GRACIELA ITURBIDE: La desnaturalización de la muerte con vista de pájaro

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Uno de los aspectos de la vida del ser humano que mejor retrata la fotografía, es la cesación de la vida, esa separación del cuerpo y el alma, en términos cristianos, que el pensamiento tradicional camufla entre bastidores; estando entre nosotros, aunque dejándolo correr.
La actitud de las personas ante este hecho, es lo que varía sustancialmente, motivada por candados culturales y clichés artificiales, generados todos en torno a aquello que consolida el final del recorrido humano: la muerte.

Cuando me dirigía hacia la exposición de Graciela Iturbide, leía en el suburbano madrileño un libro sobre montaje cinematográfico, En el momento del parpadeo, de Walter Murch, en el que se esgrimían razones de peso para argumentar que uno de los mejores instantes para el cambio de plano tiene lugar cuando el actor parpadea. Es curioso que sea la mirada del actor, lo que condiciona la buenaventura en cada corte, asemejando el ritmo fílmico a nuestra propia forma de ver la vida. Quizás por ello los ojos, y por ende, la mirada de estos, determinan en buena medida la percepción de aquello que vemos.
Acercándonos con precisión a las fotografías de Graciela Iturbide, nos damos cuenta que su destreza radica en la forma que posee su mirada, aquella que desorbitadamente te envuelve en un entorno, previamente seleccionado y condicionado por su impresión.

Definitivamente, la primera fotografía que sirve de reclamo para la exposición, da un pequeño aviso del trabajo de la fotógrafa. Mexicana de nacimiento, su mentor fotógrafo, interpuso entre ella y el mundo una cámara de fotografía, para poder interpretarlo. De la muestra a la que asistí, dentro del conjunto de Photoespaña´09, pude apreciar el valor de una viajera, conocedora de diferentes lugares, que aparecen retratados con una distinguida y sutil manera de ver las cosas.
Alejado de cualquier elemento de distracción, y acompañado de un acérrimo consumidor de fotografías, mi atención, nuestra atención, se detuvo en el transcurso de una serie que tenía que ver, con la llamada dama negra. Aún ahora, mantengo mi distancia con ella, prejuzgando mi yo, mi cultura y educación, motivo por el cuál, presencié absorto lo que allí contemplaba.
La muerte se desataba delante de mí, entre aquellas fotografías distribuidas por la sala, tenue de luz, aunque suficiente para contemplar como la cultura mexicana, se desliza por el final de la vida con la misma naturalidad que lo hace en el principio de ésta. Disfrutan del fin, de la entrega del alma y el abandono del cuerpo, con una arrogancia digna de ver, digna de destacar y considerar; sobre todo porque le otorgan un valor, un añadido, que nuestra cultura carece, al menos a día de hoy.
Lo que muestra la fotógrafa es un cadáver, inanimado, abandonado en una calle, a la vista de todos; toda la zona enfocada reclama atención, el cráneo desnudo, limpio, exhala un grito mudo de inconsciencia. En palabras de Iturbide, la dama negra que tanto buscaba, se le presentaba de cara en aquel lugar, para que retratara la muerte.


Acompañando la serie, formando parte de esta, Graciela Iturbide rescata otra de sus obsesiones, buscando la unión entre las aves y las personas. Sus fotografías estiman una conexión psicológica, casi metafísica, que recorren al ánima humana para expresarse fotográficamente y en torno a esas dos dimensiones.
El señor de los pájaros, estimula el pensamiento, alejando los malos humores, deshaciéndose por entre el vuelo de las aves, que parecen sombras chinas, títeres dirigidos pero incontrolados; todo pesar.
Envolviendo la atmósfera plomiza, el arrugado cuello del hombre, se estira hacia arriba para olvidar, para entender si cabe, el aleteo inquietante de lo que acecha en el cielo gris.
Parece impropio, desprotegido de aquéllos aunque aliviado; la mirada del hombre parece no tener fin.


La exposición continuaba con series fotográficas dedicadas a paisajes y objetos, los cactus, lugares áridos, donde habitan indios que se sitúan en la mitad del tecnológico ahora y del artesano pasado, otras fronteras, parajes extraños, Bombay, Almería, Honduras, dedicados ambientes retratados por Graciela Iturbide.
La fotógrafa mexicana, recientemente premiada por el premio a la fotografía de Hasselblad (una de las mejores marcas de cámaras fotográficas de medio formato) desprende en su manera de captar lo que ve, testimonios al aire de lo que acontece a su alrededor, utilizando lo que siente para poner en consonancia cuerpo y alma.


Giorgio
27/08/2009

3 comentarios:

Nacho dijo...

Parece interesante y descarnada la manera en que esta artista se enfrenta con la muerte, creo que en México tienen una cultura y un culto a la este paso que es desconocido para nosotros. A mi me resulta un tanto intrigante, aunque también magnético. Ya sabes lo que pasa con estos temas tan crudos, tienen una doble naturaleza que, por lo menos a mí, me provocan aversión y curiosidad.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Siempre he tenido vocación por lo tétrico, buscaré más información sobre las fotografías de esta creadora, que por lo que veo puede tener algo que ver en su estética y temática con Bergman.
La mentalidad occidental ha inculcado un excesivo miedo a la muerte. Las culturas que mantienen algún rastro de sus ancestros generalmente la consideran como un tránsito y le otorgan un valor más relativo.

Melmoth (no Melroth)

Giorgio dijo...

Cuando veía esas imágenes, notaba perplejidad y sobre todo, cierta distancia, miedo.
En ese sentido soy demasiado occidental. Temo en exceso el final.

La alegría de esas gentes, no desdeñaba su pena por el ser querido.
Tan sólo lo sienten, como un paso más en el camino.
El ateísmo y la racionalidad, imagino que contribuyen al temor por lo desconocido. Al menos en mí.

Disculpas a Melmoth. No sé por qué cambié tu nombre.

Un abrazo.