Sweet Corner Vol. 25
Influencias
Característico, a mi entender, de los posados, públicos y privados, del primer cuarto del siglo XX, era el hieratismo y cierto aire de dignidad. Si se estudian fotos antiguas, es uno de sus rasgos el de la impenetrabilidad de los rostros que se contemplan. Evidentemente, en este tipo de pose, incurren los aspectos técnicos de la fotografía del momento, que exigía dilatadas exposiciones para plasmar la imagen. Aún con todo, en estos retratos se respiraba otra atmósfera diferente a la de la actualidad, otra manera de presentarse a la vida y, por añadidura, a los demás. El retrato, como algo extraordinario en esa época, era una especie de ventana que permitía al entorno escudriñar en el interior del fotografiado. Hoy por hoy, perdida la exclusividad, se convierte en algo vulgar que no invita a ese estudio, sino a la indiferencia.
Parte de los cambios que se producen en la forma de presentarnos a los demás por medio de la imagen, proviene de la cultura moderna americana que vanagloria al hombre hecho a sí mismo, el esfuerzo continuado que da como resultado el alcanzar la clase media tan ansiada y despreocupada. Tras la gran depresión, que como otros aspectos estadounidenses ha quedado retratado en su sociedad de la imagen, se impuso el modelo que individuo capaz de levantarse de sus cenizas para, con sus manos endurecidas por el trabajo, edificar de nuevo el país que se había derrumbado. La lenta recuperación dio paso a una visión inmaculada de las personas que integraban la sociedad, lo cívicamente permitido era el ideal familiar integrado por la solícita ama de casa, el esforzado padre de familia y los abnegados hijos que permiten vislumbrar un futuro prometedor. A pesar del interior podrido, se impone la vacua felicidad vendida por publicistas y estudios de cine, se vende un modelo al que caminar que dirigirá las mentes aborregadas de un país en estado de shock. Se intenta normalizar la terrible situación, se quiere imponer una forma de felicidad que antes no existía, un bienestar basado en la posesión de bienes materiales conseguidos a base de mucho esfuerzo. Hollywood, publicistas y televisión predican el consumo como llave de la paz interior, como solución a los problemas acaecidos, cosa que por otra parte era cierta, el consumo de productos internos, además de la II Guerra mundial, fue el punto de inflexión para lograr salir del atolladero.
Pero lo interesante no está en las medidas adoptadas por el pueblos americano para salir de su ruptura económica, lo realmente estimulante es el legado visual que nos han dejado y que nos afecta en la actualidad. Se inventó un modelo familiar, un modelo de pareja, un modelo de hombre y de mujer, en fin, se creo un mundo irreal basado en la pertenencia a un estatus y en la posición social que se medía por la cantidad de bienes que se poseían. A esto se sumaba la apariencia externa que, a pesar de sufrir interminables vaivenes y modificaciones, sigue siendo en esencia la misma. Esta forma de presentarnos ante los demás, tenía un acabado perfecto rematado por una sonrisa insoluble. El sonreír era la clave, la forma en la que mostrabas al mundo que eras feliz, que estabas satisfecho contigo mismo y con todo lo que tenías. Daba igual que estuvieses deprimido, hundido o arruinado, una buena sonrisa ocupaba la visión del espectador y desviaba la atención hacía esa felicidad sin contenido que caracteriza a las creaciones populares. Es decir, no se busca ningún tipo de satisfacción profunda, sólo tener unos dientes blanqueados que deslumbren cuando te muestres a los demás; la imagen se convierte, de esta forma, en el pasaporte para lograr los objetivos, dejando de lado lo que se encuentre oculto tras esa apariencia.
Creo que este, entre otros, es el motivo por el que casi siempre se sonríe estúpidamente en las fotografías.
Nacho Valdés
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Gracias por la bienvenida. En cuanto al artículo, me resulta muy apreciable el hecho de sintetizar tan límpiamente lo que sospechamos de la hipócrita cultura de la imagen cultivada a E.E.U.U y que lamentablemente creo que ahora mismo se instalado aquí con fuerza medio siglo después (típico de un país gregario sin autoestima) ).
Me pensaré lo de sonreír en la siguiente foto.
Un abrazo.
Es un hecho, aparentar lo que (no) eres para proyectar una imagen distorsionada de ti mismo.
La fotografía tan sólo nos facilita un vehículo para acelerar el proceso.
Asimismo los trajes, el maquillaje, los zapatos de tacón alto, las camisetas con mensaje, incluso los tatuajes, ¿distorsionan la percepción de la gente hacia nosotros mismos?
Interesante reflexión sobre la (des)inteligencia humana.
Abrazos
Publicar un comentario