BLUE VALENTINE: Flash back desde el recuerdo, flash back para contar una historia de amor

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En el recuerdo de la narrativa cinematográfica, el uso del flash back posibilita dar una vuelta de tuerca a la línea de tiempo de nuestra historia, para no comenzar desde el principio sino desde la mitad, o quizás desde instantes antes del final.
Pero cuando lo que cuenta la historia, es un hecho cotidiano, dentro de las vicisitudes que emergen en el interior de la vida de una pareja, como tal, y en cada uno de los dos integrantes de la misma, por separado, el salto temporal incita a pensar en grandes alborozos y espectaculares momentos de tensión y acción; en Blue Valentine no es el caso, todo lo contrario al uso habitual de este recurso, manido en su ortodoxia, resulta original y efectivo cuando algún cineasta utiliza el viaje temporal para contar sin más: perfilar el personaje en la medida que el tiempo cinematográfico avanza consigue acercarnos emocionalmente a cada uno de aquéllos. 
Es así como se construye una historia, una película sin alardes esperpénticos ni argucias del montón, que no introduce ni un ápice de acción, más que la justa, ni un gramo más de tensión y dolor, solo el necesario: la clave es sumar, aportar ingredientes que permitan confeccionar una buena historia.

Desde aquí casi siempre me he dirigido en términos técnicos, ajustando mi lenguaje para hacer accesible las técnicas cinematográficas a los más profanos, para desvelar algunos entresijos sobre éstas. Hoy me destapo como un defensor de la historia, de aquello que se quiere contar y de cómo hacerlo, a partir de un buen planteamiento, todo responde, destaca y se percibe como un todo cinematográfico que tiene un reflejo en el espectador, de manera inmediata: el contacto emocional entre aquel que ve y aquél que crea.

De la historia, poco; una pareja, joven, con una hija, apasionados y emocionalmente cerca, van alejándose hacia el futuro desde el presente, aquél que tiempo atrás les vio tan cerca. Para refrescar su relación acuden a uno de esos moteles con habitaciones temáticas: eligen la futurista. Con un planteamiento así, qué puedes esperar: mucho, creedme.

Giorgio
28/02/2011

Sweet Corner Vol. 87

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La carrera a la falsedad

Siempre me pregunto, cuando se acercan estas fechas y los Óscar asoman la nariz, si se trata de un sincero trabajo académico o por si lo contrario es otro impostado asunto que se relaciona, más que nada, con el marketing. Considero, dada mi naturaleza escéptica y descreída, que se trata de una hábil estrategia publicitaria en la que se utiliza el palmito de los bellos actores para la promoción de estudios, películas y demás añadidos que van de la mano del mundo audiovisual actual.
Supongo, que en un primer momento, se trataría de un acto espontáneo en el que el mundo de Hollywood se reunía para rendir homenaje a sus compañeros de profesión. Es decir, se trataba de una excusa para unirse durante una cena en la que se intercambiaban opiniones, negocios y, seguramente, sexo a raudales. Algo así como las fiestas pijas que puedan realizarse en una urbanización de lujo en la que todos se conocen y todos saben a qué asisten. Además, y a pesar del férreo control que los estudios realizaban sobre sus estrellas por aquella época, se supone que la comunidad cinematográfica formaba una gran familia en la que cada uno tenía su rol. Es decir, seguro que se podía encontrar al típico tío crápula que, con un par de copas de más, echaba miradas lascivas y furtivas a las bellas mujeres que por ahí pululaban. Por supuesto, huelga decir que al llegar a su casa se encontraría con la bronca de su mujer que impotente ante su borrachera lo dejaría dormir hasta el día siguiente. También andarían por ahí las viejas glorias que como si fuesen eternas solteronas en busca de su partido intentarían encontrar un nuevo papel que les permitiese volver al candelero. El equivalente que se me ocurre para esta figura presente en casi todas las familias es la de las antiguas estrellas de cine mudo que, con la llegada del sonido, se quedarían relegadas a un segundo plano hasta que sus mansiones se derrumbasen sobre ellas. Por supuesto, y esto pasa en todos los lados, no puede faltar la sobrinita cañón que de una navidad a otra crece desmesuradamente y se convierte en el blanco de todas las miradas. En este caso, el equivalente adecuado es el de la estrella emergente que rápidamente se hace un hueco en el panorama audiovisual. Buena cantera de jovencitas es la factoría Disney que es especialista en crear, elevar y fagocitar estrellitas adolescentes.
Aunque, por encima de todos los personajes nombrados, como maestro de ceremonias del Hollywood más clásico yo citaría a Errol Flynn. Este artista puede ser considerado el más disoluto y soñador de cuantos actores y divos han pasado por Los Ángeles. Este tío, con su porte de galán, ocultaba bajo su serena y bella apariencia un devorador de jovencitas que hizo del sexo, el alcoholismo y la drogadicción un modo de vida y una seña de identidad. Vamos, una especie de antihéroe al que ocultamente todos nos gustaría parecernos para romper con las molestas convenciones. Parece ser que las fiestas que montaba harían palidecer a las que se realizaban en el teatro Kodac y que si eras alguien tenías que estar invitado, en caso contrario te convertías en pusilánime y no estabas en la onda. La leyenda dice que tenía instalada una cuerda hasta el techo en su recibidor y que le gustaba jactarse de la forma física de la que había hecho gala en Robin Hood y se descolgaba ágilmente como si estuviese en el bosque de Sherwood. También se contaba que el tipo tenía un pene descomunal y que lo usaba para aporrear el piano mientras sus invitados, supongo que féminas la gran mayoría, se deleitaban con la actuación. Al final su vida se convirtió en un ir y venir de los tribunales mientras se casaba y se divorciaba en al menos cuatro ocasiones. El más sonado de sus pleitos, que dejó muy tocada su imagen pública, fue la acusación de violación de una menor que supuestamente se produjo en un yate de su propiedad.
Aquellos sí que eran buenos tiempos para la festividad hollywoodiense y no como ahora que todo supone una medida estrategia publicitaria y no queda ya gente realmente auténtica. Una lástima que figuras realmente artísticas y entregadas con pasión a su autodestrucción estén en vías de extinción, pocos son los que se ofrecen con semejante desmesura a su profesión y a los desenfrenos del éxito con tanta coherencia como lo hacía el bueno de Errol.

Sweet Corner Vol. 85

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El poder educativo de la imagen

Las explicaciones, los libros de texto y demás recursos del profesorado son fundamentales para que las sesiones lleguen a buen puerto y se logre la comprensión de ciertos fenómenos. Sin embargo, existen acontecimientos que, por su grado de inverosimilitud, resultan difíciles de compartir con adolescentes. Estos chavales, al igual que nos pasaba a nosotros, pasará a nuestros hijos y le ha pasado al conjunto de la humanidad, adolecen de una falta de experiencia que les conduce a una pérdida de perspectiva con respecto a ciertas cuestiones que a mí se me antojan fundamentales.
Una de las temáticas que más me gusta abordar en mi materia es la referente a los distintos regímenes políticos que existen y que han existido, desde las monarquías absolutas, hasta los regímenes democráticos y pasando, de manera obligada, por el auge de los totalitarismos que se dio en el siglo XX. Resulta a veces una tarea baldía el hacerles comprender a estos chicos la enorme fortuna con la que vivimos y los grandes logros alcanzados a nivel social, el haber crecido en un ambiento confortable provoca que se pierda perspectiva histórica con respecto a la progresión social y descenso a los infiernos que se vivió durante el siglo pasado. Por supuesto a mí me sucedía lo mismo, siempre he vivido en un régimen democrático, de hecho la Constitución vio la luz el mismo año que yo, y cuando tenía su misma edad desdeñaba o no caía en la cuenta de los graves asuntos que trataban de explicarme mis antiguos profesores. De lo único que me enteraba era que tenía que aprender una serie de acontecimientos para superar un examen y que, al menos en mi círculo, los nazis eran los malos y los aliados los buenos. Poco más saqué en claro de mi etapa en educación histórica. Sin embargo, fue con posteridad cuando comencé a interesarme por temas que me resultan tan importantes como la reflexión acerca de los vaivenes políticos que a nivel social hemos experimentado. Este acercamiento al fenómeno lo realicé por motivos obvios. El primero fue la obligada reflexión filosófica sobre este asunto que forja nuestra carácter individual y cultural, el segundo fue el interés intrínseco que para mí tienen estos temas y que me llevó al estudio desinteresado y ocioso de los mismos.
De todas maneras algo faltaba, todavía no tenía presente de manera clara el discurrir de ciertos acontecimientos que si no los ves de alguna manera no te haces consciente de los mismos. Las cifras de muertos, devastación, toneladas de bombas lanzadas y fechas de combates y acontecimientos se tornan frías estadísticas a las que te acostumbras y de las que tomas distancia debido a la gran profusión de las mismas. Es aquí donde la ficción o el documental pueden hacer presente la realidad histórica desde una perspectiva más humana, más sentida. He visto infinidad de trabajos en torno a la Segunda Guerra Mundial y el auge de los totalitarismos, multitud de películas que trataban desde distintos ángulos este asunto y sería capaz de destacar muy buenos trabajos recomendables para la formación de jóvenes y mayores. Pero, por encima de todas estas producciones, sitúo El pianista de Polanski. Es sabida mi debilidad por este creador pero, en esta ocasión, se trata de un reconocimiento sincero a un trabajo bien hecho que puede llevar al corazón de una fractura que escindió el humanismo europeo. El acierto del film se encuentra en varios puntos que me gustaría destacar: Primeramente hay que tener en cuenta la biografía de Roman, también judío y también habitante durante su niñez del gueto de Varsovia. Seguidamente, hay que recordar que se trata de un guión adaptado sobre la novela biográfica homónima de Spilzman. Estos dos elementos son suficientes para dotar a la narración de la verosimilitud suficiente para destrozar el corazón de los espectadores pero hay más, Polanski tiene el acierto de narrar esta terrible historia tomando la distancia suficiente como para que no resulte partidista el tratamiento que hace de los acontecimientos. Simplemente cuenta una historia de manera magistral con un uso de la cámara que parece situarnos como testigos privilegiados de la historia. Por otro lado, iluminación, fotografía y todo el trabajo artístico es simplemente maravilloso y nos lleva hasta el centro de una ciudad centroeuropea devastada por el mayor conflicto de la historia.
Esta película es la que estamos disfrutando esta evaluación yo y mis alumnos de Cuarto de secundaria. A pesar de lo crudo de la propuesta, se están acercando a mí con interesantes reflexiones que no creo que no viesen la luz si no fuese por el trabajo audiovisual de este director polaco. Por estos motivos, reivindico de nuevo desde este espacio el uso de la imagen para la educación de las nuevas generaciones habituadas más que nosotros con este tipo de lenguaje.

Nacho Valdés