Sweet Corner Vol. 74

|

Entre brumas

Leyendo acerca de la muestra que el Metropolitan de Nueva York dedica a Stieglitz, fotógrafo al que creo recordar que ya se le han dedicado unas líneas en este espacio, tuve la oportunidad de observar la imagen que acompañaba al artículo. Ésta, que adjunto a mi escrito para una mayor claridad, me resultó especialmente cautivadora y con un aire arcano que me ha empujado a la confección de esta entrada. Desde un punto de vista aficionado, pues mi formación no incluye la disciplina fotográfica, intentaré dar mi punto de vista sobre este icono que considero tiene múltiples elementos representativos.
El autor de la foto, neoyorquino de nacimiento, aunque de formación europea y tipo viajero que recorrió el viejo continente, dejó un legado que ahora resucita en forma de retrospectiva. La muestra artística que presento nos traslada a una época en la que se conjugaban elementos que, sin lugar a dudas, era motivo de fascinación para las personas que experimentaron los inicios del siglo veinte. Hablo del abigarramiento de componentes que confluyen en este trabajo y en los que, con probabilidad, ni tan siquiera Stieglitz había reparado. O quizás yo, en mi infinita soberbia, pienso que este artista no sabía exactamente lo que hacía mientras que él sí que veía con lucidez el alcance de esta obra.
El elemento que más me ha llamado la atención, que pienso sólo se puede apreciar desde nuestra época, es la confluencia de la modernidad que nacía con el mundo clásico que se evaporaba. Esta composición a eso me recuerda, esa neblina parece ser el siglo diecinueve que se confunde con el humo industrial de la pujante y masificada urbe del nuevo mundo. Como simbolismo ineludible del siglo que acababa se encuentran los coches de caballos con sus chóferes que recorren el camino a la industrialización, en segundo plano, haciendo desaparecer el anacronismo está la imponente estructura del edificio Flatiron. Éste último, se convirtió, con su inauguración en 1902, en uno de los referentes del creciente skyline que comenzaba su puja para alejarse de los tiempos pretéritos que daban sus últimos estertores. Supongo que para Stieglitz, que había recorrido los caminos europeos cuajados de recuerdos del ayer, su ciudad natal que estaba prácticamente recién nacida con respecto al viejo continente, se mostraba imponente y poderosa frente a la tradición. Resulta inevitable este contraste entre Manhattan, poderoso buque insignia del estado del bienestar americano, con la anticuada calesa que recorre un camino probablemente mal pavimentado. Incluso, esa bruma que todo lo envuelve, esa humedad patente en toda la imagen, parece transportarnos al Londres victoriano cuyo recuerdo se rompe en pedazos con el ascenso imparable del increíble rascacielos que suponía una novedad mundial para la época en la que fue realizada esta fotografía. Por último llaman mi atención esas ramas retorcidas que dan la impresión de reclamar para sí la desorbitada ciudad en continua pujanza, algo así como una naturaleza sometida los deseos imparables e irrefrenables del hombre moderno que transforma lo tradicional a su antojo.
Este enigma que parece recubrir este trabajo creo que se resuelve en ese salto que provocaría en el orbe la entrada en el siglo veinte, la ingente cantidad de cambios que se avecinaban parecen estar representados en ese carruaje que se pliega ante el poderío del acero y el ladrillo. Ahora, más de cien años después de este momento congelado, la cultura continúa basculando entre modernidad y tradición sin que, a pesar de todas las novedades, nuestras vida haya cambiado sustancialmente.

Nacho Valdés

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Evocador articulo e interesante planteamiento a la hora de analizar la fotografia. Lo que mas me ha llamado la atencion es el poder onirico de la misma.

Brillante.

Un abrazo.


Melmoth.