Sweet Corner Vol. 59

|



Faltas de asistencia

En ocasiones una ausencia supone la presencia del desaparecido y, desde la lejanía, se trabaja en silencio para la siguiente incorporación. El motivo de este arranque se debe a mi disidencia, por motivos justificados, de la pasada semana. Me resultó imposible el realizar el artículo al que suelo ser fiel, salvo complicaciones exageradas, todas las semanas.
Mi ausencia se debió, como no podía ser de otra manera, a motivos laborales. Tuve que acompañar a mis alumnos de segundo de bachillerato a las pruebas de selectividad que tanta guerra ofrecen a todos los que se presentan. El caso es que, durante las decenas de horas muertas que tuve que pasar de espera, fui testigo de como cientos de alumnos iban desfilando por los tribunales que les estaban examinando. Durante este tiempo, tuve ocasión de reflexionar sobre el artículo perdido y sobre el que en este instante estoy elaborando, por lo que la ausencia permitía mi presencia intelectual desde el pasado. O sea, el germen del presente escrito estaba naciendo una semana atrás y lleva imbricándose en mí a lo largo de días, una especie de proceso de maduración.
A donde me llevó mi pensamiento fue a la futilidad y magnificación de la formación académica, lo ridículo de las pruebas por las que estos jóvenes tenían que pasar. Me explico, se supone que este tipo de exámenes son una garantía de la madurez mental y académica de los que por ellas pasan. Supuestamente, la calificación de cinco es garante suficiente para que una persona pase a la universidad para emprender sus estudios superiores. Es increíble la presión a la que son sometidos, las esperanzas que se concentran en unas cuantas horas cruciales y lo poco resolutivo que finalmente resulta el superar tal atracón de conocimientos.
Hago referencia, sobre todo, a todos aquellos que tengan ínfulas artísticas. Toda formación que hayan adquirido en el bachillerato, después en la universidad será fatua si no son capaces de impulsar ellos mismos su aspiración profesional. Resulta residual el tiempo y contenido que a las disciplinas artísticas se dedica en la educación actual, son pocos, a no ser que hagan unos estudios paralelos, los que consiguen una orientación, aunque sea mínima, para lanzarse a la creación. Parece ser el pragmatismo, el rendimiento económico y el triunfo social lo único que interesa a nivel formativo. Da la impresión que son únicamente aquellos que desean ser profesionales del análisis, ya sea por empuje familiar o por vocación, los que reciben un respaldo institucional para desarrollar sus proyectos.
En los últimos tiempos se ha instaurado un bachiller artístico, desconozco sus contenidos, pero de lo que sí tengo constancia es de que se trata de una vía minoritaria que pocos se empeñan en desarrollar. Sería interesante que futuros escritores, cineastas, pintores y demás creadores tuviesen un respaldo significativo y una formación básica para que de esta manera se desarrollase su vocación. Es frustrante el tener empeño creativo y no saber qué hacer, dónde dirigirte o por dónde empezar. Si de verdad se pretende fomentar la creatividad, crear un fomento de las artes desde el Estado; es en estas etapas donde se debe empezar a trabajar. Si no hay una educación de base lo más probable es que se frustren las esperanzas de estos ulteriores creativos.
No sé si cambiará el panorama en un futuro, pero lo que sinceramente espero es que los jóvenes de hoy que sufren el desamparo institucional en los temas apuntados, tengan la fuerza suficiente para sacar adelante sus proyectos vitales.

Nacho Valdés

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que más me preocupa del caso es el futuro de estos chicos. Les quedan años de carrera y para buena parte de ellos escasas expectativas laborales, o tal vez nulas en caso de los más creativos.
De todos modos viendo los derroteros de la "cultura" actual no sé si es conveniente que el estado intoxique a sus jóvenes talentos, por la probable politización del arte.

Un placer leerte.


Melmoth.