Sweet Corner Vol. 47

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Avatares tecnológicos

Debo reconocer que no me he dignado de ir al cine al verla, que ni tan siquiera he hecho el esfuerzo por intentarlo; lo del esfuerzo viene a cuento de la increíble demanda que parece haber por ver el último estreno de James Cameron. No es que tenga nada contra este director, ni contra sus producciones estrepitosas y aparatosas. Lo que sucede es que me da la impresión, y en esto tengo la seguridad de que no me equivoco, de que voy a salir totalmente decepcionado y estafado de la sala de cine. A mí lo que me interesa es el argumento, el guión, la historia, aunque por supuesto debe ir envuelto por un trabajo técnico digno. Yo creo que podría soportar una buena historia rodada sin medios, como por ejemplo El odio, que una historia insoportable rodeada de virtuosismos tecnológicos. De hecho, creo que esto es lo que sucede en los últimos tiempos, se tiende hacia la espectacularidad mal interpretada en detrimento de los buenos relatos.
El caso es que este director, que ha gastado millones en el desarrollo de nuevas tecnologías (con afán inversor, por supuesto), y hay que reconocerle la novedad científica por encima de cualquier otra virtud. Así es como se mueve el cine, como se lucha contra la piratería masificada, la de aquellos que no les importa escuchar un mal sonido o tener una imagen defectuosa, la de los que se gastan miles de euros en un equipo de home cinema para después bajarse de Internet la primera copia cutre que encuentren. Pues para estos, que son la mayoría de clientes potenciales del cine, la masa informe sin criterio y del gusto aborregado, el desvarío en tres dimensiones del señor Cameron ha servido para provocar el regreso masivo a las salas. Sí, se ha forrado, de eso no hay duda, pero por el camino ha logrado que la recaudación del cine haya subido de manera espectacular.
Creo que esto es una dinámica en la historia del séptimo arte, los avances van provocando la novedad que invita a la vuelta del negocio. Si hacemos un somero repaso por el recorrido de esta vertiente artística, podremos comprobar que es a base de tecnología como ha ido funcionando esta disciplina. Primero se trató de la fotografía, a la que un buen día se podía acceder debido a que se había masificado y ya no era patrimonio de una élite. A alguien, que no recuerdo, se le ocurrió poner uno tras otro los fotogramas para de esta manera crear la sensación de movimiento. Por supuesto se convirtió en negocio, siempre hay alguien un poco más espabilado que los demás, como los hermanos Lumière, que vieron el dinero donde los demás no veían más que una frivolidad. La novedad pasó pronto, las imágenes cotidianas ya no sorprendían a nadie y se hizo necesario la renovación de la industria por medio de la literatura. Se crearon historias, se fundaron los primeros estudios, y un pequeño grupo de elegidos comenzó a acercarse a la gloria. Habían nacido las primeras estrellas del firmamento Hollywood. Pero el mundo es cruel y los negocios aún más, este grupo de semidioses cayó en desgracia tan rápido como había subido. Pasaron de moda, el cine mudo fue arrollado por el sonido que se incorporó a los fotogramas. Los guiones se complicaron, los recursos técnicos se pusieron al servicio del creador. En esta época se multiplican los actores, los estudios y las producciones. Todo esto sería borrado progresivamente por nuevos avances, por la llegada del color, del cinemascope y demás recursos que servían para dar mayor lustre a las historias que se veían en pantalla.
Ahora resulta que el señor Cameron resucita las tres dimensiones y que prescinde de escenarios reales y actores a favor de la más rabiosa y actual tecnología informática. Por supuesto es un recurso más, y como decía anteriormente una inyección económica para las vapuleadas salas semivacías, pero el alma artística de este mundo no se encuentra en el aspecto tecnológico. Éste puede resultar una ayuda, un apoyo o lo que sea, pero queda claro que sin una buena historia todo queda en un artificio vacío. Y aquí es a donde deseaba llegar, creo que Cameron ha logrado lo que se proponía, despertar un nuevo estilo espectacular sin ningún contenido interesante, algo por lo que no pagaría para verlo en tres dimensiones. Supongo que a partir de este punto se utilizará más, que las salas se prepararán para esta nueva forma de hacer cine, pero si no va acompañado de buena literatura no podrán contar conmigo. Ya veremos qué es lo que nos depara el futuro.

Nacho Valdés

CELDA 211 Y TRES DÍAS CON LA FAMILIA: Escasas alternativas para valorar el peso de un premio

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Desde la perspectiva cinéfila, observadora ésta por naturaleza, consciente de ella y usándola como punto de partida, analizo con temor las circunstancias adversas por las que los cineastas españoles están pasando: maldigo el momento aciago que protagoniza nuestro cine.
Nunca fui partidario de reconocer el talento de un artista en función de los premios que recibe. Creo que no lo haré nunca. Tampoco lo voy a hacer ahora, al menos en esta ocasión.
De los premios Goya se puede esperar de todo, aunque especialmente significativa fue la ceremonia de este año. Es para estar contento, ya que a pesar del nivel de las propuestas cinematográficas a concurso, siempre resulta cómodo sacar a relucir aquello que parece mejor, sin necesariamente ser muy bueno.

No fue fácil competir en la misma franja horaria, con el "maese fútbol"; plato estrella de los medios de comunicación, el vulgo se hacía eco del partido en el que los mejores perdieron contra los infames, pese a quien pese. Ni siquiera la eliminación de la publicidad, mísera e hipócrita distracción que nos hacía perder el hilo de las películas, beneficiaba la fiesta del cine español, tildada de larga y poco armoniosa.
Quizás, tras varios años perdidos en la isla del hastío, en el 2010 se conjugaron varios factores que propiciaron una grata y satisfactoria gala, destacando al conductor de la misma, Andreu Buenafuente, maestro improvisado de un guión siempre férreo, y que supuso cierto aire limpio e inteligente, carente otros años. Alex de la Iglesia contribuyó masivamente a ensalzar las virtudes de "el cine", aquella disciplina que posibilita la consecución de los sueños, afirmando que nada detiene un rodaje.

De los premiados, me quedo con dos obras, con sus autores, y sus personajes, con su forma de interpretar el cine, con la esperanza que suscita el hecho de tener cineastas españoles nuevos.
La premiada Celda 211, de Daniel Monzón; buena película, articulada en torno a una gran dirección de actores y una interpretación voraz de éstos para con sus personajes.
Luis Tosar confirma el talento que ya de por sí conocíamos, encendiendo al público de la mano de un preso que lidera un motín.
A esto se suma un intenso montaje, repartiendo cada plano a lo largo de la línea de tiempo sutilmente, mezclando las tomas realizadas en cámaras en mano, con cierto desdén, como aparecidas sin criterio, inmiscuyendo al espectador por entre las celdas confusas y vacías.
Me quedo con la propuesta, pese a que no alcanza las cotas que otros films europeos ostentan. Quizás no se puede pedir más, por eso estoy contento.
De la otra película, aquella que recibió el Goya a la mejor dirección novel, supone un alto grado de respiro cinematográfico para aquellos que necesitan de cine; Mar Coll y Tres días con la familia es un fiel retrato costumbrista y moderno de las relaciones humanas entre miembros de un mismo entorno familiar. Gran trabajo para una recién licenciada en dirección de cine, y por supuesto, una gran apuesta de una productora que arriesga con un cine íntimo y humano, para llevarlo a las carteleras españolas: su nombre Escándalo Films.

De lo demás, poco.
Ágora, pretende, pero no abarca aquello que propone; resultado, un guión cojo, ausente de retórica y ritmo cinematográficos. Todavía creo en Amenábar, pese a todo.
Almodovar, volvió para dar, no recibió, y pasó desapercibido como su propuesta fílmica. Se le espera más y mejor. Quizás sea bueno su regreso a la Academia de cine español.
Tan sólo un detalle, vil a mi juicio: Entre les murs no fue reconocida como vencedora entre todas las películas europeas que competían, quizás así se entiende el estado enfermizo de nuestra sociedad, aquella que rechaza su arte.


Giorgio
23/02/2010

Sweet Corner Vol. 46

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La falsa moneda

Caemos, apasionadamente, como seres humanos que somos, en cualquier maléfico uso de la imagen que se realice con fines perseguidos por individuos con o sin una moral definida. La manipulación evidente a la que somos sometidos no evita que continuemos picando el anzuelo si el cebo nos gusta, es decir, de alguna manera somos proclives a la engañifa o a la demagogia con tal de que ésta se adecue a nuestras demandas.
Como decía el pobre Nietzsche, de entre todos los seres de la naturaleza, es el ser humano el más proclive e inclinado hacia la farsa y estafa. Engaño, que en su opinión, ha urdido tal tela de araña que evita que podamos desviarnos de la dirección marcada por nuestras apasionantes falsedades. Sí, hemos creado tal escala de valores, tal manera de relacionarnos que incluso la más mentirosa de las mentiras, que no es otra que nuestra propia visión de la realidad, ha resultado convincente. Al bueno de Nietzsche, que intentó revertir esta situación, se le reblandeció el cerebro, este fue el diagnóstico oficial de su época, y acabó en estado catatónico. Está claro que esta mente tan preclara sufrió lo indecible cuando se percató de la situación irreal en la que vivimos, ésta, además de sus disposiciones genéticas, puede haber sido una de las causas por las que perdió la cordura.
El problema no nace con el filósofo prusiano, sino que ya hundía sus raíces en la antigüedad más pretérita. Con el fin de interpretar lo que nos rodeaba nos inventamos una serie de explicaciones a cada cual más fantástica, pero resultó que triunfaron, que nuestro afán de buscar respuestas a lo que no lo tiene se vio satisfecho. En nuestra eterna codicia, en nuestra egolatría monstruosa, consideramos que éramos capaces, mediante nuestro intelecto, de desentrañar los más oscuros secretos del universo. Como antes decía, nos gustó el cebo y tragamos nuestro propio sedal hasta el final. Este señuelo que envolvía al peligroso anzuelo traía consigo una manera de organización, una divinidad y una clase dirigente que no hacía más que aumentar la simulación para de esta manera tener un colchón más cómodo sobre el que recostarse. Así se produce el devenir histórico, caminando sobre falacias que se crean para eliminar a las anteriores y de esta manera poder pavimentar el camino social. Es la ambición, el interés por medrar, el principal combustible para esta simulación que a todos nos alcanza.
Llegados a nuestros días, los medios de la imagen se convierten en adalid de la hipocresía y tocando aquellos resortes necesarios para que los sujetos se adocenen y plieguen a los designios de los mandamases de turno. El anzuelo sigue en su sitio, lo único que ha cambiado es la carnaza y esto provoca que la novedad nos obnubile y nos lleve derechos a tragarnos el reclamo. Resulta que ahora es la sociedad de consumo la que dirige el cotarro, nos dice que comer, que vestir o como actuar. Es una maravilla, nos estamos aborregando de tal manera que la tan cacareada sociedad globalizada es, más bien, una sociedad mediatizada.
Lo último y más apasionante, lo que más preocupa, aunque tampoco se trate de ninguna novedad, es que hasta nos dicen quienes serán nuestros dirigentes. Hoy por hoy, hasta un cowboy como Ronald Reagan, un mediocre actor como Schwarzenegger, o cualquiera respaldado por la imagen moderna puede llegar hasta donde desee. Resulta que si el envoltorio es el adecuado, si nos lo presentan de forma bonita, nosotros traga que te traga. Los conocimientos nos resultan indiferentes, las especialidades de los candidatos es lo de menos, lo que interesa al gran público es que tenga una bonita sonrisa, un pelo cuidado y, por supuesto, un impecable traje.
Después de lo dicho lo increíble es que todavía seamos capaces de organizarnos socialmente, que no nos hayamos descompuesto en nuestro propio embuste y, ante todo, que nuestra propia estupidez no nos haya llevado a nuestra propia aniquilación. En fin, a ver cuánto duramos dentro de nuestro enredo.

Nacho Valdés

LOOSE CHANGE: Terror y trauma, puerta abierta a la sinrazón

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La determinación es una constante en el devenir de los seres humanos. Tomar decisiones dirigidas a la búsqueda de un objetivo, reconocer aquellos caminos que facilitan el acceso a éste, discrimina a aquellos que seleccionan la dirección que un grupo a de tomar, líderes que tratan de afianzarse de entre los de su misma especie.
Es a éstos, a los líderes, fieles directores con voluntad de sacrificio descomunal, a los que el mundo humano mira cuando no hay lugar a las palabras; se prestan a ejercer de esponjas del dolor que alimenta la sensación de sufrimiento que arraigan en sus propios cuerpos.
Se distancian de la turba, la acogen, proveen de alimentos, curan cuando están enfermos, pero también manipulan. ¿Hasta dónde llegar en su manipulación?
Es cuestión de tiempo, se empieza por ejercer cierta presión cotidiana, en la diaria contribución de la gente al desarrollo de la convivencia. Se sustentan en la convicción que las personas tienen en ellos, en la dependencia generada por y para los propios líderes.
Después, la transformación es tal, que perdemos la perspectiva al formar parte de ella.

Loose Change encabeza su discurso sobre el atentado del once de septiembre de 2001, bajo la base histórica de acontecimientos que supusieron un cambio de rumbo en la política mundial, y por ende, en el devenir de la vida humana. Tras el título, se esboza debajo de éste la contundente afirmación: un golpe de Estado Americano.
Su propuesta se basa en el hecho de que los grandes cambios sociales, los giros radicales en el camino de los estados, se producen bajo hechos traumáticos y catastróficos, aquellos que garantizan dos elementos clave para asegurar dicha transformación: el fervor popular y la clarividencia de los hechos.
Se infunde miedo, terror, y sobre todo revancha. Así lo hizo Hitler con los comunistas que supuestamente incendiaron el Reichstag, en aquellos años que precedieron al desarrollo del nacionalsocialismo alemán. Repitieron los americanos con Vietnam, esgrimiendo un falso ataque del Vietcong, para empezar la contienda.
Israel, Inglaterra, Francia, cada estado determina un punto y aparte en un momento de su historia, para reconducir el statu quo, para eliminar las disidencias internas, en pos de un enemigo exterior y común.

Esto es lo que se defiende en el documental, y los argumentos son de peso. Cuando empiezas a observar que las Torres Gemelas se desploman en caída libre, que producto del derrumbamiento de éstas, tan sólo se derriba el Edificio 7 del World Trade Center, aquel que albergaba todo el entramado de seguridad más importante de New York, que en el Pentágono apenas hay restos del Boeing 757 que impactó contra el edificio, que la investigación oficial no analizó los restos que se encontraron entre el amasijo de polvo y metal, que tardaron casi tres meses en apagar definitivamente los incendios "producidos" por el combustible derramado de los aviones; cuando todo esto que no quieren que veas, lo descubres ante tus ojos, la sensación de pena y tristeza se apega a tu cuerpo, como un abrazo de dolor profundo.


Giorgio
15/02/2010



El Baúl Nórdico Vol. 5

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THE ANTICHRIST; descenso y resurrección, según Lars Von Trier”

de Lars Von Trier

Según todas las tradiciones antiguas, siglos y siglos antes de la publicación de “La Divina Comedia” de Dante, para poder contemplar a Dios, hay que darse antes un garbeo por las sucursales del infierno. Por otro lado, tomando como referente la dualidad de la filosofía oriental, comentar que el Yin -principio femenino- representa la tierra y la oscuridad y el Yang- principio masculino- simboliza la luz y la resurrección. A partir de estos conceptos, tal vez podamos entender el mensaje que encierra el director danés en The Antichrist, como es lógico, desde el punto de vista de un servidor, ya que penetrar en la intrincada mente de Lars Von Trier y en su perenne ánimo provocador no es empresa sencilla ni motivante. Evidentemente, asemejar a las mujeres con brujas cuya meta es entorpecer la búsqueda de trascendencia del alma masculina y arrastrarla a las más bajas pasiones terrenales, resulta un tanto exagerado. Pero comprobando el “statu quo” actual de lo políticamente correcto, anteponiendo la libertad creativa, no está de más realizar un film que sesgadamente abogue por llevar al otro sexo a la hoguera, como contrapeso a la propaganda feminista que últimamente invade las sociedades “avanzadas”. Mejor escuchar a los ayatolás de ambas vertientes en estéreo que en un sólo canal.

Aquí, la personalidad violenta, inestable y lasciva no está representada por un especimen machista, sino por una mujer. Desgraciadamente, muchas veces la crítica no acude a los festivales a juzgar planteamientos artísticos, sino más bien a favorecer lo que propaga su línea editorial o a dejarse seducir por la puñetera moralina de moda. La más que probable misoginia de Lars Von Trier, no es justificación para ridiculizar ni menospreciar un trabajo genuinamente original y brillante. Siempre existirán los estúpidos fariseos de la norma.

The Antichrist, arranca con una estética propia del mundo publicitario. La primera secuencia nos remite a cualquier anuncio navideño; fotografía impoluta en blanco y negro, velocidad ”slow motion” y una hermosa aria de Haendel. Habrá en esta presentación quien vea arte, donde a lo mejor no existe más que técnica y un posible ánimo de parodia por parte del realizador. Discutible, como todo en esta película.

Afortunadamente, la narración se va orientado hacia un lento y dramático descenso hacia el delirio y la destrucción. La iluminación cada vez se vuelve más claustrofóbica. Los dos protagonistas de la historia se van desligando de la realidad formal, proyectándose lentamente sobre el limbo. La búsqueda de consuelo en la naturaleza, revierte en amenaza, todo lo que encuentran a su paso es hostil. La racionalidad del psicoanálisis se torna vacua, porque la única esperanza es seguir cayendo a plomo hasta llegar a los regiones más ínfimas y primitivas de nosotros mismos, y tras reencontrarnos con nuestro yo animal, renacer como seres supremos en el Edén no corrompido. Porque según “The Antichrist”, tras el último círculo del infierno se hallan las puertas del paraíso.

Después de todo esto, nada más indicar que Lars Von Trier se declara ateo, después de haberse convertido con treinta años al catolicismo.

Siniestra, descabellada, polémica y con buenas dosis de clarividencia dentro de un aparente desvarío, esta producción se encuentra por encima de obras como “Los Idiotas” y la sobrevalorada “Bailar en la Oscuridad”, mostrando mayores pretensiones intelectuales e introspectivas y siendo digerible por un espectro de público mucho más selecto. El estilo del director danés, que puede remitirnos a partes iguales al cine amateur y a las más altas cotas de virtuosismo dentro del celuloide, propicia una pieza única en cuanto a su fisonomía, saliéndose por la tangente y haciendo un monumental corte de manga a todas las mentes unidireccionales.

Antaño sobrevalorado por él mismo y por la crítica, Lars Von Trier ha dado en el clavo con su último proyecto.

Melmoth

12/02/2010

Sweet Corner Vol. 45

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Avatares históricos

La multiplicación de voces, aunque parezca mentira (de esto precisamente quiero hablar), no siempre enriquece mediante la confrontación y el diálogo. Estamos, creo haberlo dicho en múltiples ocasiones, en época de crisis, en un triste momento de descomposición que no sé a dónde nos va a llevar. Puede parecer tremendista, agitador, o simplemente estúpido, pero lo que está claro es que nuestra organización social actual no va a durar para siempre.
Como ejemplo de lo que está sucediendo, me gustaría trasladar al lector a la Atenas de finales del siglo V a. C., justo en el momento previo a que Filipo de Macedonia invadiese la zona y desapareciese la organización política sustentada por la polis. Estos señores que vivían ese período, que consiguieron expulsar a Medos y Persas, que dominaban el Mediterráneo y que lucharon contra la oligarquía espartana, se vieron sorprendidos por una región considerada bárbara a la que tenían en consideración residual. Pues en esa época, unos agitadores se aprovecharon de la situación e hicieron fortuna ante este panorama de descomposición. Los sofistas, primeros maestros de la historia, ante la libertad democrática en tribunales y temas políticos, decidieron instruir, a quién pagase, en las artes de confundir al adversario y lograr el triunfo y prestigio social. El relativismo y el escepticismo eran la moneda de cambio, no había un paradigma imperante y únicamente las artimañas y puntos de vista personales eran válidos para lograr los objetivos. La traducción sería algo así como: “Todo vale si está destinado a la consecución del beneficio personal”.
Esta forma de actuar ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad, en épocas de crisis siempre hay alguno que cambia, o al menos lo intenta, el panorama vigente y, si es posible, inclina la balanza hacia sus posiciones. Lo primero, evidentemente, es poner en duda el modelo anterior, convencer al resto de que se está en posesión de la verdad y, siempre que sea posible, ocupar el espacio dejado por la anterior interpretación de la realidad. En algunos casos estos cambios han sido positivos, en otros nefastos, pero lo que es universal, es que ninguno de los metidos en este devenir dialéctico sabía, con seguridad, hacia dónde le llevaría la situación en la que se veían insertos.
Siguiendo el razonamiento anterior, creo que esto es lo que está sucediendo en el horizonte audiovisual contemporáneo. Se han multiplicado las posibilidades técnicas, se ha reproducido la oferta y la audiencia tiene su púlpito particular al que acudir. El problema de este asunto, además de la evidente mediocridad de lo ofrecido, es que se vuelve al relativismo y escepticismo que tanto daño hace en algunos casos. No es que defienda que la discusión de los paradigmas vigentes sea negativa, lo que considero es que la utilización del momento actual para el aprovechamiento personal en base a la ignorancia ajena es problemático. Desde múltiples ángulos se bombardea el modelo vigente, a todas luces pendiente de renovación, para lograr las ambiciones personales de ciertos grupos de presión. La cuestión es que todo esto se empaqueta en ciertos formatos como cine, marketing o televisión y adquiere un caché especial que provoca el deslumbramiento del ignorante. Esta es la cuestión, el ámbito audiovisual se ha convertido en fuente de verdad; aunque la pregunta principal es: ¿De qué verdad?

Nacho Valdés

Sweet Corner Vol. 44

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Orgánico

Parece tener vida propia, como una especie de organismo que, ajeno al creador, va tomando su propia dirección sin considerar ni un instante qué sucederá. Se mueve, se compone de elementos diversos y no es algo simple al modo de una entidad unicelular, sino que tiene diferentes aspectos que lo conforman. El proceso de crecimiento es apasionante, confrontándose opiniones, ideas y sugerencias que en la mayoría de los casos acabarán descartadas. Pero un pequeño grupo de las mismas tendrán cabida en el que será el objeto final rematado y terminado. Particular del arte cinematográfico es que su producción es fruto de los esfuerzos comunes de muchas mentes, en algunos casos mediocres, en otros brillantes. En el último supuesto, el fenómeno producido tiene connotaciones inesperadas e impredecibles para los autores.
Se produce lo que se conoce como “segunda vida del arte”, el renacimiento de la obra en el espectador desinteresado. Es fundamental, según la crítica artística histórica y moderna, el acercamiento al objeto artístico evitando caer en el prejuicio o en los elementos ajenos a la creación. De esta manera de produce la “finalidad sin fin”, la falta de búsqueda de satisfacción por parte del observante, ésta vendrá dada de forma automática en caso de que el producto tenga validez. Cuando el creador se enfrenta a la realidad, entresaca de la misma aquellos elementos, normalmente relacionados con las problemáticas de su tiempo, que le interesan. Se da, en este instante efímero y precioso, la inspiración que produce la emoción necesaria para comenzar la andadura artística. Tras el proceso productivo, en el que confluyen múltiples elementos ajenos al ideólogo, se da como resultado el objeto artístico en forma de película. Es aquí donde nace el proyecto, donde comienza su andadura para remontarse a otras cotas que ya escapan del proceso creativo.
Llega la segunda parte, prácticamente igual de fundamental, que la anterior. El arte sin espectador no tiene sentido, y más, en un medio audiovisual como el cinematográfico. El observador revive, desde la butaca parte de las emociones que ha sufrido el creador para conseguir parir el producto que le presenta. La particularidad de este asunto, es que las interpretaciones hermenéuticas del producto, rebasan con mucho las pretensiones del director. En esta segunda vida, el objeto artístico adquiere autonomía y se comporta como un ser vivo incapaz de ser contenido por nadie. Dependiendo del legado cultural, experiencias vividas, capacidad de atención y falta de prejuicios del receptor; el mensaje tendrá uno u otro calado. Se puede decir que se filtra, se destila y se trata el resultado para convertirlo en otro objeto que nada tiene que ver ya con la intención inicial. El testigo de la obra la transforma, le aporta su vitalidad y la arroja de nuevo al mundo rodeada de nuevas incorporaciones con las que antes no contaba. Las que van siendo atribuidas a través de las interminables interpretaciones a las que se somete un contenido de calidad, se puede decir que se va añadiendo, como si de estratos se tratase, cada una de las lecturas que cada sujeto particular realiza.
Aquí, evidentemente, se encuentra el embrión de las interminables discusiones que pueden gravitar en torno al arte y sus producciones particulares. ¿Por qué una obra fílmica puede ser avalada por la crítica cuando, al tiempo, es vituperada por grupos más o menos amplios de personas? O incluso dentro del mundo crítico, ¿cuál es el motivo de la disparidad de opiniones con las que se catalogan las distintas producciones? Pues la respuesta no puede estar en lo que se muestra en pantalla, puesto que es igual para todos, sino en el legado cultural, experiencias previas y facción representada por el espectador. Da la sensación de que sucede de forma cíclica; cada cierto tiempo se produce una película que divide a los espectadores en acérrimos defensores y en agraviados observantes (entre estos últimos suele haber un nutrido núcleo que ni siquiera ha visto la película). En estos casos polémicos, obviando las campañas de marketing al estilo El Código Da Vinci, suele tratarse de un producto de calidad que da pie a múltiples elucidaciones. Normalmente yo no soy capaz de ver el escándalo, únicamente la libre expresión de emociones por parte del creador, no sé cómo alguien puede mostrarse ofendido ante una inofensiva producción artística. Pero ya sabemos como en algunos casos el escándalo es el único camino para llamar la atención sobre anticuados puntos de vista que no tienen otra forma de salir al exterior; lo que no parecen saber estos grupúsculos reaccionarios es que lo único que logran es la promoción gratuita de aquello que detestan. Vamos, el colmo de la desfachatez.

Nacho Valdés

DAS WEISSE BAND (LA CINTA BLANCA): Sufrir para aprender a hacer daño

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1913. Centro Europa. Un pequeño pueblo situado en el norte alemán, se aproxima lentamente hacia el crudo invierno.Un árbol, una cuerda tensa, un accidente que desploma de su caballo al médico del pueblo. El inicio de todo aquello que permanece oculto en los intestinos de la película.
La vida asceta y el carácter recto, impregnan la educación de los pequeños habitantes de la villa; durante las mañanas y los actos públicos, en la escuela y en el salón de sus casas, delimitado todo ello, en la frontera con el sufrimiento indigno de un ser humano.
De noche, íntimo refugio de la doble moral, subyacen los deseos y demonios, hambrientos de dolor y poder.
Bajo la atenta mirada del barón, amo y señor de las tierras en las que trabajan los campesinos, hombres adultos que doloridos del alma, aran la tierra para sacrificar su vida por el futuro de sus hijos.
De entre las familias, emerge floreciente la figura poderosa del predicador, protestante pastor que recoge a sus fieles, los alberga para ajusticiarlos bajo la palabra de Dios. Y nadie escapa a la ley divina; sobre todo los niños. De esta forma, los menudos pecadores son marcados con estigmas infundidos por aquel que representa la moralidad y la rectitud: una cinta blanca atada alrededor del brazo del infractor resultará impuesta al cometer tal agravio.

Michael Haneke parte en dos la trayectoria delirante del cine europeo del año dos mil nueve, para ofrecer una historia que enfurece y apena las miradas más atentas y optimistas. Inteligente y sutil, pero sobre todo, muy cinematográfico, utiliza todos aquellos recursos con los que nos brinda este arte para narrar historias y transmitir emociones.
Desprende a la imagen de su color real, para trasladarnos a un blanco y negro que tantas veces rodaba Ingmar Bergman con suma pulcritud, pausando la narración mediante un narrador que por un momento es omnisciente y de otro lado se muestra ausente.
El blanco y negro posee una atracción visual mayor en sus formas, en sus texturas, otorgando más peso a las sombras provocadas por la iluminación. De éstas, se desprende inquietud, una intriga constatada a lo largo del film, por todos los parajes por donde transcurre la película. Cada paisaje nevado, deleita por su enconada belleza y virginal espesura blanca, y por la intrigante y pérfida naturaleza humana. La consciencia y la inconsciencia, son capitales en la presentación visual de los ambientes: los niños ofrecen una doble mirada, llena de obstáculos para el observador que trata de interpretar. Esa dicotomía queda reforzada por la naturaleza visual que posee una imagen en blanco y negro.

Ningún plano sobrepasa su duración de los límites estrictos, aquellos segundos en los que las sensaciones quedan perfectamente insertas en el corazón del incauto espectador. Movimientos suaves, estables, atraviesan los lugares donde transcurre la acción desde una focalización cero, aquel punto de vista que se define como el más objetivo.
Sin tomar partido, muestra y demuestra las actitudes que forjan dolor; siempre firme, el plano sostiene un tempo grato, ajustado con el que precede para dar paso al siguiente con armonía y pasión.
Todas las secuencias se perfilan con autonomía propia, ninguna es vana, y todas conforman una película ensayada por inteligente, sin menosprecio y con un talento desorbitado.

Cualquier aficionado al cine que se preste a serlo, debe pasar por la butaca para observar esta película. Trascendental para los amantes de este arte, que necesita de "Michaels Hanekes" para fortalecer la idea y la concepción de creer en las historias, olvidando los artificios.
Nunca ninguna obra posee tantos argumentos a su favor, como Das weisse Band de Michael Haneke.


Giorgio
01/02/2010



Fuente: Golem