HAROLD EDGERTON: Ciencia y fotografía para diseccionar el movimiento, para detener el tiempo

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Intangible, imparable, incuestionable quizás, el tiempo constituye el elemento más veraz de todo lo que conocemos, articulamos la vida diaria alrededor de éste, y suponemos cada paso que avanza como algo normal, racional.
Dividido, conocido, manipulado, tanto o más que los números, el tiempo siempre ha constituido uno de los leitmotiv habituales en los artistas a lo largo de la Historia de la Humanidad.
Sobre todo, en lo que se refiere a la demostración de un determinado momento, auspiciado por las corrientes artísticas o sociales del momento, o en contraposición, oponiéndose a ellas.


La fotografía viene amparada por un riguroso y complejo entramado tecnológico, favorecido por aquellos científicos, ávidos de conocimiento y experimentación, así como de un componente lúdico artístico, cuyo fin no es otro que el de causar sensaciones extrasensoriales con tan solo la ayuda de un plano bidimensional y unos cuantos haluros de plata (sensores digitales hoy) sensibles a la luz.
A la otra parte, hay que añadir la mirada del fotógrafo, dicho sea de paso, aquel personaje, que hasta ahora, es el encargado de realizar y crear esa fotografía, aquella que arranca de la realidad un pedazo de tiempo y espacio único en el universo.


Harold Edgerton conjuga bajo una misma persona, ciencia y arte fotográficos,utilizando como punto de partida la condición imparable del tiempo, deteniendo una parte de éste, para otorgar al espectador una percepción detallada de una acción imposible de observar a la mirada simple y mundana de nuestros ojos.
Es quizás, este tipo de fotografía, que permite mirar detenidamente una fracción de segundo tan pequeña que es insensible, inapreciable a nuestros ojos, lo que me apasiona de su trabajo.
Como en la fotografía inicial, una gota de leche que perfila y define una corona perfectamente detallada, reflejada sobre el fondo, no es posible sin la tecnología que desarrolló este precursor fotográfico.
Gracias a su flash estroboscópico, y la sucesión de diferentes destellos combinados con largos tiempos de exposición, permiten en tan sólo una fotografía congelar una porción de tiempo y espacio únicos.



De esta forma, conseguimos imágenes completas mediante su observación intermitente. En la que precede, apreciamos el movimiento de un tenista desde que inicia el lanzamiento de la pelota, la inclinación del cuerpo hacia delante, acompañado del movimiento de su brazo y raqueta para golpear la pelota.
En un solo disparo, obtenemos el instante que de otra manera no podríamos fijar jamás.


En vista de lo acontecido estas últimas semanas, pensaba que podría ser una buena idea introducir el concepto de tiempo en mi pequeño texto. Reflexionar sobre la flexibilidad del tiempo, sobre      
su no linealidad, porque al final el propio tiempo depende de la percepción que tengamos de él. 
Aceptando con resignación los acontecimientos acaecidos en el último mes, la fotografía consuela la efímera duración que posee el tiempo, arrancando esos momentos que ya no pueden suceder jamás, haciéndolos tangibles una y otra vez para el disfrute de nuestra percepción visual: desahogando al alma de los amargos tragos.




Giorgio
29/09/2010


(Tras el letargo, amanece despacio)





3 comentarios:

Nacho dijo...

Este tipo de fotografías me apasionan por varios motivos: en primer lugar por su valor estético que me parece inconmensurable y, por otro lado, por su aspecto científico.

Me alegra tu regreso con esta bonita reflexión.

Abrazos.

Giorgio dijo...

Todavía noto el terrible vacío que sentís. Tan sólo os mando un abrazo enorme desde aquí, para que percibáis consuelo.


Nos vemos pronto.

Anónimo dijo...

Sorprendente este autor y su captacion del microcosmos, aunque la ciencia profana y yo no seamos buenos amigos, he de reconocer cierta fascinacion por estas fotografias.

Gran exposicion, maestro.

Abrazos.


Melmoth.