THE GODFATHER: Fruto del azar y el hermetismo estructural_I

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"Si hay algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que se puede matar a cualquiera". Vito Corleone




Si hay alguna película que aglutine más elementos eternos, aquellos que suscitan en mayor medida el interés en el intelecto humano, en el sentir propio de cada individuo, desprendiendo pequeñas sacudidas en nuestras emociones más hondas, es sin duda la saga The Godfather, o el bien conocido El Padrino en las tierras hispanas del oeste de Europa.

La familia, primer elemento, principal motivo, motor del film, se entremezcla con los vaivenes del contexto en el que subyace la narración de la historia que transcurre en la película; siempre en movimiento, como la propia vida natural, de ida y vuelta, sosteniendo el peso de la narración a base de pequeños golpes, mantenidos silencios, continuos excesos, violentos, esparcidos por toda la película, cuidadosamente colocados; nos movemos de un lugar a otro, de la Italia de las tierras sicilianas, donde los emigrantes viajaban en barcos apestados de ilusiones, en cuyo interior brota la figura, pequeña y enferma de Vito Andolini, un niño huidizo, huido y emigrado hacia América, cuya mirada sólo nos muestra el momento de regresar.

Nos movemos en el tiempo, hacia delante, hacia los barrios americanos de New York, concretamente en aquel llamado Little Italy, donde la figura de Don Fanucci, dirige y protege a los tenderos, a los vecinos, ahogándolos bajo el yugo del miedo, de la violencia, de la fuerza tosca y brutal, con sacudidas de presión; un terreno en el que el joven Vito Andolini camina con paso firme, escalando, observando en silencio, y atacando para destruir, y poder construir su propia historia.
Un historia de miedos, y deseos inalcanzables, dando lugar al poderoso mundo del hampa, los señores de la ciudad, que controlan, que hacen y deshacen todo, ganando siempre (mucho), aunque moviéndose entre la fina línea que les separa de la muerte; un segundo más tarde acribillan a balazos al hijo de un capo, dos días después las balas aterrizan en el cuerpo de el Padrino.
F.Ford Coppola nos brinda una secuencia antológica, sencilla, ligera, involucrando en la escena, y poco a poco, al espectador, consciente de una calma, siempre tensa; compra fruta, se gira, vuelve tras de sí, y cae en el suelo, sin que su chófer, su propio hijo, pueda contener el ataque que proviene de varias pistolas.

El recurso del mutismo sonoro es usado en varias ocasiones, vuelta a empezar, la venganza se muestra en escena de la mano del único hijo que vive al márgen de la familia; Michael Corleone, se inicia en el arte de asesinar buscando la salvaguarda de su familia. Un restaurante, dos tipos y el joven asesino, nada se escucha, el sonido del corcho de una botella envuelve el espacio audible; lo demás es fortuito, rápido, discurre por el lugar, mata, sale y todo suena de nuevo, sin ningún efectismo, acercándonos de nuevo a la realidad ruidosa: la detonación del arma, el impacto metálico de ésta cuando abraza el suelo, y sin embargo aterra.

En el cine cada componente que forma parte de la estructura de la película, desempeña una función, desarrolla su trabajo al amparo de aquélla, para completar el discurso, para condensar la narración, para abrirla hacia afuera buscando el desarrollo paralelo de acciones diferentes, a veces opuestas, otras no tanto; todo parece estudiado, embarcando al espectador por un viaje que milimétricamente, nos ofrece cuidadosamente el autor de la obra.
Pero muchos elementos que discurren por el film buscan sin duda abrirse camino de manera improvisada, fortuita, quedando registradas en la película hasta el grito de ¡corten!

Coppola se apropia de estos últimos, para hacer parecer natural, quizá realista, hasta que lo retuerce, consiguiendo que de lo ensayado, de lo que resulta cuidadosamente estudiado, nos lo muestre fresco y real.
De nuevo en New York, a principios de siglo, Vito decide quitarse de en medio a alguien que molesta, que perturba su condición y su negocio; un portal, más bien oscuro, iluminado con alguna bombilla que el propio Vito se encarga de apagar para envolverse en la penumbra, más penumbra, y de nuevo una pistola, esta vez envuelta en una toalla, a modo de silenciador. Tres disparos son suficientes para derribar al tipo vestido de blanco, para que su traje se cubra, y de a poco, con el colorado aspecto de su sangre; la toalla arde, De Niro se vuelve, desconcertado, apaga el fuego, se desembaraza del arma y sale del lugar hacia nuevos horizontes: sólo ahora Vito Andolini se torna en Vito Corleone; sólo Coppola sabía de la posibilidad de que la toalla ardiera como lo hizo, de manera casual, inesperado y peligroso, ¿fruto del azar?


Giorgio
28/05/2009

4 comentarios:

laura dijo...

La saga del Padrino me encanta! son de mis pelis favoritas, las he visto mil veces y no me canso.
Un beso.
Laura.

Nacho dijo...

Amigo, aquí sí que has tocado mi vena más profunda. ¡Qué saga la que describes!
Tengo que decirte que los momentos que tocas son algunos de los que se han quedado grabados en mi cabeza, quizás la muerte de Sonni, sea otro de esos intanstes que Coppola supo captar magistralmente.

Por lo que veo has obviado la tercera parte de esta saga, a mí me parece que por motivos evidentes.

Abrazos.

Sergio dijo...

Palabras Mayores, todo lo referente a esas dos películas debería escribirse siempre en mayúscula.

Giorgio dijo...

Poco se puede decir de esta saga.
Aunque algo más me atreveré a escribir.

Un saludo.