Sweet Corner Vol. 70

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La mínima expresión

En la mayoría de las ocasiones, ya se trate de lenguaje cinematográfico o literario, el mensaje se disfraza de grandilocuencia en un intento de hacerlo más profundo o de llegar al espectador de manera supuestamente espectacular. Hay que ser un maestro para, rodeando una historia de fuegos de artificio, hacerla más interesante o penetrante en la mente del receptor, lo normal es que estos intentos desemboquen en un producto vacío y sin personalidad. En mi caso, prefiero, aunque con alguna que otra excepción, un mensaje claro y sencillo pero que sea desgarrador por motivos ajenos a los aspectos técnicos con los que se pueda adornar. Es este un tema que ya tenía claro desde hacia tiempo pero que, con el visionado de un par de ejemplos estos días festivos, me ha quedado totalmente evidenciado. Me gustaría, a continuación, compartir estos casos en los que el contraste permite realizar un análisis diáfano de lo que quiero decir.
El primer largometraje al que me refiero es el último trabajo de Amenabar, la película Ágora, que sorprendentemente para mi gusto, se llevó un buen número de premios en la ceremonia de los Goya de 2009. Se trata, sin lugar a dudas, de un ejercicio de estilo en el que, en mi opinión, este gran director y guionista naufraga de manera estrepitosa. Los motivos se basan fundamentalmente en el uso de clichés y situaciones manidas con las que trabaja este artista, da la sensación de que quiere, siguiendo las normas del cine clásico, dejar en su currículo una película intemporal como las que se hacían antaño siguiendo las leyes del Peplum. Los ingredientes están presentes, desde la enorme cantidad de dinero invertido, las grandes figuras internacionales y hasta la magnificencia de los escenarios y del argumento. Sin embargo, algo no termina de encajar y provoca un resultado final decepcionante. Quizás no se trate de un asunto de los elementos que intervienen, sino de la proporción en la que tienen que aparecer. No sé si es cosa mía, pero desde el primer cuarto de hora todos los personajes y posibles situaciones quedan definidas sin posibilidad de sorpresa o descubrimiento por parte del espectador. Se trata, por lo tanto, de un guión plano y previsible al que me sorprende premiasen con el Goya al mejor guión original. Hypatia, la protagonista es sumamente bella, sabia y bondadosa y queda clara su posición de mártir ante el fundamentalismo religioso e intransigencia mostrada por los cristianos. Por otro lado está Orestes, el enamorado que estará junto a la heroína, al esclavo vengativo y al padre como referente masculino al que mira la protagonista. Las situaciones, conversaciones y demás elementos literarios quedan en un segundo plano debido, en primer lugar al trabajo de guión, y en segundo término a la aplastante avalancha de efectos, escenarios y demás disfraces que se van superponiendo para intentar disuadir al receptor de que se trata de un buen trabajo. Por lo tanto, se trata de una película notable en el aspecto técnico aunque deficiente en las envolturas concernientes a la historia, que son las que personalmente me interesan.
El contrapunto a este cine musculado a base de efectos visuales y lugares comunes se encuentra en 4 meses, 3 semanas y 2 días, película que me regaló un buen amigo y que por fin pude visionar estos días. Se trata de una historia cruda y desgarradora en la que parece que el espectador se encuentra mirando por un agujero en la pared, como si nos hiciesen partícipes del terrible fragmento vital por el discurren los personajes. Las actuaciones y el trabajo literario me resultaron superlativos, realmente sorprendentes puesto que da la sensación de que estamos viviendo los mismos acontecimientos que los personajes insertos en esta historia rota. Sin ningún artificio visual, con una cámara temblona, una fotografía oscura y gris y sin ni tan siquiera la presencia de banda sonora, el relato nos lleva a los últimos estertores del régimen comunista rumano y los avatares a los que tienen que enfrentarse las dos jóvenes que forman el hilo conductor del guión. No se trata de una narración grandilocuente, no hay giros extraños que engañen al espectador, se trata de una porción de realidad que bien podido haber sucedido o suceder o estar sucediendo en estos mismos instantes; este es el motivo principal por el que esta película te desbarata por dentro y te envuelve sin remisión en cuanto comienza.
Es este un contraste fácil para comprobar cómo es fundamental el trabajo de guión para la realización de un trabajo fílmico de calidad. Es curioso, sin embargo, como la película de Amenabar acabó cuajada de premios puesto que todavía no sé dónde se encuentra su mérito, a ver si alguien es capaz de explicármelo.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He visionado hace unas semanas Ágora y coincido plenamente con tu artículo. Creo que Amenábar ha seguido la línea que ya había trazado en la plomiza y presuntuosa "Mar adentro". Ha pasado de ser un artesano talentoso
a un pretencioso megalómano con ansias de premios internaciona- les. Como muy bien apuntas, parece que ya sólo busca "trascender" en vez de "crear". En cuanto a la otra película la comenté hace un año en este blog y representa el contrapunto al cine artificioso.

Felicidades por el artículo, muy bien argumentado.

Un abrazo.

PACO.

Giorgio dijo...

Aunque estoy de acuerdo en los ejemplos expuestos, no creo que Amenábar quiera solo trascender.
Si existe una intención del creador, ahora bien, a mí me parece que es insuficiente e insulsa.
4 meses, es directa y narra una historia que, simple, provoca un sesgo con muchas películas coetáneas.

Saludos.