toma, cada plano parece tener una fisonomía y una vida propia, no hay espacio para la ejecución rutinaria. La sensación de clarividencia y perfección es absoluta, Andrei borda lo sutil y lo accidental, hace convivir lo sublime con lo grosero, lo más vilmente profano con lo sagrado, porque tal vez esa fue su propia idiosincrasia.

“Sacrificio” es un testamento con un mensaje diáfano -pero que en esta tesitura moderna para muchos resultará encriptado- un émulo de Don Quijote a finales del siglo XX. Muy pocos árboles pueden crecer si la tierra está podrida.



Melmoth
14/09/2009

GORDOS: Inmenso estómago para tragar sin masticar, para aguantarlo todo

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No es una sensación extraña verse en particular reflejado en personajes ficticios, carentes de vida, de los que tan sólo observamos actitudes concretas en situaciones inventadas. En muchos casos, los actores representan fielmente este tipo de casos, sacudiendo tu fuero más interno, sacando a la luz aquello que permanece oculto durante la rutina cansina del día a día.
Las evidentes carencias afectivas, los oscuros deseos sexuales, el odio o la venganza, ejemplifican y se suceden como diferentes episodios de nuestra existencia, pese a lo cual, tamizamos en demasía por el bien social, y amparados en nuestro racional raciocinio, permitiéndome la redundancia.

De todas ellas, la más patente siempre resulta la que con más o menos fortuna, se asemeja a tu condición; es por ello que te provoca cierta ansiedad, desgana, incluso echas una ojeada a ambos lados de tu persona, para cerciorarte de que nadie ha visto que el rubor se ha presentado en tu casa sin llamar a la puerta. Ayer noté esa sensación durante la proyección de la película Gordos, de Daniel Sanchez Arévalo.
Sin duda, la muestra de personalidades distintas que transitan por el film, mezcla de soledad, de pánico, de guerrear para obtener la derrota, asolan durante toda la narración, y aunque exageradamente, perfilan su destino para llegar a la conclusión del cambiar para que nada cambie.

En inicio, la estructura es sencilla, partiendo de una terapia de gordos, el terapeuta trata de encontrar las causas de la obesidad, sin querer combatirla; al menos inicialmente.
Cada caso, reproduce las sensaciones que cualquiera puede percibir en situaciones de ansiedad, de nervios, de angustia. Usando la metáfora de tragar, de soportar todo lo que nos echen, en el trabajo, con tu pareja o tu familia, la historia se representa a través de cinco personajes con desafectos intensos, de peso, que provocan inquietud y desapego, aunque (no) siempre con una sonrisa. Es una película de actores, de personajes bien trazados, curvos, con capacidad para cambiar a pesar de la inmensidad de sus problemas. No todos. No siempre.

A pesar de un excesivo epílogo, que a mi entender no termina de rematar con todo el buen hacer que si está presente a lo largo del film, la película desentierra todo lo malo de fingir, de ocultar, compartiendo esa culpa con el público que presencie la cinta.
Utilizando como hilo conductor la panacea adelgazante que promete un conjunto de pastillas, nos perfila en cuatro fases, las distintas y progresivas variantes de una evolución contraria a la de una vida normal, aunque no carente de prejuicios y esquivas miradas ante lo raro, ante lo distinto.
Me cuesta creer que la fábula del patito feo, tenga cabida en nuestra sociedad actual, repleta de corsés y herméticos pensamientos, pese a creer que nuestra comunidad social es plenamente abierta de mentalidad.

Gordos, no es una película de gordos; Gordos, no establece una única dirección centrada en el problema de la obesidad, también desgrana lentamente las dudas internas de cada persona, sobre su condición de ser pensante, de ser humano, estableciendo para ello un núcleo de sensaciones ambiguas, paradójicas, que provocan en nosotros una contradicción.
Contradicción que nos hace débiles, que nos desplaza del rumbo que tenemos marcado, para en muchos casos sucumbir y bajar los brazos en señal de derrota, y en otros pocos, para flotar y elevar la cabeza en busca de nuevos horizontes.

Sin duda, y a pesar del continuo ir y venir de estados cómicos, edulcorantes artificiales que aderezan la película, en el subsuelo de ésta aparecen cómodamente los problemas que la sociedad actual conserva de antaño, y aquellos que ha generado como ente propia, pese a lo que aconseja la Historia.
No siendo un género especialmente atractivo para mí, sin alardes técnicos, sin destacar en exceso, es precisamente esa carencia la que hace de Gordos un film atrayente, incluso valiente; un fino rayo de luz en el paisaje actual cinematográfico español.


Girogio
11/09/2009
(In memóriam)

Sweet Corner Vol. 27

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Documento

Parece que uno de los géneros que más repercusión o crecimiento ha tenido en los últimos tiempos es el del documental. Hoy por hoy, en festivales, muestras y demás reuniones cinéfilas son exponente de denuncia y buen hacer. Me da la impresión de que este tipo de trabajos gozan, en la actualidad del beneplácito de un público que busca una salida al cine comercial e impersonal que se fabrica en el Hollywood actual, algo que les permita huir del encorsetado mundo de la imagen que se vende hoy por hoy.

El género documental hunde sus raíces prácticamente en los orígenes del cine, incluso, a lo largo de su ya dilatada trayectoria ha ido dando ejemplos de excelentes trabajos que pasaban desapercibidos por falta salas donde proyectar estos films. Fueron siendo relegados a la televisión o a festivales específicos reservados para esta forma de expresión. De todas maneras, desde mi opinión, se demandan cada vez más documentales de calidad que traten todo tipo de asuntos, que se salgan de las temáticas que se tratan normalmente. Algo que vaya más allá de los aspectos bélicos de la II Guerra Mundial o del genocidio nazi que son temas ya trillados, nace en los últimos años un afán superador de los clichés ya de sobra conocidos.

El otro día tuve la oportunidad de ver una de las últimas películas de Michael Moore: Sicko. Tengo que decir que me sorprendió gratamente, no por el contenido que era espeluznante, sino por la manera tan particular que tiene este cineasta de llevar las temáticas. Un argumento eminentemente trágico como es el de la sanidad en Estados Unidos, era presentado con una mezcla de acritud y sentido del humor que permitía un seguimiento ameno y entretenido. El hilo conductor eran los testimonios de los verdaderos protagonistas de este problema, los ciudadanos que padecen la falta de sanidad pública en un país desarrollado de primer nivel. Enarbolando la bandera de la libertad, los estamentos americanos defienden la capacidad del individuo para evitar intromisiones en su parcela sanitaria. ¿Qué supone esto? En primer lugar, la muy loable posibilidad de que cada cual sea el dueño de sus opciones médicas. Es decir, yo tengo dinero, yo contrato un seguro, yo voy a los hospitales que deseo y con los especialistas que más confianza me trasmiten. En segundo lugar, se eliminan impuestos, no es necesario pagar a la seguridad social y el ciudadano puede administrar su salud como desee. En tercer lugar, todos aquellos sin medios económicos, sin trabajo o con una enfermedad crónica que requiera un costoso tratamiento se quedan fuera de la esfera sanitaria, simplemente no optan a atención médica. Esto último ya es bastante grave, pero el problema más rotundo que me pareció ver en la sociedad americana es su tremendo individualismo, la cultura del hombre hecho a sí mismo. Si no puedes salir adelante no eres nadie.
La cuestión de fondo es la falta de ética de las aseguradoras médicas, la poca empatía para con los pacientes. El objetivo de estas empresas es el de sacar beneficios, hasta aquí todo en orden, la problemática viene del hecho de que estos se consiguen a costa de personas. Michael Moore planteaba la manera de trabajar de estas corporaciones, su fin, más allá de la práctica médica, era el de lograr que menos personas fuesen beneficiadas con los servicios que habían contratado. Un batallón de abogados, médicos y delatores estaban a su servicio para buscar cualquier resquicio legal que les permitiese evitar el pago de los costosos tratamientos. Cualquier enfermedad anterior, malos hábitos y otros aspectos de la vida privada de los clientes sirven de pretexto para no aprobar tratamientos u operaciones. El resultado, como no podía ser otro, es la muerte a cambio de dinero, el mercadeo con la vida.

Parece que el juramento hipocrático en algunos casos está reñido con la ayuda al enfermo, sobre todo en una comunidad como la americana, donde la solidaridad sólo se deja notar para besar la bandera. Como de costumbre los Estados Unidos siempre me resulta un caso sorprendente, un referente podrido que por desgracia nos guía hacia no sé dónde. ¿Quién sabe? Seguro que en un futuro se dilucidará nuestro camino que, como desde hace décadas, irá de la mano de nuestro hermano mayor americano.

Nacho Valdés

LA CAÍDA DE LA CASA USHER: Imágenes modernas construidas antaño

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En los albores del cinematógrafo, las particularidades de cada una de las películas que se realizaban, tomaban ese aire emprendedor de aquel pionero que indagaba en su propio trabajo para mejorarlo. No cabe duda que muchas de éstas carecen de lo que hoy en día llamamos ritmo fílmico, es decir que la lentitud se apodera de la construcción dramática y la narración se hace de forma precisa, metódica en algunos casos; bien es cierto, que para el espectador de la época, desacostumbrado a ver cine, posiblemente sin posibilidad de comparar lo que veía, aquello del ritmo pasase desapercibido.

Quizás, en algún momento concreto, las películas que fueron construidas hacia 1920, pusieran en tela de juicio los clichés de la época, y conformaran un universo en sí mismas que permitieran enseñar a sus espectadores lo que ofrecía la nueva tecnología: apertura industrial, nuevos inventos, revolución visual, y cultural; diversas formas de afrontar la visión del mundo, aquél que bajo la mirada del cineasta, se ofrecía en las pantallas de cine.
De lo que no estoy tan seguro, es de lo que ocurre hoy día con los autores cinematográficos.

De la película que nos ocupa se sacan conclusiones más que evidentes, en relación al valor de los contenidos cinematográficos y, supeditados a la historia, el de los aspectos formales de éstos.
La caída de la casa Usher, demuestra que la modernidad es absolutamente intemporal, no posee escenario, ni admite imposiciones de ningún tipo; tan sólo responde al talento, y de eso, no hay demasiado a día de hoy.
Jean Epstein, director del film, francés de cine y polaco de origen, propone multitud de caminos para ofrecernos una historia con un marcado aliento moderno. Partiendo de uno de los textos más célebres de Edgar Allan Poe, Epstein resulta un creador futuro, ambivalente realizador, apegado a lo bueno, capaz de generar multitud de formas distintas para imbuirnos en el universo oscuro y ralentizado de Poe. Quizá por ello, Luis Buñuel fuera su ayudante de dirección.

De todos los elementos que pone de manifiesto en la película, son muy significativos las exposiciones dobles, las cámaras suspendidas en el aire, pesadas y rudas, moviéndose hacia atrás a modo de travelling, o el uso acertado de la música, como elemento constructor de la psicología de los personajes.
Utilizando maravillosos decorados, con una puesta en escena que nos acerca al impresionismo alemán, tan afamado en manos de Murnau, Epstein domina con buena mano los tiempos de la película, acercándonos poco a poco, de la misma forma que se acerca uno de los personajes principales, a través de los bosques, del fango, manteniendo la atención en el extraño extranjero que arriba al pueblo en el que transcurre la acción. La alternancia de grandes planos generales, describiendo el entorno boscoso que rodea la casa, con los planos cortos de los rostros angustiados y extraños por las circunstancias que alimentan la narración de la historia, poseen un valor fílmico de una gran y elevada entidad.

Me entristece ver este tipo de cine, sobre todo porque veo una involución en nuestros cineastas, que se opone al constante movimiento de avance que merece este arte.
Sin citar nombres, las aberraciones en el tratamiento de las historias, las continuas y erradas selecciones de planos, la falta de creatividad, de talento, y sobre todo, la inapetencia de cambiar el panorama audiovisual, más aún el español, me obligan a retrotraerme casi 70 años, para poder contemplar una auténtica y firme obra moderna.


Giorgio
04/09/2009

Sweet Corner Vol. 26

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Pedagogía

Es la pedagogía una ciencia, si se puede llamar así, errante y universal. Es decir, el hecho de la enseñanza, desde los más nimios hasta los más intrincados hechos, es algo connatural a toda cultura. De hecho, ésta es la clave de la endoculturación. Sin esta disciplina ni tan siquiera sería posible, la sociedad se extinguiría si no se trasmiten los conocimientos acumulados. Toda organización social necesita de una persona o grupo que sea capaz de trasladar la sabiduría básica hasta la siguiente generación. Se convierte así en un lugar, el de la enseñanza, en el que confluyen grupos humanos de distintas épocas. Aquí es donde se produce la problemática, cómo lograr que se muestre interés por lo vertido durante la actividad pedagógica.
La lectura, como paso obligado para la formación de la persona, continúa teniendo un lugar preeminente para el cultivo del espíritu. La cuestión a la que llevo dando vueltas es a la mínima pasión que produce esta actividad entre mis pupilos aunque, huelga decir que está entre mis obligaciones la de dotar de interés a la literatura. Normalmente, el alumnado se divide entre los que tienen hábito de lectura, los que bajo recompensa se acercan a un libro y acaban disfrutando y los que, bajo ningún concepto aceptan la lectura como hábito positivo, como disfrute o como aprendizaje. Esto provoca que la persona socave gradualmente su nivel cultural con respecto a su generación, relegándose a un segundo plano por su propio píe. Considero, que además de otros rudimentos, el hábito de lectura se convierte en una distinción que logra ciudadanos cultos, responsables y abiertos a las opiniones de los demás. El lado contrario es el de la ignorancia, el oscurantismo y el sectarismo que se nutre de la falta de mundo, en este caso de mundo literario en todas sus vertientes.
El tema viene dado de la siguiente manera: desde mi punto de vista, se ha perdido la lectura como referente educativo. Sin ir más lejos, por mi experiencia, puedo afirmar que son pocos los profesores capaces de expresarse por escrito de manera correcta o de llevar a cabo una lectura mínimamente compleja. Con este ejemplo difícilmente el alumno tomará partido por un libro, se quedará apegado a las formas de transmisión de conocimiento de su época. Porque, aunque parezca mentira, los medios expresivos, se han multiplicado en los últimos años hasta llegar al infinito. El adolescente de hoy en día cuenta con una ventaja con respecto al profesor semianalfabeto que se encuentra entre dos mundos (el digital y el analógico), tiene de su parte el poder de la imagen. Una persona nacida después del año noventa, prácticamente de manera innata, es capaz de desentrañar el mundo digital de la imagen sin mayores problemas. Y lo que es más interesante, es capaz de posar su atención y de retener una gran cantidad de imágenes (que no es otra cosa que información) de entre la gran profusión que nos bombardea desde que nos levantamos.
Mi reflexión, por tanto, lleva el siguiente camino: ¿debemos contentarnos con el fracaso educativo para con aquellos que desdeñan la literatura, o por el contrario, estamos obligados a buscar nuevas formas de trasmisión de conocimientos? La respuesta, para cualquier persona con un mínimo de sentido común (algo difícil de encontrar en el ámbito didáctico), está clara. Es necesario el reciclaje en el mundo digital, el lograr unir el pasado y el presente con el nexo común de la imagen. Como ya he dicho en muchas ocasiones, es la imagen uno de los universales de los seres humanos, desde las pinturas rupestres, hasta Internet. Considero el mundo audiovisual como una herramienta imprescindible para el mundo contemporáneo, para conseguir sembrar en nuestros educandos la cultura necesaria para conseguir abrir sus mentes. Después cada uno que haga lo que quiera, eso sí, siempre desde el carácter crítico y reflexivo que el conocimiento otorga.
No quiero con esto dejar de lado la literatura como medio principal de ilustración, puesto que tendría que expresarme de otra manera, lo que considero es que hay que hacer sitio al mundo de la imagen para poder estar, como diría Ortega y Gasset, a la altura de los tiempos.

Nacho Valdés