Sweet Corner Vol. 11
Divertimento
Tras sesudos y exhaustivos exámenes, tras profundas críticas cinéfilas, tras devanarme la mollera en busca de respuestas, he llegado a la conclusión de que el cine en únicamente un divertimento más, que aunque puede lograr cotas más altas, como convertirse en arte, en realidad, a lo que responde, es a la necesidad de pasar el rato. ¿Por qué he llegado a esta resolución? Pues muy sencillo, asocio el cine a momentos tremendamente felices, instantes fugaces de mi infancia, pero que han quedado anclados en mi subconsciente.
Para empezar, siempre que era pequeño e iba al cine, por supuesto acompañado por mis padres, suponía motivo de alegría y de fiesta. Nos reuníamos todos, cosa que no era excepcional pero sí motivante, algunas veces, cuando nos portábamos bien, caía algún regalo que provocaba mi felicidad y la de mi hermano (normalmente era una chorrada de plástico, pero ya sabemos que los niños se contentan con poco). El caso es que salíamos de casa y nos íbamos a un lugar especial, a un lugar mágico en el que veíamos imágenes gigantescas proyectadas en la pantalla que a mí se me antojaba enorme y descomunal. Además, como lo normal es que fuésemos a ver películas infantiles, también era una excusa para mezclarte con niños de otras procedencias. Otro de los alicientes, como si no fuesen suficientes los que acabo de mencionar, era la existencia de un manjar sólo accesible en días muy especiales o en las salas de cine: las palomitas. Es increíble como una cosa tan vulgar y humilde como el maíz, puede convertirse con un poco de aceite y calor en una de las golosinas más espectaculares para niños (y adultos) de toda condición.
Sólo recuerdo tres de las películas que fui a ver al cine en mi infancia. De la primera que tengo recuerdo es de Blancanieves, evidentemente se trataba de una reposición del clásico de Disney, ya que el original data de los años cuarenta y yo no soy tan viejo. Se me quedó grabado a fuego lo que era el cine, ese rato divertido y apasionante en el que te metían en una sala oscura y disfrutabas de la proyección de dibujos animados. No sé la edad que tendría por aquella época, aunque calculo que no serían más de cinco años. He de reconocer que no sabía a dónde me dirigía, de hecho, creo recordar que en un principio me mostré incluso reticente ante lo desconocido. Después de un rato, cuando te metes en el cine, dejas de saltar en la butaca y se apagan las luces, todo se convirtió en magia, y no es que intente promocionar a la factoría Disney. La escena de entrada, en la que los enanos currantes iban cantando su tema después de trabajar y salir de la mina, me dejó anonadado, tras esos primeros segundos de película ya me quedé rendido y no pude apartar los ojos de la pantalla durante todo el metraje.
Otro de los recuerdos vivos que guardo en mi memoria, en este caso por lo traumático, fue el de ir al cine para ver uno de los clásicos ochenteros por excelencia; Los cazafantasmas. Sólo con el tema de inicio ya se me ponen los pelos de punta, recuerdo haber pasado el más primitivo y puro de los terrores cuando vi este film, y mira que es una comedia intrascendente. La cuestión es que mi joven mente se vio superada por las escenas de fantasmas y demás espectros que salían en la pantalla, creo que incluso me di la vuelta en la butaca para evitar enterarme de lo que pasaba. Finalmente, me vi la peli entera y no pude dormir bien durante días, siempre volvían a mi imaginación algunas de las escenas vividas. Con el tiempo me atreví, armándome de valor, a volver a verla y resultó ser de lo más divertida e inofensiva.
Por último, otro de los peliculones que fui a ver fue la de En busca del valle encantado. La primera, por supuesto, que creo que hoy por hoy ya van por la vigésima entrega de esta serie de películas tan rentables. En este caso era un poco mayor, y creo que me hice el duro ya que consideraba este estreno como demasiado infantil para mí, yo debía tener unos ocho o diez años. Finalmente, no sin algunas reservas, accedí a entrar en el cine. ¿Qué podía perder? Palomitas, un buen rato en familia, una cómoda butaca, tampoco era para tanto. Resultó que la peli me apasionó y las aventuras y desventuras del pobre dinosaurio bebé que busca a su familia y un lugar dónde vivir me emocionaron sinceramente. Debía ser que no era tan mayor como yo me creía.
Después vendrían muchas más películas, algunas buenas, otras regulares y también pésimas. Ahora tampoco me abandono como cuando era un niño, pero hay momentos en los que vuelvo a disfrutar como si lo fuera. Esos instantes en los que armado con tu refresco y tus palomitas, la sala en silencio y a oscuras, te sientas y disfrutas de un buen guión, un buen trabajo de dirección o unas buenas actuaciones (que resulta ser la bomba cuando se juntan todos estos elementos). Por lo tanto, invito a todos a volver a ser un poco niños y regresar al cine con la ilusión de cuando éramos pequeños.
Nacho Valdés
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5 comentarios:
Ya que te pones a recordar la infancia... la primera pelicula que recuerdo haber visto en el cine fue "La Historia interminable" no se ni cuantos años tendría, pero se me quedó grabada, todavia me emociono cuando veo la escena en que Atreyu pierde a su caballo en los pantanos...
OHHHH¡¡¡ La infancia, yo la primera que vi fue E.T. Y desde luego que sigo llorando cuando se pone gris.
Cuando Elliot le dice a su hermano que busque a E.T, casi me da un ataque...
En fin, creo que lo que te produce tristeza en la infancia, perdura toda la vida.
Un abrazo,
La verdad es que las pelis infantiles tienen un componente cruel que marca de por vida. Ambos citaís casos trístisimos. !Malditos guionistas!
Besos.
¿E.T.E? Ésta no la conozco, y de las de Mary Poppins me quedé en la primera, no sabía que había una saga. A ver si un día la alquilo.
Besos.
Estoy con Giorgio E.T todavía me hace llorar porque esa escena es muy dura coño, con todos esos científicos fascistas por casa del pobre Elliot.
Por otro lado, me sumo a la idea de ver la trilogía Poppins.
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