Sweet Corner Vol. 51

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Historias

El hecho de la narración está presente, en mayor o menor medida, en todos y cada uno de nosotros. Siempre hay una inclinación a contar, a ser escuchado y a recibir las historias que vienen de los demás. ¿Quién no escuchaba embobado, cuando era pequeño, los relatos de sus abuelos? Esas narraciones que hacían referencia a tiempos pasados, olvidados y que para la imaginación del niño parecían sacadas de los más remotos rincones de la imaginación. Considero que esta característica es una de las claves de la supervivencia de la raza humana; la capacidad de acumular conocimientos, de transmitirlos y hacerlos patrimonio común.
En tiempos no tan antiguos, cuando la televisión y la radio eran un lujo, supongo que uno de los mayores placeres que podía existir era el de tener en a alguien que fuese capaz de contar algo entretenido. Daba lo mismo que fuese real o inventado, el caso era pasar el rato dejando volar la imaginación mientras la ficción fluía entre los presentes. Me puedo imaginar una casa grande y oscura, sólo iluminada por la lumbre y alguna lámpara de aceite, con una cocina enorme en la que niños y mayores se encuentran reunidos. En el exterior, el viento gélido golpea las ventanas y los sonidos del bosque no resultan halagüeños. Todos deciden reunirse alrededor del fuego, la noche es demasiado oscura y solitaria como para dormir solos. Hay comida y todos están expectantes, aparece uno de los mayores de la aldea y comienza a hablar. Lleva semanas preparando su historia, el momento en el que todas las miradas se ciernen sobre él y todos agudizan el oído para no perderse detalle. La leña crepita en la hoguera, es el único ruido que rompe el ulular de la tormenta. El hombre mira a todos a los ojos, algunos niños no son capaces de aguantar su mirada, traga saliva y comienza el relato. Solo se rompe la narración cuando alguna exclamación sale de la boca de los presentes, cuando parece inverosímil el último giro que han tomado las palabras del anciano que tiene encandilado a todos sus conocidos. Debían ser momentos únicos, instantes en los que la sabiduría de los mayores pasaba a los jóvenes, intervalos en los que la cultura pasaba a la siguiente generación. O simplemente, un mero entretenimiento gracias al cual las noches más tenebrosas se hacían seguras y hospitalarias al amparo de las palabras.
Aunque los tiempos han cambiado y el entretenimiento, en la mayoría de los casos, se vende estandarizado y adulterado, considero que algo de eso queda en la sala de cine. Un lugar oscuro, silencioso y donde los que te rodean no parecen importar. Lo único notable es la historia, la narración lo que acontece en la pantalla que no es otra cosa que una historia en la que se trasmiten valores, la cultura o, como antes decía, simplemente se pasa el rato. En el exterior puede diluviar, hacer frío o hacer calor, pero la sala te ampara y te cuenta algo, te mantiene absorto en la narración que, a pesar de la gran cantidad de recursos con la que cuenta, toca los mismos resortes que los que el abuelo pulsaba cuando quería encandilar a su auditorio. Considero que aquí es donde se encuentra esa magia de la que hablan, de la que se supone que se disfruta cuando vas al cine. En el hecho de que te cuenten algo, de que te entretengan y de que aprendas de la experiencia de los demás.
Las historias cambian, los recursos crecen, se multiplican las maneras de abordar las narraciones, pero en el fondo todo sigue inserto en nuestro carácter antropológico. Queremos que nos cuenten cosas, deseamos que nos entretengan, algo que no sería posible si no hubiese alguien en el otro lado deseando narrar lo que tiene en su interior.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Giorgio dijo...

Bonito símil. Una comparación que me ha emocionado bastante.
El cine es un panteón, silencioso, pretencioso, pero repleto de intención y misterio.
Cuando una buena película llena tu espíritu, te sientes el hombre más feliz del mundo.
Yo creo en la magia del cine.

Un abrazo brou,

Anónimo dijo...

El poder de abducción de la sala de butacas tiene poco parangón.
Tienes razón, el tiempo que te encuentras en ella, si la película lo vale, es casi ajeno a tus circunstancias vitales.

Entrañable artículo sobre la esencia del cine.

Enhorabuena.

Un abrazo.

Melmoth.