Sweet Corner Vol. 82
El fin de los tiempos
El cielo nos traerá el apocalipsis, llamas doradas arrasarán las tierras baldías por la desfachatada soberbia humana que no se agacha ante la omnipotencia divina, océanos de sangre cubrirán el mundo mientras un ejército de muertos volverá a la vida atraído por la incansable malicia intrínsecamente humana que nos arrastra a la destrucción.
La imagen es parte del eterno retorno que nos llevará una y otra vez a la repetición incansable de los errores del pasado que reproducimos en el presente para sembrar la destrucción de un futuro cercano. Cuerpos cercenados, restos metálicos que se retuercen en una sinfonía de crujidos y la marejada que lleva cadáveres flotando a la costa de la muerte cargada de mosquitos que devoran la carne violada por el fuego santificado por el imperialismo y el totalitarismo. Juventud desgarrada, locura transitoria que arranca, como una brizna de hierba, la vida frágil que pende del hilo de las fronteras alteradas por el afán de conquista y de poder. Dialéctica de andar por casa para destruir el mundo, fallos que no volverán a producirse mientras caminamos hacia la aniquilación total y sin paliativos que nos llevará de vuelta a la tierra que nos espera con ganas de que la alimentemos. Arenas blancas que se tiñen por las olas que llevan los restos de la batalla, lucha entre hermanos que ya lo son de sangre y que han dejado atrás a sus amigos, a los que han enterrado mediante el ritual que los devuelve a sus orígenes del polvo incorrupto que acabará formando parte de una playa de arena blanca teñida por la sangre de los guerreros.
Racismo encubierto que se eleva a los altares de la enemistad, rencillas con ojos rasgados y rostros pálidos cargados de odio y miedo ante lo desconocido. Grandes extensiones y sentimientos oceánicos que no dejan pensar sobre lo que deseas, lejos de los hijos que han quedado atrás al tiempo que miras por la ventana al volar para aterrizar en la pista de tierra que se llena de vegetación todas las noches. Olvidas que tu bolsillo tiene una carta, olvidas que tu memoria lleva el germen de lo eras y te conviertes en la punta de lanza de los megalómanos planes de los santurrones que creen saber hacia dónde caminar. Subes a la torreta y explota, vuelves a subir y vuelve a explotar; una y otra vez se repite el proceso mientras la lluvia de fuego apocalíptica cae sobre nuestras cabezas. Te entregas al odio y te deshumanizas, eres una animal que se arrastra y que persigue, mediante su olfato, a la presa esquiva que se ha pintado de verde la cara. Sus ojos te miran desde la oscuridad, parecen dos cuchilladas que rasgan la carne y que te enfrentan con lo más oscuro del alma humana; algo descompuesto que anida en el corazón de los hombres y que cíclicamente sale a la luz desde las tinieblas. Quieres gritar, rebelarte, subirte a la palmera que te eleve sobre el fuego, sobre el ruido y la furia que arrasa los frutos de la Naturaleza que grita contigo ante el horror que se eleva como una nube tóxica.
¿Volverá todo a ser como antes? Yo creo que no, les confieso a mis hijos por nacer. Ellos vuelven la vista a otro lado y deciden nacer y salir del vientre de su madre que fue abierto en canal mientras dormía entre sábanas de lino. Al final todo sale por los aires, dos pequeños chicos llegan volando y lo convierten todo en una ruina y elevan a la categoría de espectáculo la puesta en escena que habían estado preparando en el desierto lejos de las miradas ajenas que todo lo quieren saber.
Yo vuelvo a casa y todos me reciben, he liberado al mundo libre manchándome con las vísceras de los tipos que tenía delante. ¿Es esto verdad? ¿Estoy en un sueño? Cómo demonios voy a responder si ya no distingo la realidad del sueño, si mis oídos pitan y no soy capaz de apagar la luz por las noches. Algunas veces busco consuelo y me divierte pensar en mi propia muerte, ¿cómo es posible que yo haya regresado? No tengo respuesta pero siempre que me lo pregunto vuelven a mi cabeza los cuerpos desvencijados que flotaban en el océano rojo que se abría frente a mí, algunas veces me llaman y otras me dejan dormir. Espero que pronto olvide todo lo que pasó frente a las arenas blancas.
Nacho Valdés
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