El Baúl Nórdico Vol. 8

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MICHAEL; dolor e inspiración

de Carl Theodor Dreyer

Ya hemos escrito en esta sección sobre la particularidad de los artistas, su psicología y su manera de posicionarse frente a la sociedad. En la “Vida de Bohemia”, de Aki Kaurismaki, nos encontrábamos con la versión más marginal del arte. Sin embargo, en “Michael” lo contemplamos en su modelo triunfante, es decir, el arte reconocido en vida, el que otorga al creador el halo de maestro y semidios y le procura un prestigio y una bonanza económica excepcionales.

El célebre director danés Carl Theodor Dreyer, exhibe en esta producción alemana un ritmo más alto del que acostumbra en la mayoría de su obra, una pequeña paradoja teniendo en cuenta que el rodaje fue realizado íntegramente sin movimientos de cámara y que nos estamos refiriendo a una filmación muda.

Capaz de disimular narraciones soporíferas –Gertrud, por ejemplo-, debido a la categoría de la fotografía presente en todos sus trabajos y a una composición de la imagen equiparable a la de los maestros clásicos del arte, Dreyer, en “Michael”, consigue acoplar una historia algo manida pero dinámica, a su talentoso y cabalístico trabajo de realización.

Bajo la espectacularidad de los espacios arquitectónicos, con claras influencias del expresionismo alemán, presenciamos la turbia relación entre el maestro que avanza inexorablamente hacia la vejez y el joven “querubín” que le ha servido de inspiración para la ejecución de sus mejores pinturas. Las medias tintas y la ambigüedad con que se hubiese tratado esta historia en otras latitudes, tiene aquí una excepción, puesto que la evidente homosexualidad de los dos protagonistas, sin llegar a detalles escabrosos, no es disimulada en ningún momento por Dreyer ni por los propios actores. Divertida la idea de cómo habría sido camuflado este argumento en el Hollywood de mediados de los años veinte.

La soledad del pintor sobre el que cierne el final, abandonado por el efebo caprichoso, díscolo y despilfarrador que ha medrado a su sombra y que no encuentra la manera ni material ni psicológica de desligarse de su protector, es la idea mil veces repetida en la literatura sobre el influjo que la juventud y la belleza generan en el artista, y el drama interior que supone perderlas o alejarse de ellas. La tragedia del genio creador, que pasa su vida más pendiente de plasmar lo sublime que de buscar el equilibrio en su espíritu, y que canaliza su desgarro para orientar a sus admiradores hacia las regiones de lo “divino”.

Dreyer expone las señas de identidad que le harían célebre en los años posteriores, mostrando una vez más la perfecta simbiosis entre la pintura y el cine, amantes íntimos en el universo de la creación.

Con este artículo, me despido de mi colaboración como “comentarista” de cine, para reciclarme (si me dejan) en otra sección. Un abrazo para todos los que hayan tenido la paciencia y el ánimo de leerme – y para los que no, también-.

Melmoth.

2 comentarios:

Giorgio dijo...

C. T. Dreyer sin duda es el maestro del cine nórdico. Talentoso, huidizo, incluso moderno, para la época que nos ocupa.

Gran descripción de una bella y rara película.

Puedes volver cuando quieras de la manera que quieras (incluso encarnado en una ejecutiva de Hollywood).

Un abrazo.

nacho dijo...

Buen artículo que trata un argumento que me apasiona; el de la finitud del artista y su búsqueda de la belleza.

Lástima lo de tu despedida, aunque estoy seguro que tu regreso estará a la altura de lo que todos esperamos.

Abrazos y estoy impaciente por leer tu próxima sección.