Sweet Corner Vol. 71

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El arte como libertad

El discurso marxista, independientemente de mi filiación política, contiene una serie de conceptos y elementos que resultan atractivos para el desarrollo del artículo que pretendo desplegar. El término en cuestión, el que me ha permitido hilar las ideas que me trasladan a este mismo instante frente a mi ordenador, es el de alienación. La palabra en sí ya posee cierta potencia, como si la boca se nos llenase mediante su pronunciación y creo que es lo que sucede en la retórica comunista; se muestra grandilocuente sin llegar a la concreción de los casos particulares.
Pero no es únicamente el marxismo el que utiliza el vocablo en cuestión, sino también Hegel y se acerca a lo que quiero expresar. Para Hegel, tal y como lo formula en la Fenomenología del espíritu, la conciencia infeliz es el alma alienada. Es decir, este autor considera que la conciencia puede llegar a experimentarse como separada de la realidad a la cual pertenece. Surge entonces el sentimiento de alienación o enajenación, cuando el yo se siente desposeído con respecto a su entorno. Sin embargo, esta situación no resulta definitiva pues para Hegel el espíritu es dinámico y va desenvolviéndose para, después de salir al exterior, volver a su realidad pero con el enriquecimiento de la visión externa de su propio yo.
Sin embargo, Karl Marx materializa el hegelianismo y en lugar de hablar de espíritu habla de materia. Lo que quiere poner bajo análisis Marx es las relaciones de producción que se dan en la sociedad capitalista, intrincadas correspondencias que acaban cayendo en la descompensación y el desequilibrio. La alienación en el filósofo alemán va referida al trabajador y al producto de su trabajo, al ser esta la actividad creativa de los sujetos resulta fundamental para el desarrollo de su existencia pues es en esta actividad donde pone todo su ímpetu. La clase obrera es ajena al resultado de su fuerza productiva y se produce de esta manera la enajenación o alienación, la separación respecto a la realidad en la que se haya inserto. Es decir, el trabajador se aleja y le resulta inaccesible aquello para lo que trabaja, produciéndose así la conciencia desgraciada de la que hablaba Hegel.
Esta densa introducción me lleva al desarrollo de una reflexión a la que llevo dando vueltas desde hace unos cuantos días, la del motivo por el que la creación artística resulta tan atractiva para el creador y para el receptor. Se trata de un tema llamativo pues el arte, por definición, no tiene ningún tipo de utilidad. Se trata de algo inútil que solo se puede contemplar y no tiene ninguna finalidad pragmática, incluso la mayoría de creadores lo hace sin ningún tipo de recompensa material, por simple afán de crear. Lo que sí sucede es que tras el proceso creativo, da lo mismo si se trata de pintura, literatura o el ámbito cinematográfico, ofrece un resultado palpable que es la prueba viviente de la tarea realizada por el creador. Es por tanto en este punto donde está la seducción que se produce durante la creación, en el hecho de que se produce un objeto o una realidad que sólo depende del propio artista. Se trata, de esta forma, de algo que escapa a la forma en la que se comportan el resto de objetos o funciones que realizamos en nuestro día a día laboral; una especie de recompensa que no se puede valorar desde un punto de vista pragmático. Es este el resultado del esfuerzo creativo, la posesión de un objeto que es fruto del intelecto y de la pericia artesana; y es aquí donde está su valor, en que carece de valor y sólo sirve para la reconciliación con la realidad que nos rodea.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las interpretaciones del arte son diversas y la que has realizado me parece acertada, aunque yo matizaria algun aspecto en cuanto a sus repercusiones materiales.

Sesudo articulo, en tu linea.

Un abrazo.

Melmoth.

Giorgio dijo...

Totalmente cierto, el arte provoca recompensa por el hecho mismo de ser creado. Es el acto de creación lo que conlleva cierta satisfacción. Otro asunto es el sufrimiento constante que supone crear, linda paradoja.
En lo que no estoy tan de acuerdo, es en el concepto de finalidad, en tanto en cuanto, siempre existe una: presenciar la obra.
De las repercusiones materiales, prefiero no hablar, porque me enfangaría con tanta mierda.

Abrazos.