Sweet Corner Vol. 72

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La idea del millón de dólares

Éste, sin ningún tipo de problemas, podría ser el título de alguna superproducción norteamericana sufragada por los grandes estudios de allende de los mares. Nada más lejos de la realidad, de lo que se trata es de uno de los alicientes creativos que de vez en cuando agitan el panorama cinematográfico. Se trata de un paradigma que cíclicamente, o incluso a veces repetidamente en un mismo autor, se logra alcanzar de manera sistemática. Hablo de las ideas geniales que sin necesidad de efectismos vacuos, de parafernalia estúpida o de adornos cargados de lugares comunes, logran alcanzar a público y crítica por igual.
Desde mi punto de vista, uno de los talentos de este tipo de trabajos que admiro en sobremanera es Billy Wilder. Este pequeño genio de origen austriaco que, tras dejar atrás sus estudios de derecho, comienza a realizar trabajos periodísticos y que, tras el ascenso del nacionalsocialismo debe dejar también su patria para acabar recalando en Estados Unidos, se convirtió por derecho propio en uno de los mayores artistas literarios y de dirección de la historia del cine. Su valor, en mi opinión, se encuentra en la capacidad que tiene este guionista y director en crear pequeñas historias de personajes, en principio anodinos, pero que acaban enlazando con el espectador. Además, como aliciente creativo, son relatos que discurren en un mínimo de estancias, a veces incluso en una sola habitación, y que logran captar nuestra atención. Son por tanto films un tanto teatrales pero que conjugan perfectamente con la expresividad cinematográfica que tanto debe al señor Wilder. Se trata, por tanto, de un referente para cualquiera que pretenda analizar cómo se debe escribir un gran guión con una idea minúscula. Efectivamente, estas ideas pasadas por el tamiz intelectual de un personaje de esta talla, se vuelven enormes y acaban rebasando los límites que a priori se les podría atribuir. En consecuencia, estas creaciones en las que intervienen pocos exteriores, pocos personajes y pocos elementos que no sean el diálogo se convierten en el culmen de la efectividad creativa pues alcanzan cotas a las que en principio parecen aspirar otro tipo de creaciones que van cargadas por muchos otros elementos ajenos a la idea en sí. Es este para mí un ejemplo espectacular de lo fácil, y a la vez difícil, que puede ser desarrollar un guión o un relato. El equilibrio perfecto entre la sobriedad y cercanía de las situaciones y protagonistas, con el carácter enorme que acaba adquiriendo el desarrollo del proyecto.
Ejemplos de este tipo de trabajos se encuentran a lo largo y ancho de toda la carrera cinematográfica del señor Wilder, recordada fundamentalmente por su faceta cómica pero que, sin embargo, realizó trabajos dramáticos de un siniestro y duro cariz que rompían hasta con ciertos estereotipos de la época. Trabajo ejemplar de la vis cómica de este creador lo podemos encontrar en películas como Con faldas y a lo loco, o en El apartamento, aunque esta última con un poso de dramatismo y emotividad que ya quisieran para sí otro tipo de películas en principio de mayor calado. Pero si tuviese que quedarme con una de estas películas sería con En bandeja de plata, para mí uno de los trabajos más espectaculares a nivel literario que se pueden encontrar. Se trata de una película excepcional que, además de despertar más de una carcajada, posee un carácter crítico para con la sociedad de consumo que estimula la reflexión sobre el mundo en el que vivimos. Otro factor que resulta crucial es el hecho de que el film se levanta sobre los inestimables pilares de Walter Matthau y Jack Lemmon y que transcurre, casi sin excepción, en un solo ambiente. La simplicidad del planteamiento y el increíble resultado final me lleva a considerar que se trata de una de las comedias más trascendentes de la historia, y digo esto sin ningún rubor y asumiendo toda mi ignorancia. Aunque no solo de risa vive el hombre y, se puede afirmar, que los planteamientos dramáticos del Billy Wilder también comparten esa capacidad de trascendencia de sus comedias. Modelo magistral puede ser El crepúsculo de los ídolos, que posee un planteamiento original y sorprendente, levantando el film desde la revelación del final del mismo; y, por supuesto, la increíble y destructora de mitos La vida privada de Scherlock Holmes, film que rompe en mil pedazos la leyenda literaria del detective victoriano.
Es desde luego un referente para cualquiera que desee dedicarse al mundo del cine o de la literatura, un modelo que permite comprender la máxima de que lo fundamental es la idea y no, como se vende desde otros ámbitos, la espectacularidad que envuelve el producto.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Giorgio dijo...

De la idea y el peso de ésta en la consecución positiva o no del film, nada que objetar.
Ahora bien, la genialidad de una película no reside en el hecho de que transcurra en pocos espacios o que se desarrolle con pocos medios, sino en el punto de vista que guionista, director, montador, etc, tomen respecto a la concepción de la idea.
Es aquí, donde aparecen los fracasos más sonados de la cinematografía, a pesar de rodearse de buenos técnicos y actores.
No obstante, Wilder es un ejemplo de narración fílmica, porque usa acertadamente todos los recursos exclusivos del cine.

Abrazos.

Nacho dijo...

Quizás me haya expresado mal, quería hablar de rentabilidad de una idea.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Yo tengo bastante afinidad -además de las económicas- con las ideas que se desarrollan en pocas localizaciones y con escasos personajes. La duración de una película suele ser bastante inferior a la de un libro y por lo tanto acotar el número de protganistas creo que ayuda a profundizar en ellos. Uno de los problemas que veo en el cine respecto a la literatura es su carácter supérfluo en cuanto a la definición de los personajes, por lo que adqurimos menor intimidad con ellos.
Por cierto, de Billy Wilder sólo he visionado alguna secuencia de pasada.

Un abrazo.

Melmoth.