Sweet Corner Vol. 23

|

Limitaciones

La inspiración puede venir de muchos lugares, de múltiples maneras, incluso puede llegar de la mano de la imitación o del plagio más o menos evidente. Históricamente, éste ha sido uno de los recursos principales a la hora enfrentarse a una creación artística. Desde el momento en el que un artesano que, con destreza manual pero sin originalidad, era capaz de reproducir el estilo de un creador reconocido, se acabó la singularidad artística de algunas producciones. El acercarse a una obra ajena a la hora de crear algo nuevo, desde mi punto de vista, no tiene porque ser especialmente negativo. El reproducir un estilo, el examinar la obra de un clásico de reconocido prestigio y conseguir hacer lo mismo me parece un estupendo ejercicio de entrenamiento; incluso, de estos divertimentos y trabajos puede nacer algo bueno. El problema viene cuando se produce el estancamiento, cuando no se da el avance necesario para forjar una manera personal de hacer las cosas.
Esta reflexión, por ejemplo, no es ni muchísimo menos original. Lleva desarrollándose, por lo menos, desde el siglo IV cuando Platón realizó los primeros estudios estéticos que han llegado hasta nuestras manos. Una de las ideas principales con las que trabajaba este pensador, era la de imitación o mimesis. Este concepto llevaba emparejado una representación ontológica de la realidad. Es decir, bajo la idea de mímesis se podía explicar toda la estructura del mundo físico. Los objetos reales, tangibles, tenían una graduación de perfección que los llevaba desde lo más excelso, hasta lo más bajo o imperfecto. El punto álgido de las cosas se encontraba en los conceptos o ideas, éstas tenían la particularidad de ser perfectas, eternas e inmutables. Por tanto, su conocimiento permitía la realización de la episteme o ciencia, puesto que una vez que se accedía a ellas, el poso que nos quedaba era imborrable y perdurable. El siguiente paso, siguiendo esta explicación a brochazos, nos llevaría a los objetos de la naturaleza. Estos, que pertenecen al mundo físico, que no son conceptos como los anteriores, son tangibles y corruptibles. Esto trae consigo el siguiente problema: son imperfectos, cambian y se deterioran; por tanto, sólo ofrecen un conocimiento parcial denominado por Platón como doxa u opinión. El último eslabón de lo empírico está formado por los objetos artificiales, dentro de estos no pueden faltar las creaciones artísticas, que para Platón son la copia de la copia, puesto que pretenden imitar las formas naturales. Por lo tanto, para el griego, el artesano, que no artista (esta es una denominación romántica), no era más que un personaje que con mayor o menor pericia era capaz de realizar la mímesis de los objetos naturales. Por lo tanto, era quizás uno de los trabajadores peor considerados.
Resulta curioso como este señor que desarrolló su existencia en la Grecia Clásica, pudo desplegar un pensamiento que puede enlazar con el mundo del cine actual. Pues resulta que el concepto de mímesis también podía utilizarse para los actores del teatro griego, el trabajo realizado por los mimos. Función sana por las comedias que permitían al espectador acceder a la democratización de los personajes públicos, personas notables que bajo la representación mimética adquirían una naturaleza más mundana. La otra vertiente era la tragedia, que consentía la catarsis de ser espectador de las desgracias ajenas, parece ser que el ser testigo del drama vital de los demás resulta reconfortante. Estos tipos que subían a escena realizaban una mímesis imperfecta de lo que la vida suponía, llevaban frente al espectador pequeñas porciones de realidad que provocaban el entretenimiento del público. Esta tradición llega hasta nuestros días, sin cambiar prácticamente el formato que ya Aristóteles en su Poética había adelantado.
Resulta que en el siglo XX, se produce otra manera de llevar porciones de realidad ante los ojos atónitos de la gente que se sentaba en el patio de butacas, nació el cine que uniendo fotogramas conseguía darnos la sensación de que frente a nosotros se desarrollaba la realidad. Por supuesto, el cine imita la vida deformándola, ampliándola o empequeñeciéndola, tiene la capacidad de evocar y fascinar poniéndonos en situaciones que en ocasiones resultan increíbles. Sin embargo, parece que en los últimos tiempos hay una crisis de pensamiento, parece que la vida no es suficiente inspiración para los estudios de las grandes películas. Ahora parece estar de moda la imitación de la imitación, o lo que es lo mismo: la copia de la copia. Huelga decir que el resultado, en forma de remake, pierde toda la frescura que podría tener el original. ¿Qué es lo que sucede? ¿No hay guionistas? ¿Sólo se busca la rentabilidad utilizando formatos que ya se sabe que funcionaron en su día? Como de costumbre desconozco la respuesta, pero de lo que tengo la seguridad es que el resultado es penoso. Espero por el bien de la imitación que permitan sacar a la luz nuevas creaciones, algo que de frescura al panorama devastado del cine comercial.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Giorgio dijo...

Las limitaciones son impuestas por la falta de talento, quizá por ello volvemos la vista atrás para imitar a los grandes, creando a partir de ello una obra fraudulenta y de baja calidad.
Me gusta el concepto de mímesis, ya que aunque sus orígenes se sitúan en el siglo IV, la modernidad del término atemoriza al incauto imitador de hoy.
Pensaré en ello antes de volver a rodar algo.

Buena reflexión, mejor artículo.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Notable artículo. Hallar de una manera brillante la relación entre dos épocas y actividades tan alejadas cronológicamente tiene mucho mérito. No sé si la sociedad se adapta al cine actual o viceversa, pero esto ha tomado malos derroteros.