Sweet Corner Vol. 56

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Molestias

El cine, como medio de expresión cultural, en la mayoría de los casos supone la intrusión en el producto final de la subjetividad del autor. En esto, entre otras muchas cosas, consiste la producción de la obra artística, en dejar parte de la personalidad del creador en el producto final que será contemplado por personas ajenas a este sujeto. Las reacciones posteriores de los que visionen la película son variadas y en esto consiste, entre otras muchas cosas, el disfrute del arte. En este punto termina la tarea del artista, después únicamente debe quedarse a un lado, no dejarse notar y esperar la consabida crítica.
Cuestión aparte merece esta segunda vida del arte de la que ya había hablado en otras ocasiones, es en este instante cuando la obra toma iniciativa propia y abandona a su creador. Suele ser habitual, por lo menos con aquellas producciones más subversivas y transgresoras, que se levanten ampollas, opiniones contrariadas y furias incontenibles. Este es el aspecto que no entiendo; ¿cómo una persona culta y preparada puede soliviantarse de manera airada ante una obra artística? El disfrute de las mismas es voluntario, hasta donde yo sé nadie obliga a punta de pistola a la asistencia al cine o a una galería de arte. Si alguien se siente ofendido puede, desde mi opinión, hacer dos cosas: mirar hacia otro lado, opción que me parece más inteligente; o bien, intentar expresar su sentimiento con las mismas herramientas artísticas, consiguiendo de esta forma acólitos a su causa. El tema es que pocos se resisten a una tercera vía, que no es otra que la de la pataleta estúpida o la queja desmesurada.
Las listas de resentidos crecen por doquier y parece que, en los últimos tiempos, hay que ir con pies de plomo a la hora de expresarse. No son pocos los que se sienten insultados y perjudicados por una producción que en principio no tiene que afectarles, de la que no tienen que disfrutar a no ser que sea voluntariamente. En mi caso, me he sentido en muchas ocasiones contrariado cuando me han colado alguna pésima película por el módico precio de seis euros. ¿Qué es lo que he hecho? Pues poca cosa, maldecir en privado y tomar precauciones en la siguiente ocasión que me apeteciese ir al cine. ¿Qué es lo que hacen los escamados colectivos que se sienten afectados? Pues presión social, atacar, minusvalorar e intentar destruir al creador de la obra; esto por supuesto acompañado de la creación de plataformas, asociaciones y demás grupos de gente cabreada que consideran estar ejerciendo un sagrado ejercicio de libre expresión.
La problemática se presenta cuando esta sana expresión de ideas choca con la del autor, ¿cuál es el motivo por el que este creador no tiene opción a mostrar sus ideas y los demás sí? Parece que se confunden los términos y que las fronteras de difuminan, la libertad de expresión no supone la supresión de aquellas opiniones que no coincidan con las propias. Estamos, en este caso, ante la censura social que, desde mi opinión, es más implacable que la estatal. A falta de órganos de represión, somos nosotros mismos los que nos auto-imponemos restricciones y procuramos que ciertos puntos de vista queden enquistados en un intento, por supuesto fútil, de que no vean la luz. Lo único que se logra es la enemistad y la crispación que, por norma general, suele venir dada por aquellos sectores más prejuiciosos y anclados en la más oscura de las supersticiones.
Considero que la cultura, expresada entre otros medios por el trabajo cinematográfico, debe ser libre y accesible para toda la población. Si de algo adolecemos es de falta de recursos para que nuevos creadores puedan renovar el panorama intelectual, la gran mayoría se quedan en el camino para poder mostrar una nueva lectura de lo que es la realidad. Esto, aunque útil para algunos sectarios, lo que logra es una falta de diálogo y transmisión de perspectivas que provoca que seamos nosotros mismos los que nos quedemos encerrados en la misma medianía habitual.
Es capital la reivindicación de nuevos espacios y la necesaria ayuda social para sacar adelante los proyectos abonados al desastre y, por otro lado, se haría imprescindible un nuevo modelo educativo que fomentase la tolerancia y la convivencia ante el lenguaje que nace del arte.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Giorgio dijo...

Me parece una sandez cualquier tipo de censura. Al fin y al cabo, cada uno es libre de expresarse como quiera o pueda.

Pero, ¿sería diferente si con tu obra agravias o humillas a alguien?

Saludos.

Anónimo dijo...

La opinión siempre debe ser libre, no tanto la actuación. En España no existe la libertad de otros países a la hora de hacer una crítica cruda de la realidad. Ningún reportaje o película que ponga en entredicho los cimientos de la realidad del país. En otras naciones existen autocríticas demoledoras, USA p.ej,pero aquí siempre estamos con las mismas sandeces y tópicos mientras nos vamos a pique. Somos un país inmaduro y cobarde y como mees fuera de lo políticamente correcto con alguna ficción o algún documental te comes los mocos.
Muy acertado texto, conciso e inteligente.

Un abrazo.

Melmoth.