El Mirador Del Este Vol. 6

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LA SOMBRA DE NUESTROS ANCESTROS; la realidad como mera cuestión perceptiva.
de Sergei Paradjanov


Hay ciertas cosas en la vida que resulta muy difícil explicar mediante el lenguaje, otras, simplemente, imposible. La narración del director armenio nos presenta este problema, la dificultad o imposibilidad de ser juzgada o delimitada con un mínimo de certeza.
Bajo el pretexto de un guión rutinario, Paradjanov desarrolla un exuberante ejercicio de arbitrariedad creativa. En una concatenación pendular de imágenes, que parecen no sustentarse en ningún eje, se dan relevo infinidad de registros cinematográficos, muchos difícilmente catalogables hasta la fecha. Por momentos, la película se perfila como un collage con diversos estilos de dirección. Se pueden encontrar afinidades con Tarkovski, Herzog, Pasolini o incluso Buñuel. Lo sorprendente, es que al mismo tiempo emerge una filmación absolutamente genuina e intransferible. Para comprender el absurdo racional de cómo una creación puede ser a la vez ecléctica y única, sólo basta con adentrarse en ella y dejarse avasallar por la inverosímil percepción del artista soviético. Sergei Paradjanov sería capaz de cuadrar el círculo.

El detalle, casi antropológico, de las primeras secuencias, puede arrastrarnos a pensar que estamos ante una película documental sobre el campesinado ucraniano o ruso de antaño. La insistente recreación de la cámara en motivos ornamentales, utensilios e indumentaria -todo mimetizado con la música de la época- nos incita a creer que nos hallaremos ante un original y enriquecedor incunable sobre los usos y costumbres de los mujiks. Hasta aquí todo parece evolucionar de un modo lógico. Pero en este punto comienza una verdadera labor de escapismo cinematográfico. Paradjanov rompe las coordenadas de lo racional, las empequeñece, las dilata o las disloca a su absoluto albedrío. La siguiente secuencia representa un “locus amoenus” o lugar idílico. El método de dirección varía súbitamente, el espectador empieza a desorientarse, pierde el vínculo que le aportaba el guión. Lo impredecible ya no llega con cada cambio de secuencia, ni tan siquiera con cada cambio de plano, dentro del mismo se puede esperar cualquier cosa. El interés de la historia entra en un bucle del que no acabará saliendo, con altos y bajos, pero siempre como excusa a la delirante creatividad del director. Los movimientos más inopinados de cámara y los contrapicados extremos, se conjugan con el hieratismo y frontalidad de la iconografía ruso ortodoxa, en una singular coreografía.

A partir de una historia lineal y sencilla, el creador armenio provoca la sensación de que podría haber despachado sin esfuerzo varias obras de carácter universal, siempre que hubiera seguido unas mínimas pautas convencionales. Habría firmado un documental antropológico excepcional, una mágica alegoría onírica, un musical o un drama realista. Pero termina convirtiendo todo en un complejo caleidoscopio o en un cubo mágico de Rubik, no por ser incapaz de aunar en una misma película varios registros con éxito, sino porque Paradjanov se asemeja a un niño pequeño autista, que se divierte jugando con su ingente talento y no persigue la insulsa gloria humana ni el reconocimiento exterior.
Cualquier calificativo positivo es aplicable a esta “composición”. Muchos negativos también, pues llega a desquiciar con facilidad y por su egoísmo termina faltando al respeto del espectador –esto último no sé si es un defecto o una virtud-. Pero no me encuentro en posición de censurar algo que me desborda tanto artística como cinematográficamente, pues el único criterio válido sobre esta obra se consigue visionándola.

Tal vez el director armenio haya intentado penetrar psíquicamente en la percepción que tenían de la realidad nuestros ancestros. De haberlo conseguido, queda de relieve la distancia sideral entre éstos y la civilización moderna, que se ha encargado de desgajar cualquier atisbo de belleza y espiritualidad, arrojándolas al despectivo terreno de la “superstición” y de la ignorancia.


Melmoth.
01/10/2009

3 comentarios:

Giorgio dijo...

Me fascina este nuevo y desconocido director armenio.
Ya tengo ganas de visionar la obra que Melmoth desgrana con meticulosidad, y contemplar aquel estilo de Paradjanov.

Gran artículo, Melmoth; una observación, ¿en que lugar de la balanza te sitúas respecto al insulto hacia el espectador?

Intuyo cuál será tu respuesta, pero me gustaría leerla.

Saludos,

Nacho dijo...

Creo que la respuesta a la pregunta de Giorgo queda implícita en el escrito aunque quizás, como bien dice, el verlo por escrito puede aclarar la postura.

Me ha fascinado el enfoque que anuncias en el artículo de este director, creo que me armaré de paciencia y me veré este film que tiene pinta de descorazonador y motivante al mismo tiempo. Parece que la fuerza del mismo está en la amalgama de capacidades y recursos que despliega este artista.
Ya veremos qué pasa.

Abrazos.

Anónimo dijo...

creo que cualquier creación artística debe ser un ejercicio de egoísmo, aunque como espectadores, lectores u oyentes nos pueda perjudicar a veces. Supongo que el arte sirve más para expresarse que para comunicarse. No lo tengo claro, pero prefiero un director que "pase" de lo que le conviene al espectador, que uno condescendiente.
Un abrazo.
PD; la boda estuvo cojonuda, gracias por la cena.

paco