LA ALDEA MALDITA: realismo español en el devenir cotidiano

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Fruto de la búsqueda de localizaciones para una película, Florián Rey encuentra el motor para desarrollar una nueva historia, aquella que relata los acontecimientos de una aldea que tras varios infortunios comienzan su forzado exilio. La aldea maldita arranca en un espacio tortuoso donde la lucha de fuerzas antagónicas adquiere formas reconocibles: lo rural y lo urbano, el hombre y la mujer, el rico y el pobre.
Durante la proyección de la película, se mantiene muy clara la idea de cine español, como transmisor de la idiosincrasia de un país, ofreciendo una panorámica muy precisa, y desde una perspectiva que pretende no desviarse del naturalismo; un realismo natural que no está exento de consecuencias negativas, pero que asemeja la dualidad campo-ciudad al concepto del bien y del mal, todo mezclado y adulterado por la constante presencia y acción del género femenino, encarnados principalmente en dos de los personajes principales.
Mi interés se centra fundamentalmente en dos aspectos, por un lado en uno de los grandes temas del film, la migración, cuya causa se fundamenta en una crisis económica fuerte, provocada por una cosecha devastada, y cuyas consecuencias alcanzan los comportamientos éticos y morales, bajo el trasfondo de un realismo cotidiano y rural. Por otro lado, no sólo lo que cuenta puede tildarse de moderno, sino que la manera de narrar busca recursos que posibilitan descripciones estrictamente visuales, con planos largos en tiempo y espacio, bien compuestos, utilizando recursos provenientes del expresionismo alemán o del cine soviético, como el juego de luces y sombras o las grandes composiciones generales repletas de referencias icónicas, en este caso bíblicas. 
Es por tanto, una realización fílmica que elude todo tipo de efectismo para buscar el estatismo, la inmovilidad en el movimiento de cámara y en el interior de los elementos que componen el plano, buscando y encontrando una sólida narración enclavada en el realismo, en este caso rural, contrapuesto, se intercalan los planos rápidos y los movimientos dinámicos en un entorno urbano antagónico al protagonista principal: el pueblo campesino, como personaje colectivo, sobrio, veraz y humilde.
Bien es cierto, que pese a buscar el realismo de manera perenne, sus continuas referencias bíblicas en forma de metáfora visual, le resta cierta veracidad al concepto de cotidiano, a pesar de usar estos recursos con sigilo e inteligencia visual (dicho lo cual, no es común en muchas películas actuales, y no sólo españolas); son numerosas las muestras neotestamentarias, como los nombres de los personajes femeninos, Acacia y Magdalena, el apedreamiento de Acacia o la cruz como símbolo.
Una muestra más de la importancia del contexto en el que se desarrolla el film, aquel que nos permite potenciar la idea de nacional, de identidad nacional, es Castilla, excelente bastión de la representación más castiza y nacional, esplendorosa antaño, ruinosa ahora: solo desde Castilla se puede renacer, y la demostración visual de esta idea se sucede de manera sistemática en la película.
Y en relación a Castilla, de nuevo aparecen muy diferenciados los espacios destinados a ocupar por el hombre y la mujer, así como los efectos que el comportamiento de cada uno tienen en la sociedad en la que discurren los personajes; la virilidad y la pureza del hombre, la degradación y la fertilidad de la mujer, representados por Juan y Acacia respectivamente, aportan la dicotomía de Castilla, su orgullo y recuperación, su ruina y decadencia, están relacionados con ambos personajes y de manera respectiva.
No es fácil interpretar estas dobles relaciones en una época, la de 1930, en la que el cine mostraba imágenes censuradas y cortadas por aquellos que consideraban a éstas en tentativa de dañar o alterar los pensamientos del pueblo, sobre todo de la mano de la iglesia católica; F. Rey consigue provocar la reflexión otorgando al censor “carnaza”, analogías bíblicas para contar una historia repleta de realismo, y que mostraba una imagen cruda y real de los problemas que sufrían en uno de esos pueblos españoles.

Por concluir, la aportación que desde La Aldea Maldita se hace al concepto de lo nacional, como cine perteneciente a un país, facilita la transmisión del concepto de cine como propaganda, en tanto en cuanto quita o confiere prestigio a las naciones contextualizadas y filmadas por las películas.
Pero desde la perspectiva técnica y artística, la película posibilita un lenguaje narrativo y visual repleto de sibilinas metáforas, puestas al servicio de la trama, de la consecución del argumento, hecho, que de obvio, es significativo en los tiempos que corren.

Giorgio
08/12/2010


1 comentarios:

Nacho dijo...

Esta película parece que toca elementos que son para mí imprescindibles e interesantes.

Por un lado la degradación de la vida rural a favor de la pujante vida urbana, la manera en que esta última va olvidando y enterrando todas las tradiciones y modos de vida.

Por otro lado, las referencias bíblicas tan arraigadas en el espíritu nacional que este film parece retratar desde un punto de vista realista; sin concesiones.

Bendito retorno.

Abrazos.