Sweet Corner Vol. 92

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Lugares de interés

La dos, ese reducto de calidad que todavía se puede encontrar entre la decadente oferta televisiva, está ofreciendo una serie de documentales históricos que considero deberían ser de visionado obligado para toda persona que se precie de poseer una cultura, al menos, mediana. Por lo menos en mi caso, aunque la temática está más que manida, me está permitiendo entender y aprender numerosos aspectos desconocidos acerca de la Segunda Guerra Mundial.
La oferta documental, de la que ha en múltiples ocasiones he alabado su capacidad didáctica, comenzó hace ya un par de meses con el documental francés (repartido por entregas de cincuenta minutos) Apocalipsis. Este trabajo impecable y objetivo tiene la novedad, pues el metraje sobre este período es inabarcable, de contar con muchos minutos inéditos proporcionados por las cámaras oficiales de los ejércitos que participaron en la tremenda contienda. Desde mi punto de vista, obviando la elegante narración cronológica que nace en 1939 y llega hasta el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón (que curiosa paradoja histórica la que se está produciendo en estos momentos) de 1945, el gran valor que supone esta producción es el nuevo punto de vista que ofrecen las cámaras amateur de los integrantes del ejército americano, francés, alemán y ruso. Ese era un punto de vista al que no se había llegado pues, a mi entender, la mayoría de trabajos anteriores estaban apoyados sobre un fondo fílmico limitado y que obligaba una y otra vez a volver sobre los lugares comunes que todos ya conocíamos. De todas formas, e independientemente de la gran cantidad de imágenes que ya existían, destacan las que he estado visionando por suponer un acercamiento más humano y personal a la contienda. Se trata de una amalgama de punto de vista personales que podríamos identificar con cualquiera de nosotros, gente normal inserta en una situación extraordinaria por lo caótica y complicada que se volvió. Personas que desempeñaban sus funciones civiles en sus respectivos países y que acabaron luchando contra una amenaza abstracta y distorsionada que venía publicitada desde sus Estados. Estos individuos anónimos de los que no quedan casi vestigios, a los que ni tan siquiera se puede incluir en los créditos finales, resultaron ser trascendentales casi medio siglo después para comprender una guerra que casi acaba con la civilización tal y como la entendemos. Me resultó especialmente llamativa la última entrega en la que, a modo de homenaje a estos héroes anónimos, se ofreció una muestra del trabajo que realizaban estos abnegados e inconscientes documentalistas (digo inconscientes pues probablemente no conocían el calado de la función que estaban desempeñando y, desde luego, no albergarían ninguna intencionalidad divulgativa). En los últimos minutos de metraje el espectador se hace testigo de cómo los cámaras de guerra tenían que dejar el fusil a un lado para, con su pesada cámara cinematográfica sobre el hombro, lanzarse a por una buena toma esquivando los disparos enemigos.
La segunda oferta del canal minoritario y que se ofreció a continuación del ya mencionado Apocalipsis, fue la serie documental titulada Cazadores de nazis. En esta ocasión, y como su nombre indica, se centra en la labor de anónimos y sacrificados civiles que dedicaron su tiempo, dinero y esfuerzos a la persecución de aquellos gerifaltes alemanes que, ante la cobardía de quitarse la vida, huyeron camino de tierras más prósperas como las de Sudamérica. También hay un tratamiento muy pormenorizado del papel que cumplió el Estado de Israel, de las ejecuciones sumarísimas a las que condenaron a ciertos integrantes del ejército nacionalsocialista o de la deportación obligada y furtiva que realizaban con algunos de los más sanguinarios asesinos del terrible período en el que el nazismo alcanzó el poder y amenazó al mundo entero. Por otro lado, se denunciaba la ambivalente posición americana que lo mismo perseguía a un miembro del ejército alemán que le ofrecía trabajo y refugio. Como siempre, algunas potencias se dedican a pescar en río revuelto.
De todas formas, lo más emocionante de los trabajos que recomiendo es la función realizada por los anónimos cámaras o perseguidores de asesinos que, sin que su nombre brille en luces de neón, han hecho de esta civilización occidental un lugar en el que merezca la pena vivir.

Nacho Valdés

BLUE VALENTINE: Flash back desde el recuerdo, flash back para contar una historia de amor

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En el recuerdo de la narrativa cinematográfica, el uso del flash back posibilita dar una vuelta de tuerca a la línea de tiempo de nuestra historia, para no comenzar desde el principio sino desde la mitad, o quizás desde instantes antes del final.
Pero cuando lo que cuenta la historia, es un hecho cotidiano, dentro de las vicisitudes que emergen en el interior de la vida de una pareja, como tal, y en cada uno de los dos integrantes de la misma, por separado, el salto temporal incita a pensar en grandes alborozos y espectaculares momentos de tensión y acción; en Blue Valentine no es el caso, todo lo contrario al uso habitual de este recurso, manido en su ortodoxia, resulta original y efectivo cuando algún cineasta utiliza el viaje temporal para contar sin más: perfilar el personaje en la medida que el tiempo cinematográfico avanza consigue acercarnos emocionalmente a cada uno de aquéllos. 
Es así como se construye una historia, una película sin alardes esperpénticos ni argucias del montón, que no introduce ni un ápice de acción, más que la justa, ni un gramo más de tensión y dolor, solo el necesario: la clave es sumar, aportar ingredientes que permitan confeccionar una buena historia.

Desde aquí casi siempre me he dirigido en términos técnicos, ajustando mi lenguaje para hacer accesible las técnicas cinematográficas a los más profanos, para desvelar algunos entresijos sobre éstas. Hoy me destapo como un defensor de la historia, de aquello que se quiere contar y de cómo hacerlo, a partir de un buen planteamiento, todo responde, destaca y se percibe como un todo cinematográfico que tiene un reflejo en el espectador, de manera inmediata: el contacto emocional entre aquel que ve y aquél que crea.

De la historia, poco; una pareja, joven, con una hija, apasionados y emocionalmente cerca, van alejándose hacia el futuro desde el presente, aquél que tiempo atrás les vio tan cerca. Para refrescar su relación acuden a uno de esos moteles con habitaciones temáticas: eligen la futurista. Con un planteamiento así, qué puedes esperar: mucho, creedme.

Giorgio
28/02/2011

Sweet Corner Vol. 87

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La carrera a la falsedad

Siempre me pregunto, cuando se acercan estas fechas y los Óscar asoman la nariz, si se trata de un sincero trabajo académico o por si lo contrario es otro impostado asunto que se relaciona, más que nada, con el marketing. Considero, dada mi naturaleza escéptica y descreída, que se trata de una hábil estrategia publicitaria en la que se utiliza el palmito de los bellos actores para la promoción de estudios, películas y demás añadidos que van de la mano del mundo audiovisual actual.
Supongo, que en un primer momento, se trataría de un acto espontáneo en el que el mundo de Hollywood se reunía para rendir homenaje a sus compañeros de profesión. Es decir, se trataba de una excusa para unirse durante una cena en la que se intercambiaban opiniones, negocios y, seguramente, sexo a raudales. Algo así como las fiestas pijas que puedan realizarse en una urbanización de lujo en la que todos se conocen y todos saben a qué asisten. Además, y a pesar del férreo control que los estudios realizaban sobre sus estrellas por aquella época, se supone que la comunidad cinematográfica formaba una gran familia en la que cada uno tenía su rol. Es decir, seguro que se podía encontrar al típico tío crápula que, con un par de copas de más, echaba miradas lascivas y furtivas a las bellas mujeres que por ahí pululaban. Por supuesto, huelga decir que al llegar a su casa se encontraría con la bronca de su mujer que impotente ante su borrachera lo dejaría dormir hasta el día siguiente. También andarían por ahí las viejas glorias que como si fuesen eternas solteronas en busca de su partido intentarían encontrar un nuevo papel que les permitiese volver al candelero. El equivalente que se me ocurre para esta figura presente en casi todas las familias es la de las antiguas estrellas de cine mudo que, con la llegada del sonido, se quedarían relegadas a un segundo plano hasta que sus mansiones se derrumbasen sobre ellas. Por supuesto, y esto pasa en todos los lados, no puede faltar la sobrinita cañón que de una navidad a otra crece desmesuradamente y se convierte en el blanco de todas las miradas. En este caso, el equivalente adecuado es el de la estrella emergente que rápidamente se hace un hueco en el panorama audiovisual. Buena cantera de jovencitas es la factoría Disney que es especialista en crear, elevar y fagocitar estrellitas adolescentes.
Aunque, por encima de todos los personajes nombrados, como maestro de ceremonias del Hollywood más clásico yo citaría a Errol Flynn. Este artista puede ser considerado el más disoluto y soñador de cuantos actores y divos han pasado por Los Ángeles. Este tío, con su porte de galán, ocultaba bajo su serena y bella apariencia un devorador de jovencitas que hizo del sexo, el alcoholismo y la drogadicción un modo de vida y una seña de identidad. Vamos, una especie de antihéroe al que ocultamente todos nos gustaría parecernos para romper con las molestas convenciones. Parece ser que las fiestas que montaba harían palidecer a las que se realizaban en el teatro Kodac y que si eras alguien tenías que estar invitado, en caso contrario te convertías en pusilánime y no estabas en la onda. La leyenda dice que tenía instalada una cuerda hasta el techo en su recibidor y que le gustaba jactarse de la forma física de la que había hecho gala en Robin Hood y se descolgaba ágilmente como si estuviese en el bosque de Sherwood. También se contaba que el tipo tenía un pene descomunal y que lo usaba para aporrear el piano mientras sus invitados, supongo que féminas la gran mayoría, se deleitaban con la actuación. Al final su vida se convirtió en un ir y venir de los tribunales mientras se casaba y se divorciaba en al menos cuatro ocasiones. El más sonado de sus pleitos, que dejó muy tocada su imagen pública, fue la acusación de violación de una menor que supuestamente se produjo en un yate de su propiedad.
Aquellos sí que eran buenos tiempos para la festividad hollywoodiense y no como ahora que todo supone una medida estrategia publicitaria y no queda ya gente realmente auténtica. Una lástima que figuras realmente artísticas y entregadas con pasión a su autodestrucción estén en vías de extinción, pocos son los que se ofrecen con semejante desmesura a su profesión y a los desenfrenos del éxito con tanta coherencia como lo hacía el bueno de Errol.

Sweet Corner Vol. 85

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El poder educativo de la imagen

Las explicaciones, los libros de texto y demás recursos del profesorado son fundamentales para que las sesiones lleguen a buen puerto y se logre la comprensión de ciertos fenómenos. Sin embargo, existen acontecimientos que, por su grado de inverosimilitud, resultan difíciles de compartir con adolescentes. Estos chavales, al igual que nos pasaba a nosotros, pasará a nuestros hijos y le ha pasado al conjunto de la humanidad, adolecen de una falta de experiencia que les conduce a una pérdida de perspectiva con respecto a ciertas cuestiones que a mí se me antojan fundamentales.
Una de las temáticas que más me gusta abordar en mi materia es la referente a los distintos regímenes políticos que existen y que han existido, desde las monarquías absolutas, hasta los regímenes democráticos y pasando, de manera obligada, por el auge de los totalitarismos que se dio en el siglo XX. Resulta a veces una tarea baldía el hacerles comprender a estos chicos la enorme fortuna con la que vivimos y los grandes logros alcanzados a nivel social, el haber crecido en un ambiento confortable provoca que se pierda perspectiva histórica con respecto a la progresión social y descenso a los infiernos que se vivió durante el siglo pasado. Por supuesto a mí me sucedía lo mismo, siempre he vivido en un régimen democrático, de hecho la Constitución vio la luz el mismo año que yo, y cuando tenía su misma edad desdeñaba o no caía en la cuenta de los graves asuntos que trataban de explicarme mis antiguos profesores. De lo único que me enteraba era que tenía que aprender una serie de acontecimientos para superar un examen y que, al menos en mi círculo, los nazis eran los malos y los aliados los buenos. Poco más saqué en claro de mi etapa en educación histórica. Sin embargo, fue con posteridad cuando comencé a interesarme por temas que me resultan tan importantes como la reflexión acerca de los vaivenes políticos que a nivel social hemos experimentado. Este acercamiento al fenómeno lo realicé por motivos obvios. El primero fue la obligada reflexión filosófica sobre este asunto que forja nuestra carácter individual y cultural, el segundo fue el interés intrínseco que para mí tienen estos temas y que me llevó al estudio desinteresado y ocioso de los mismos.
De todas maneras algo faltaba, todavía no tenía presente de manera clara el discurrir de ciertos acontecimientos que si no los ves de alguna manera no te haces consciente de los mismos. Las cifras de muertos, devastación, toneladas de bombas lanzadas y fechas de combates y acontecimientos se tornan frías estadísticas a las que te acostumbras y de las que tomas distancia debido a la gran profusión de las mismas. Es aquí donde la ficción o el documental pueden hacer presente la realidad histórica desde una perspectiva más humana, más sentida. He visto infinidad de trabajos en torno a la Segunda Guerra Mundial y el auge de los totalitarismos, multitud de películas que trataban desde distintos ángulos este asunto y sería capaz de destacar muy buenos trabajos recomendables para la formación de jóvenes y mayores. Pero, por encima de todas estas producciones, sitúo El pianista de Polanski. Es sabida mi debilidad por este creador pero, en esta ocasión, se trata de un reconocimiento sincero a un trabajo bien hecho que puede llevar al corazón de una fractura que escindió el humanismo europeo. El acierto del film se encuentra en varios puntos que me gustaría destacar: Primeramente hay que tener en cuenta la biografía de Roman, también judío y también habitante durante su niñez del gueto de Varsovia. Seguidamente, hay que recordar que se trata de un guión adaptado sobre la novela biográfica homónima de Spilzman. Estos dos elementos son suficientes para dotar a la narración de la verosimilitud suficiente para destrozar el corazón de los espectadores pero hay más, Polanski tiene el acierto de narrar esta terrible historia tomando la distancia suficiente como para que no resulte partidista el tratamiento que hace de los acontecimientos. Simplemente cuenta una historia de manera magistral con un uso de la cámara que parece situarnos como testigos privilegiados de la historia. Por otro lado, iluminación, fotografía y todo el trabajo artístico es simplemente maravilloso y nos lleva hasta el centro de una ciudad centroeuropea devastada por el mayor conflicto de la historia.
Esta película es la que estamos disfrutando esta evaluación yo y mis alumnos de Cuarto de secundaria. A pesar de lo crudo de la propuesta, se están acercando a mí con interesantes reflexiones que no creo que no viesen la luz si no fuese por el trabajo audiovisual de este director polaco. Por estos motivos, reivindico de nuevo desde este espacio el uso de la imagen para la educación de las nuevas generaciones habituadas más que nosotros con este tipo de lenguaje.

Nacho Valdés

Sweet Corner Vol. 83

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Algo huele mal en Dinamarca

Que algo huele mal en la sociedad actual es algo evidente y patente desde hace tiempo, el que sea en Dinamarca u otro lugar ya es algo circunstancial. De hecho, me consta que en los países nórdicos europeos no existe la crispación con la que contamos en otras zonas del mundo. Está claro, a la vista de los últimos acontecimientos, que algo no funciona de la manera correcta, que existe un gran desequilibrio y que estamos volviendo a reproducir viejos esquemas con sus ya consabidos problemas. Es decir, parece que está produciéndose una involución en lugar de progreso que cabría esperar de sociedades aparentemente racionales.
Como primer y fundamental problema creo que nos encontramos con la falta de moralidad característica de la sociedad competitiva en la que nos encontramos. Resulta, y esta es una de las particularidades del capitalismo, que el libre mercado ha permitido, mediante la ausencia de injerencias estatales que se produzcan una serie de abusos con el resultado de ruina para gran parte de los estratos sociales. Parece que este libertinaje lo que ha logrado es que la riqueza haya ido a parar a unos cuantos nichos que han dejado desprotegido a los eslabones más débiles de la cadena. ¿Y qué solución puede encontrarse ante esta problemática? ¿Intervención por parte del Estado? Se me podría reprochar que esto supone un recorte de nuestras libertades, que la autoridad estatal metida en el libre mercado acabaría con parte de los derechos conquistados a lo largo de la historia. Estoy de acuerdo, pero resulta que es esto precisamente lo que ha ocasionado el sistema de mercado obsoleto en el que nos movemos, la intervención de los gobiernos con medidas extremas (como préstamos a entidades bancarias que no pueden hacer circular dinero o recorte de empleo público) para remontar la crisis que nos acecha. ¿Y cuál es el motivo por el que hemos llegado a esta situación? Pues tal y como decía, creo que está en la falta de escrúpulos de una sociedad competitiva en la que prima el beneficio sobre la honestidad. ¿Y por qué se produce esta situación? Pues, a mi entender, porque estamos empapados de la cultura americana del self made man, del hombre hecho a sí mismo que medra gracias a su esfuerzo y que no ve como horizonte si no la consecución de sus objetivos. Es decir, prima la individualidad que supuestamente provocará un beneficio para el colectivo pues, siguiendo una simple proclama utilitarista, a mayor número de individuos felices mayor felicidad tendrá el colectivo. Pero, ¿qué pasa con los individuos de la colectividad que no entran dentro de esta felicidad? La respuesta es evidente; se quedan al margen. Y esto es precisamente lo que ha sucedido en los últimos tiempos, creo que existe una mayor cantidad de insatisfechos que de personas realizadas en la actualidad y esto, con una evidencia aplastante, supone un problema difícil de solucionar.
La cuestión de fondo ante esta simplista explicación (por lo escueto del medio) de la situación actual se encuentra en la respuesta de la ciudadanía. Y ésta, desde mi punto de vista, brilla por su ausencia. Considero que hemos llegado a un grado tal de comodidad, estamos dominados de tal manera por el estado del bienestar que no somos capaces de enfrentarnos a una clase política corrupta, inútil y que solo rema en una dirección; la del olor de la influencia y del poder. En occidente muy mal tienen que ponerse las cosas para que alguien se lance a la calle a protestar, no hablo de nada extremista, solo mostrar nuestra disconformidad ante lo que ocurre (como hago con este escrito). Han tenido que ser los desheredados, aquellos que no tienen nada que perder, los que han nos han hecho patente el poder de la multitud unida. No es que la situación sea equiparable en un ciento por ciento, podría ser acusado de una lectura sesgada, está claro que el régimen en el que vivían estaba a años luz del que tenemos en los países presuntamente desarrollados pero, debo decir, que el pueblo tunecino ha dado una lección de pundonor ante la miseria política en la que se encontraba. En occidente no hemos llegado tan lejos o, para expresarlo con más exactitud, la situación no es tan desvergonzada y evidente como sucedía en este pequeño Estado árabe pero opino, y creo que no me equivoco, que el fondo de la cuestión política se acerca bastante. ¿Cuánto tiempo más vamos a esperar para que se escuche nuestra voz?

Nacho Valdés

Sweet Corner Vol. 82

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El fin de los tiempos

El cielo nos traerá el apocalipsis, llamas doradas arrasarán las tierras baldías por la desfachatada soberbia humana que no se agacha ante la omnipotencia divina, océanos de sangre cubrirán el mundo mientras un ejército de muertos volverá a la vida atraído por la incansable malicia intrínsecamente humana que nos arrastra a la destrucción.
La imagen es parte del eterno retorno que nos llevará una y otra vez a la repetición incansable de los errores del pasado que reproducimos en el presente para sembrar la destrucción de un futuro cercano. Cuerpos cercenados, restos metálicos que se retuercen en una sinfonía de crujidos y la marejada que lleva cadáveres flotando a la costa de la muerte cargada de mosquitos que devoran la carne violada por el fuego santificado por el imperialismo y el totalitarismo. Juventud desgarrada, locura transitoria que arranca, como una brizna de hierba, la vida frágil que pende del hilo de las fronteras alteradas por el afán de conquista y de poder. Dialéctica de andar por casa para destruir el mundo, fallos que no volverán a producirse mientras caminamos hacia la aniquilación total y sin paliativos que nos llevará de vuelta a la tierra que nos espera con ganas de que la alimentemos. Arenas blancas que se tiñen por las olas que llevan los restos de la batalla, lucha entre hermanos que ya lo son de sangre y que han dejado atrás a sus amigos, a los que han enterrado mediante el ritual que los devuelve a sus orígenes del polvo incorrupto que acabará formando parte de una playa de arena blanca teñida por la sangre de los guerreros.
Racismo encubierto que se eleva a los altares de la enemistad, rencillas con ojos rasgados y rostros pálidos cargados de odio y miedo ante lo desconocido. Grandes extensiones y sentimientos oceánicos que no dejan pensar sobre lo que deseas, lejos de los hijos que han quedado atrás al tiempo que miras por la ventana al volar para aterrizar en la pista de tierra que se llena de vegetación todas las noches. Olvidas que tu bolsillo tiene una carta, olvidas que tu memoria lleva el germen de lo eras y te conviertes en la punta de lanza de los megalómanos planes de los santurrones que creen saber hacia dónde caminar. Subes a la torreta y explota, vuelves a subir y vuelve a explotar; una y otra vez se repite el proceso mientras la lluvia de fuego apocalíptica cae sobre nuestras cabezas. Te entregas al odio y te deshumanizas, eres una animal que se arrastra y que persigue, mediante su olfato, a la presa esquiva que se ha pintado de verde la cara. Sus ojos te miran desde la oscuridad, parecen dos cuchilladas que rasgan la carne y que te enfrentan con lo más oscuro del alma humana; algo descompuesto que anida en el corazón de los hombres y que cíclicamente sale a la luz desde las tinieblas. Quieres gritar, rebelarte, subirte a la palmera que te eleve sobre el fuego, sobre el ruido y la furia que arrasa los frutos de la Naturaleza que grita contigo ante el horror que se eleva como una nube tóxica.
¿Volverá todo a ser como antes? Yo creo que no, les confieso a mis hijos por nacer. Ellos vuelven la vista a otro lado y deciden nacer y salir del vientre de su madre que fue abierto en canal mientras dormía entre sábanas de lino. Al final todo sale por los aires, dos pequeños chicos llegan volando y lo convierten todo en una ruina y elevan a la categoría de espectáculo la puesta en escena que habían estado preparando en el desierto lejos de las miradas ajenas que todo lo quieren saber.
Yo vuelvo a casa y todos me reciben, he liberado al mundo libre manchándome con las vísceras de los tipos que tenía delante. ¿Es esto verdad? ¿Estoy en un sueño? Cómo demonios voy a responder si ya no distingo la realidad del sueño, si mis oídos pitan y no soy capaz de apagar la luz por las noches. Algunas veces busco consuelo y me divierte pensar en mi propia muerte, ¿cómo es posible que yo haya regresado? No tengo respuesta pero siempre que me lo pregunto vuelven a mi cabeza los cuerpos desvencijados que flotaban en el océano rojo que se abría frente a mí, algunas veces me llaman y otras me dejan dormir. Espero que pronto olvide todo lo que pasó frente a las arenas blancas.

Nacho Valdés

Sweet Corner Vol. 81

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La ciudad infinita

Existen lugares que de alguna manera, supongo que de manera fortuita, destilan una especie de magnetismo que los convierten en increíbles destinos en los que recalar. Esto es lo que sucede con la ciudad de Roma, una especie de amalgama de épocas y distintas culturas que, sin lugar a dudas, tiene un gran peso en la cuenca mediterránea cuyo referente viene marcado desde la península itálica.
La primera toma de contacto con la capital de la región del Lazio es un tanto chocante. La llegada al lejano aeropuerto y los interminables minutos hasta la entrada a la urbe se hacen interminables y, de pronto, te das de bruces con un lugar descuidado y sucio en el que no se atisba ni un gramo de glamur que destilaba Anita Ekberg en La dolce vita. De hecho, te atrapa la impresión de estar llegando a cualquier ciudad española de segunda fila; un lugar provinciano y olvidado por la administración. Sin embargo, el cuño del viaje comienza variar rápidamente en cuanto se comienza a callejear en busca del hotel. Las avenidas se convierten en calles, las calles en callejones y acabas atravesando, entre un tráfico infernal, lugares por los que no apostarías que pasaría el transporte que te está llevando hasta las puertas de tu hotel. Una vez en tierra, arrastrando las maletas por el adoquinado, llegas a la recepción y la impresión inicial con el pueblo italiano no puede ser mejor. Se trata de gente eminentemente callejera y que comparte con nosotros, además de la cercanía idiomática y climatológica, un estilo de vida que hace que un español se sienta desde el primer instante como en casa. De hecho, se trata de personas habituadas al trato con el turista y saben cómo hacer que te sientas cómodo a pesar de encontrarte a miles de kilómetros de tu hogar.
El contacto rápido que se realiza nada más dejar las maletas, en las vías céntricas en las que recalamos, es confuso y alborotado y provoca la impresión de entrar una maraña humana de la que difícilmente podrás escapar en las siguientes jornadas. Sin embargo, al poco uno se acaba habituando y encontrando el espacio. Aún así, y a pesar de alguna sorpresa arquitectónica, no se trata de la metrópoli esperada.
Al día siguiente, sin embargo, la ciudad parece mutar. Con el cuerpo descansado y en jornada laboral de lunes la gente parece haber desaparecido, todos los rincones plagados de personas se convierten, como por arte de magia en lugares diáfanos que te permiten disfrutar del panorama sin sentirte agobiado y en pugna constante por el espacio. Aprovechando la situación favorable se llega a la zona de la Roma Clásica que, a mi modo de ver, es la más increíble y majestuosa de toda la ciudad.



Independientemente del espolio, deterioro y abusos sufridos por esa zona, mantiene impenitente el aire imperial que la elevó en su día a capital del mundo. Columnas, restos palaciegos, foros, el Coliseo y demás vestigios permiten una idea aproximada de la magnificencia que esos caminos adoquinados tuvieron que provocar en sus antiguos visitantes que venían de pequeñas agrupaciones que en nada se asemejaban a la Roma Imperial. Incluso, hoy por hoy, provoca en el visitante esa sensación y hay que tener en cuenta que se trata únicamente de unos restos que han sido conservados convenientemente desde fechas recientes.



Por supuesto Roma cuenta con miles de rincones en los que la creatividad clásica, neoclásica y contemporánea se entremezclan para crear un espacio único en el que conviven diferentes épocas y estilos artísticos. Pero, Roma no sería Roma sin el pequeño estado Vaticano que ocupa parte de sus terrenos. Aquí es donde se produce otro de los momentos cumbres de la visita pero, no por lo que debiera esperarse, no por motivos espirituales, sino por la aberración que supone la ostentación que la Iglesia católica, apostólica y romana hace de los cientos de años de robos y fraudes que lleva cometiendo. Se trata, el conjunto del Vaticano, de una especie de templo gigantesco que lejos de conducir al recogimiento lleva a la reflexión sobre el mercadeo y negocio que la curia eclesiástica se trae entre manos. Llega a provocar vergüenza ajena la ostentación innecesaria que desde la sede del papado se realiza y lleva al recuerdo de las órdenes mendicantes que nacieron como respuesta a esta situación que, pretendían para el papa; la condición de siervo de los siervos de Cristo. Supongo que este último estará sorprendido pues, después de expulsar a los mercaderes del Templo, estos se reconvirtieron en sacerdotes. Ver para creer.

Nacho Valdés