Sweet Corner Vol. 44

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Orgánico

Parece tener vida propia, como una especie de organismo que, ajeno al creador, va tomando su propia dirección sin considerar ni un instante qué sucederá. Se mueve, se compone de elementos diversos y no es algo simple al modo de una entidad unicelular, sino que tiene diferentes aspectos que lo conforman. El proceso de crecimiento es apasionante, confrontándose opiniones, ideas y sugerencias que en la mayoría de los casos acabarán descartadas. Pero un pequeño grupo de las mismas tendrán cabida en el que será el objeto final rematado y terminado. Particular del arte cinematográfico es que su producción es fruto de los esfuerzos comunes de muchas mentes, en algunos casos mediocres, en otros brillantes. En el último supuesto, el fenómeno producido tiene connotaciones inesperadas e impredecibles para los autores.
Se produce lo que se conoce como “segunda vida del arte”, el renacimiento de la obra en el espectador desinteresado. Es fundamental, según la crítica artística histórica y moderna, el acercamiento al objeto artístico evitando caer en el prejuicio o en los elementos ajenos a la creación. De esta manera de produce la “finalidad sin fin”, la falta de búsqueda de satisfacción por parte del observante, ésta vendrá dada de forma automática en caso de que el producto tenga validez. Cuando el creador se enfrenta a la realidad, entresaca de la misma aquellos elementos, normalmente relacionados con las problemáticas de su tiempo, que le interesan. Se da, en este instante efímero y precioso, la inspiración que produce la emoción necesaria para comenzar la andadura artística. Tras el proceso productivo, en el que confluyen múltiples elementos ajenos al ideólogo, se da como resultado el objeto artístico en forma de película. Es aquí donde nace el proyecto, donde comienza su andadura para remontarse a otras cotas que ya escapan del proceso creativo.
Llega la segunda parte, prácticamente igual de fundamental, que la anterior. El arte sin espectador no tiene sentido, y más, en un medio audiovisual como el cinematográfico. El observador revive, desde la butaca parte de las emociones que ha sufrido el creador para conseguir parir el producto que le presenta. La particularidad de este asunto, es que las interpretaciones hermenéuticas del producto, rebasan con mucho las pretensiones del director. En esta segunda vida, el objeto artístico adquiere autonomía y se comporta como un ser vivo incapaz de ser contenido por nadie. Dependiendo del legado cultural, experiencias vividas, capacidad de atención y falta de prejuicios del receptor; el mensaje tendrá uno u otro calado. Se puede decir que se filtra, se destila y se trata el resultado para convertirlo en otro objeto que nada tiene que ver ya con la intención inicial. El testigo de la obra la transforma, le aporta su vitalidad y la arroja de nuevo al mundo rodeada de nuevas incorporaciones con las que antes no contaba. Las que van siendo atribuidas a través de las interminables interpretaciones a las que se somete un contenido de calidad, se puede decir que se va añadiendo, como si de estratos se tratase, cada una de las lecturas que cada sujeto particular realiza.
Aquí, evidentemente, se encuentra el embrión de las interminables discusiones que pueden gravitar en torno al arte y sus producciones particulares. ¿Por qué una obra fílmica puede ser avalada por la crítica cuando, al tiempo, es vituperada por grupos más o menos amplios de personas? O incluso dentro del mundo crítico, ¿cuál es el motivo de la disparidad de opiniones con las que se catalogan las distintas producciones? Pues la respuesta no puede estar en lo que se muestra en pantalla, puesto que es igual para todos, sino en el legado cultural, experiencias previas y facción representada por el espectador. Da la sensación de que sucede de forma cíclica; cada cierto tiempo se produce una película que divide a los espectadores en acérrimos defensores y en agraviados observantes (entre estos últimos suele haber un nutrido núcleo que ni siquiera ha visto la película). En estos casos polémicos, obviando las campañas de marketing al estilo El Código Da Vinci, suele tratarse de un producto de calidad que da pie a múltiples elucidaciones. Normalmente yo no soy capaz de ver el escándalo, únicamente la libre expresión de emociones por parte del creador, no sé cómo alguien puede mostrarse ofendido ante una inofensiva producción artística. Pero ya sabemos como en algunos casos el escándalo es el único camino para llamar la atención sobre anticuados puntos de vista que no tienen otra forma de salir al exterior; lo que no parecen saber estos grupúsculos reaccionarios es que lo único que logran es la promoción gratuita de aquello que detestan. Vamos, el colmo de la desfachatez.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Giorgio dijo...

La crítica libre no existe. Todos los medios forman parte de un grupo de telecomunicaciones muy amplio, con intereses propios, incluso cinematográficos. No es posible pensar en un medio crítico con un película de la que forma parte como productor ejecutivo.
En fin, el dinero apesta; la inmoralidad más.

Me gustó la reflexiva propuesta.

Saludos.

Anónimo dijo...

Coincido con Jorge en su opinión, las críticas en cine para masas, tienen más de línea editorial o de interés promocional que de reflexión constructiva. También influye la moda. No es fácil saber lo que le gusta al público, pero sí lo es encajar un producto dentro de una corriente de pensamiento concreta. Creo que la reflexión de este artículo tiene mucho que que ver con la próxima película que voy a comentar, que generó una disparidad absoluta de opiniones, más bien tendenciosas, por no ser políticamente correcta.

Buen artículo.

Abrazos.

Melmoth.