Sweet Corner Vol. 6

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Uno de los grandes

Hoy me gustaría hablar, desde un punto de vista relajado, de uno de esos personajes que ha ido tallando la historia del cine a golpe de genio y talento. Me viene a la cabeza este tipo admirable ya que el otro día tuve la oportunidad de ver su última película, Gran Torino. Como viene siendo habitual, este trabajo ha estado a gran altura, tanto a nivel de dirección como a nivel interpretativo. Fuimos testigos de un Clint Eastwood en estado de gracia que, mediante su oficio, nos hizo llegar una de estas historias con las que te ríes, lloras y vibras en la butaca. Vamos, que consigue lo que comentaba el otro día, que te olvides de todo lo que te rodea y mantenerte durante dos horas absorto en el relato de unos hechos con los que conectas totalmente. Pero no es aquí a donde quiero ir, más bien me gustaría echar un vistazo retrospectivo a la carrera de este tipo que ha calado hondo en varias generaciones a lo largo y ancho del mundo.

Indefectiblemente, el camino cinematográfico de este grande de la pantalla, se une al western. Pero no a uno cualquiera, sino a ese que se rodaba en los tiempos dorados del desierto de Almería y del gran Sergio Leone. Después de su paso por la serie Látigo, que me suena más por la versión de su tema principal que realizaron los Blues Brothers que por otra cosa, Eastwood se convirtió en actor fetiche del director italiano. De este tándem, en el que uno ponía la cara y el otro el talento, salieron una tripleta de títulos básicos para la historia del cine. Quién no recuerda Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y la impagable El bueno, el feo y el malo. De los tres filmes me quedo por el último, por su ironía, su banda sonora que ha pasado al imaginario colectivo y la interpretación de los tres protagonistas. De los tres me quedo con Tuco, el feo, que encarnó magistralmente el incombustible Eli Wallach.

Tras estos trabajos de género, Clint seguirá unido al salvaje oeste pero esta vez dando el salto a los Estados Unidos. Tras alcanzar notoriedad a nivel mundial con sus hieráticas poses, seguirá agotando los clichés de tipo duro pero alcanzando el estatus de estrella de Hollywood. En este sentido, se pueden destacar trabajos como: La jungla humana, Cometieron dos errores hasta llegar a la impagable La leyenda de la ciudad sin nombre, esa suerte de western musical en el que Eastwood deja el revolver para hacer gorgoritos junto a otro clásico como Lee Marvin (otro día quizás dedique unas líneas a este tipo).

De aquí saltamos a los maravillosos setenta, en esta década es donde nuestro amigo Clint, además de explotar su vena pétrea, da el salto a la dirección. Tras dar el paso al género bélico con Los violentos de Kelly y la destacable El desafío de las águilas, el duro entre los duros se pone tras la cámara para rodar Escalofrío en la noche, que desde mi punto de vista supone un más que meritorio debut en la dirección. Se ve que tras este título nuestro hombre le cogió gusto a la cosa porque ya no dejaría de lado esa faceta que tanto ha otorgado al mundo del cine. Tras otro de los papeles que todos reconocemos como indispensable como es Harry el sucio, con su frase “Make my day” con la que a todos se nos pone el vello de punta, llegó otro título como director que considero fundamental: Infierno de cobardes. Esta última obra es para mi gusto uno de los westerns más atípicos y de más calidad que he visto en mi vida.

Tras una década de los ochenta con altibajos, llegaría a finales de la misma, la revelación de lo que realmente Clint representa para el séptimo arte. En 1988 rodaría Bird, película en la que este gran director mezcla sus dos pasiones: cine y música jazz. Después vendría el éxito con Sin perdón y otros títulos como Poder absoluto, Million Dollar Baby, Mystic river o Cartas desde Iwo Jima que ya son historia actual, hasta que llegamos a su última obra, en la que el director con casi ochenta años continúa con el pulso narrativo e interpretativo inmaculado. En definitiva, todo un ejemplo a seguir.

Nacho Valdés

MICHELANGELO ANTONIONI: Relaciones contra humanas con acento italiano

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"La primera cualidad de un director de cine, es saber ver". M. Antonioni


La primera película dirigida por un director italiano, que tuve la ocasión de ver, fue Roma Città Aperta, de Roberto Rossellini, todo un manifiesto del neorealismo italiano, en la que se hace un retrato fiel y muy agudo de la ciudad italiana durante la Segunda Guerra Mundial; nazis, fascistas, asesinos tal vez, y por supuesto, y como siempre, víctimas civiles, que morían y mueren en el horror de la lucha entre hombres.
Posteriormente vi a L.Visconti, concretamente Il Gatopardo, precisa adaptación de la novela (única) de Giusseppe di Lampedusa, a partir de la cual se describe la difícil situación que se torna en una familia nobiliar, a la llegada de los ejércitos verdes, encabezados por Garibaldi, que atisbaban el final de una época de nobles y reyes.

Michelangelo Antonioni llegó más tarde. De a poco, sin prestarle atención; surgió de una manera casual, sin saber que la película que estaba mirando, estaba firmada por él.
Il deserto rosso fue aquella maravilla, llena de significados perennes en nuestras sociedades, a pesar de que está ambientada en los años sesenta de la ciudad industrial de Milán.
Antonioni emplea todo un abanico de encuadres y composiciones sugerentes para mostrar los peligros de la incomunicación entre hombres y mujeres, más allá de la naturaleza de cada uno de ellos; más allá de su condición social.
Trabaja los estados mentales, los sin sabores de la sicología humana, los traslada a la pantalla, y lo hace de manera feroz, cruel, hasta ahondar en los paradigmas sociales y personales de cada ser humano. A esto hay que añadirle el uso del color, especialmente del contraste de este, con todo el gris industrial, con todos esos colores pardos de las fábricas, de los altos hornos, de las ropas de la gente que trabajan allí; a la contra, el color de la protagonista, su desquiciado tono verde, rojos intensos en sus pronunciados labios, en las paredes del barco.

Si no fuera porque murió el mismo día, aunque con un par de horas de diferencia, que el maestro Ingmar Bergman, posiblemente estaría rodando; eso es porque era un hombre de cine, indiscutiblemente creador, comprometido con aquello que ve, y con lo otro, con lo que se siente dentro de uno mismo, cuando se te agarra a la tripa, y deseas expulsarlo de ti, para albergar una esperanza de sosiego y paz. En eso era diferente.

Su particular forma de mirar trae a nuestros ojos lo más destacable no sólo de la acción, sino de la reacción, siempre humana, en el devenir de los acontecimientos; transporta el interés de un lugar a otro sin importarle la linea argumental, no trabaja para esta, se sirve de ella para ahondar en los sentimientos, dejando a un lado la razón, acercándonos el dedo a la llaga del malestar.
De todas sus películas, hay tres títulos que llaman la atención por la forma en la que está narrado su contenido.
Il deserto rosso, ya comentada unos párrafos más arriba, y en la que la rigurosa lucha interior de una mujer, se ve reflejada en todos aquellos lugares y personas con las que trata.
Blow up, una historia de suspense cuyo protagonista es un fotógrafo de moda londinense, que mediante la ampliación de unas fotografías atisba a ver algo que puede parecer un asesinato; tras la pista, éste se abandona sin control, y queda sumergido en una lucha interna, particular y superficial.
Professione: reporter, donde se desgrana la acción a través de un reportero gráfico que pasea su vida por el desierto, y en el que se deposita un cambio de personalidad transitoria en él. Quizás es una prueba exagerada de lo que nos ocurre en multitud de ocasiones en las que nos encontramos inmersos; unos lo llaman saber estar, otros, quizás, saber interpretar.

Su última pieza data de 2004, y forma parte de una película en colaboración con otros dos directores, Won Kar-Wai y Steven Soderbergh, en la que cada uno firmaba un corto de unos treinta minutos de duración en torno al amor. Me refiero a Eros, y su segmento correpondía al nombre de Il filo pericoloso delle cose. Lo más curioso es que Antonioni filma esta película con medio cuerpo físico paralizado, apoyándose en su hija para dar las órdenes, para traducirle; era evidente que su cerebro trabajaba aún a pleno rendimiento.

Mi más profundo pésame para todos los cinéfilos que como yo, conocieron en su día a Michelangelo Antonioni, a través de sus películas, de su forma de ver y administrar el tiempo en éstas, un tiempo fílmico que nada tiene que ver con la realidad, sino que aun superándola, permite acercarte un poco más a todos las personas que comparten contigo tu áspera vida.


Giorgio
27/03/2009

EL ASESINATO DE JESSE JAMES POR EL COBARDE DE ROBERT FORD: El oeste del siglo XXI

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"No lo entiendo..., ¿quieres ser como yo?,...o ¿quieres ser yo?" Jesse James a Robert Ford.

Apenas permaneció en cartel dos semanas en los cines que están bajo mi casa, en la llamada manzana del cine, o así la titularon en Navidad los funcionarios del ayuntamiento, a cuya inauguración, acudió a la cabeza de esta comitiva el ilustrísimo alcalde. Es Madrid, en algo se tenían que hacer notar.

Asistí impertérrito al inicio del film, condicionado por los antecedentes del personaje que se narraba, y por los vericuetos a través de los cuales la película se desarrolló; acabada en 2006 por Andrew Dominik, autor de la aclamada Chopper, estrenada en 2007, por fin pude verla una mañana de domingo del 2008. A las doce de la mañana de un domingo cualquiera presencié una obra mayor. Solo. Como mejor se aprecia el buen güisqui o el buen café.
El inicio es una sacudida lenta de imágenes que van introduciéndote levemente en el entorno, acompasada por la voz de una narrador omnisciente, que acompaña, que cuenta al oído el principio de una historia de ladrones, de atracadores de locomotoras; como en las películas antiguas, como en los cuentos infantiles.
Habla de un tal Jesse James, del ladrón de trenes, del asaltante más famoso de Estados Unidos durante los últimos suspiros de siglo XIX; habla de un hombre sin nombre, sin tierra, derrotado tras ser escupido de una guerra entre americanos, entre patriotas del norte y del sur.
Un comienzo así, que continua en el tiempo acercándonos la figura del hombre, su entorno, aquellos por los que se rodeaba, los mismos que le temían e idolatraban, tanto como su familia, tanto como su hermano.
De ellos un pequeño chaval, menudo en su físico, más fuerte de mente, se acerca a su ídolo, a la figura que tantas veces ha leído en sus tebeos; hazañas contadas de un bandido, un hombre que no es hombre en realidad; tan sólo es una figura que se representa así mismo.
Ese chico se llama Robert Ford, el pequeño de los hermanos Ford, el más débil de ellos, el insignificante Boby, aquel que sólo habla de hazañas, de robos, de asaltos; aquel que venera a Jesse.

Cuando la narración se dilata tanto en el tiempo, lo que deriva en un alto metraje, siempre se ha de suponer que aquélla lleva un ritmo lento; a veces largo no significa lento, sobre todo en cine, cuando la historia requiere un tempo adecuado para cada momento.
A todo ello contribuye la excelente banda sonora, conformada por los chicos Nick Cave y Warren Ellis, todo un universo musical, que en todo momento transmite la serenidad, la calma, aunque aderezadas de un desasosiego, de una tensa quietud, que provoca una actitud física nerviosa.
Se refleja en la butaca, sobre la que absorto observaba cada minuto del film.
La puesta en escena está llena de detalles, de ambiente, dibujados con luz, de la mano de uno de los mejores directores de fotografía del momento: Roger Deakins; el amigo Rogelio perfila cada plano, cada momento de acción y detención, dotándolos de un tono de color amarillo, moviéndose en azules invernales, otorgando valor a la noche, y los grandes planos generales, donde las siluetas de los jinetes, se presienten en el horizonte de éstos.
Rodada en scope, formato panorámico por excelencia, y más cuando hablamos del género western, la horizontalidad de cada toma, lo amplio de éstas, permiten unas composiciones muy grandes, con varios planos de acción integrados en un mismo espacio; se trata de componer a lo largo, desechando el ancho, para alargar los brazos lo máximo posible hasta alcanzar la diagonal del formato.

No se puede adaptar mejor la novela de Ron Hansen; tampoco se puede rodar mejor un western hoy, no lo sé mañana, pero desde luego que la película da una lección de rodaje, de película de grandes dimensiones en todos los sentidos.
Y por último Jesse James y Robert Ford, o lo que es lo mismo Brad Pitt y Casey Affleck, dos talentos de la pantalla; cuando entran en escena rodeados de secundarios veraces, que potencian el ambiente de la acción, el espectador brilla con su mirada, con su doble mirada.
La de James hacia sí mismo, hacia su interior; la de Ford hacia James, hacia su futuro quizás.

Giorgio
25/03/2009



Fuente: Youtube

Sweet Corner Vol. 5

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El camino

Las luces resultan incómodas, deslumbran. Se escucha el murmullo que precede al acontecimiento, rezas por que sea anecdótico y no se prolongue más de lo necesario. Miras a tu izquierda, butaca vacía, en tu interior te alegras enormemente. En el asiento libre haces un pequeño bunker con las cazadoras, bolsos y demás añadidos. Comentas algo en susurros, aunque nada de interés ha pasado todavía.

Observas alrededor, te fijas en la gente, cada uno de su padre y de su madre. Según se van sentando van desapareciendo, sólo son unas cabezas que quedan por delante o por detrás. Estás en un leve estado de nervios, esperando, ansioso por ver qué va a suceder, por comprobar si has acertado o si te han vuelto a tomar el pelo. El tiempo pasa lento, inexorable pero ralentizado, cuando se espera algo bueno es lo que suele suceder. Miras la hora, es el momento, aunque sabes que unos instantes de retraso no te los va a quitar nadie. Te acomodas, buscas tu lugar en la butaca que lucha contra tu espalda, finalmente la domas pero sabes que en un rato volverá a pasar lo mismo y tendrás que volver a amoldarte.

Por fin se bajan las luces. Te impacientas, cuántos trailers habrá que aguantar. Primero el que te recuerda que apagues el teléfono; buena idea, lo haces y lo guardas. Probablemente se pasará apagado hasta el día siguiente cuando te llame la atención que no haya sonado. Después las promociones, una película por estrenar, otra por venir y así hasta que pierdes la paciencia y piensas que nunca va a acabar la increíble profusión de futuros títulos. Algunos te llaman la atención, otros pasan desapercibidos y en la mayoría de los casos los desestimas por tus prejuicios ante la basura.

Por fin empieza. Primero piensas que es otro anuncio más, pero en seguida te das cuenta de que la peli por la que has pagado está comenzando. Te concentras, miras con interés y esperas a que después de los consabidos títulos de crédito comience el espectáculo. Una sensación como cálida te reconforta, comienzas a divagar y aquí es donde se produce la encrucijada. Pueden darse dos casos, por lo menos en mi experiencia no suelen darse los términos medios.

En el primer camino que se puede tomar te olvidas de todo y el film te transporta sin que el calor, frío o las incomodidades hagan mella en ti. Si a esto se le une un público respetuoso, de esos que no comentan en voz alta, la experiencia puede llevarte al paroxismo. Después, cuanto se encienden las luces, te quedas con el cuerpo cortado, como esperando todavía un poco más de metraje, seguir anclado en la butaca que tan cómoda te estaba resultando. Por último, sólo queda recuperar el tono frente a unas cervezas en buena compañía, dándose en este punto la aclaración de todos esos aspectos que no han quedado claros (ayudados por el alcohol, por supuesto).

La otra vía es la de la incomodidad. Se te empiezan a clavar todos los ángulos de la butaca, el tiempo pasa monótono y tienes la sensación de que por enésima vez has vuelto a ser estafado. Rezas por que termine la película y no paras de menearte, nervioso y con un calor tremendo. Por fin, después de agónicos minutos es cuando se encienden las luces y huyes a la carrera en busca de una cerveza helada que alivie tus males (nótese que en cualquiera de los caminos la cerveza está presente).

En estos dos posibles caminos es donde se encuentra la diferencia entre el buen y el mal cine, entre una película que te arrebata y te lleva lejos y otra que no consigue moverte del incómodo sitio que te ha tocado. Supongo que en esa capacidad de provocar ensoñaciones es donde se encuentra el talento. Espero ser trasladado en muchas otras ocasiones, conseguir esa comunión con la proyección y flotar sobre la sala sin notar las inclemencias que me rodean.

Nacho Valdés

SEBASTIAO SALGADO: Fotografía socialmente humana

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«Todo mi trabajo está relacionado como si fueran distintos capítulos de una misma historia: mis fotografías de los campesinos latinoamericanos que luchan por la supervivencia; las fotografías del Sahel; las de los refugiados y poblaciones desplazadas; las de trabajadores... son todas sobre seres humanos que luchan por su dignidad e intentan vivir mejor juntos. Intento ser coherente con este pequeño momento que me toca vivir en el planeta y, a la postre, mis fotografías son mi forma de vida.» Sebastiao Salgado.


Cuando conocí a Sebastiao Salgado aún me estaba formando como fotógrafo, tiempos de sueños y buenas intenciones; esperanzas más allá de prácticas, algunas cervezas y unos cuantos cigarros.
No le presté demasiada atención, a pesar de lo que me mostraba con sus imágenes: gentes, seres humanos, en diferentes entornos sociales, donde desarrollaban su trabajo, sus actividades, su vida a fin de cuentas.
Me parecían buenas fotografías, técnicamente soberbias, de una alto nivel, a las que se le añadían por su contenido, un componente dramático, poco estético quizás, aunque desde luego algo que hasta hace poco no entendía, y mucho menos, le otorgaba valor, o al menos el que merece.

Poco tiempo tardé en volver a encontrarme con S.Salgado; era algo evidente, tarde o temprano nuestros caminos se volverían a cruzar de nuevo, de la misma manera, en las mismas posiciones: él fotografiando y yo observando.
Esta vez había algo nuevo, había algo que cambiaba; mi manera de mirar era diferente, y el soporte mediante el cual eran transmitidas sus fotografías, se articulaba dentro de un discurso cinematográfico, a modo de documental.
A través de este, pude observar con mis nuevos ojos, con mi nueva mirada, el trabajo de este (otro más) maestro de la fotografía; su manera de hacer, de fotografiar, pero sobre todo, su forma de relacionarse con el resto de las personas con las que trataba.
De alguna manera, su compromiso y su esperanza estaba puesta en retratar a aquellas gentes de la manera más fiel posible, regalándonos esas fotografías para que podamos disfrutar de ellas.
Comprometido con ellos, con lo que hacen, igual que con su trabajo, con la finalidad de éste: retratar aquello que es digno de ser contado.

Su puesta en escena es social, es obrera; retrata el trabajo, el esfuerzo de aquellos que luchan por sobrevivir, su sudor, su suciedad, su olor, su lucha; los trabajadores de la siderurgia brasileña, los segadores de los campos de caña de azúcar, los recogedores de café en el sur de la India, hasta los niños que sufren en la guerra.
Sus imágenes son fuertes, son graves, muestran lo real; carecen de color, se desprende de él para ser más contundente, más agresivo, porque es un activista, porque se compromete con lo que hace, con lo que ve. Un blanco y negro que trata de manera pulcra, mezclando todos los matices de gris, como en una paleta; contrastes altos, y texturas decoran los rostros de los fotografiados.
Solamente se puede vivir así, si crees en lo que haces; si realmente con ello, tienes la esperanza de hacerte oír, de dejarte ver, dar cuenta de lo que el ser humano es capaz de hacer para sobrevivir; retratar el vigor, la bondad, el espíritu de supervivencia para con los de su misma especie. Es duro ver como el hombre pelea contra otro, con uno mismo, sin apenas encontrar ayuda en otro de su misma especie.

Verdaderamente, si tienen razón aquellos que creen, que lo que haces en la vida tiene su eco en la eternidad, el nombre de S.Salgado resonará en ésta, con toda la fuerza que sus fotografías demuestran cuando las contemplas tranquilamente en cualquier lugar del mundo donde éstas estén expuestas.

Giorgio
20/03/2009

INGMAR BERGMAN: Las imágenes del alma humana expuestas sobre una pantalla cinematográfica

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"La vida es una ininterrumpida e intermitente sucesión de problemas que sólo se agotan con la muerte". Ingmar Bergman

Hace ya un par de años de la muerte de I.Bergman, director de cine sueco, recio, heredero de C.T. Dreyer y Sjöstrom, dos titanes cinematográficos; un ser enimágtico, por sus películas, por su afán de reflejar el pensar humano, sus relaciones en estado sólido, descarado y eterno en sus imágenes.
Se despidió a la vez que M.Antonioni, el mismo día, horas después; otro maestro de las relaciones, esta vez antihumanas, de las que desaparecen delante tuya, poco a poco, sin remedio, sin que te des cuenta.
Ambos, encarnan el cine de manera diferente, ausentes de artificios, sin más dinamita que el texto, poderosas interpretaciones, y una puesta en escena con mucha cautela pero rebosante de sentido y profundidad; tan sólo en eso se parecen.
Sin quererlo se murieron los dos; casi de la mano, como en una de sus películas; distantes, haciendo cada vez más grande el espacio contenido entre ambos, pero al final, la muerte les alcanzó a los dos; murieron casi juntos, uno en Suecia, y otro en Italia, separados de unos cuantos minutos.

Ingmar Bergman es mucho más que un director de cine, más que dirigir la escena, imbuía su sentir en ella, sus temores se reflejaban allí, delante de nuestros ojos, entre los cuatro bordes que delimitan el encuadre.
Es mucho más que un director de cine, porque su figura se alarga por entre nosotros, entre quienes vemos sus películas, entre quienes le ayudaban a realizarlas, entre todos los lectores de sus libros; divagar, eso dicen que hacía con su cine, pero ¿por qué no divagar, por qué hemos de mascar y tragar todo aquello que nos muestran? A mi me gusta discurrir, y disfruto divagando acerca de todo aquello que me llama la atención.

De todo el cine que ha hecho Ingmar Bergman, y del que he sido testigo visual de la mayor parte de aquél, ciertamente puedo decir categóricamente que es un virtuoso; su talento se desprende para caminar por entre los planos que conforman el film, sus películas, su cine, como el mismo afirmaba, un amante leal, que nunca te abandona.
Por sí mismo consigue una determinación inusual, palpando en la mayor parte de sus películas, aquellos aspectos del ser humano con más trascendencia, con el mayor peso, con todo la fuerza con la que se desprende la muerte, el mal, el futuro, la ansiedad, el amor o la soledad.

De todas sus películas que poseen el halo de eternidad, aquello que las hace distintas, y que definen el estilo bergmaniano, una de ellas, acapara el interés del espectador por encima de todas, te encoge, te atrapa, te mantiene en vilo, como al borde de un alambre, como en un extremo inconfundible carente de equilibrio. Persona lleva por título, parece pesado, contundente, sin alardes; no puede titularse de otra manera, porque de haber sido así, no sería Persona, convendría otra cosa, otra obra artística del taller de Bergman, pero nunca Persona.

Sin duda, una manera excelente de apreciar su trabajo, sería comenzar a acercarse a hurtadillas, por algunas de sus películas.

Giorgio
17/03/2009

Sweet Corner Vol. 4

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Eternos clichés

El mundo del cine es uno de esos lugares comunes donde viven, perviven y se reproducen muchos de los paradigmas sociales que sólo existen en la ficción. Evidentemente, estos se alimentan de la realidad, aunque cuando llegan al cine se distorsionan y se convierten en pasajes reconocibles que todos aceptamos como inherentes a la gran pantalla.

Uno de estos aspectos que me interesan sin saber el porqué, es el de la relación del alcohol con esta industria. Hay multitud de ocasiones en las que las bebidas espirituosas están necesariamente atadas a ciertas historias, éstas no serían lo mismo sin apoyo etílico que un buen bourbon supone. Existen multitud de ejemplos en los que se da rienda suelta a la vía narrativa basada en la ingesta de bebida, o en los que los personajes aparecen indefectiblemente asociados a la botella o sus derivados. De estos casos, algunos están justificados, otros son estúpidos y otros sorprendentes; aunque lo que está claro es que los aceptamos de manera que este elemento se ha convertido como definitorio de cierto tipo de cine.

El cine negro es una clara muestra de la unión que se produce entre personaje y alcohol. Qué sería de un detective sin esa dosis de alcohol en sangre, sin esa varonil manera de aceptar un güisqui mientras deja las cosas claras frente al malo de la película. Algunas películas representativas, por lo menos desde mi punto de vista, son la inigualable Chinatown de Polanski o LA Confidential de Curtis Hanson. En la primera, aunque tampoco es definitorio, Jack Nicholson aparece emparentado con la bebida. En esta magistral película, narrada excepcionalmente por el genio polaco, los suburbios, la alta sociedad y los intereses económicos se agitan y entremezclan en un ambiente de ebriedad.
En la segunda, la relación está patente y mueve el guión a golpe de borrachera. En todos los momentos claves, el alcohol es el detonante para algunos de los acontecimientos que van determinando este increíble trabajo de guión.

Qué decir del western, género indisociable del alcoholismo más lúdico. Cowboys, buscavidas, cuatreros y demás comparsa en este tipo de películas hacen generoso uso de las virtudes de una buena copa. Uno de los aspectos que siempre me han cautivado es la capacidad que tienen estos rudos personajes para beber, ya pueden estar en medio del desierto, en las frías montañas o dónde sea que siempre hay una botella a mano a la que echar un lingotazo. Un trago que se me antoja como ardiente al atravesar la garganta de estos tipos duros, quién es el loco que bebe güisqui caliente en el desierto.
Algunos casos que explotan este filón son la todavía no iguala Grupo Salvaje de Peckinpah o Río Bravo Howard Hawks. En la película del genial Peckinpah, el salvajismo otorgado por la desmesura o la camaradería que brinda una buena bebida quedan patentes en diferentes escenas que, por lo menos a mí, se me han instalado en la retina. En el otro ejemplo, que sirve de modelo para el género, el bueno de Wayne debe enfrentarse al enésimo grupo de villanos con la ayuda de un incombustible borracho que debe superar sus problemas para lograr hacer frente a la situación.

Por supuesto, en este repaso, no pueden faltar los héroes etílicos que se levantan de sus cenizas para salvar a la humanidad. Aquí es donde se encuentran los casos más extremos y ridículos, en los que asciende a un lugar primordial Bruce Willis y sus atormentados personajes. Desde Jungla de Cristal hasta El último boy scout, sus héroes se pillan unos mocos tremendos para después con la resaca salvar al mundo y cargarse a todos los malos.
En definitiva, cine y alcohol es uno de esos tándems inseparables que nos seguirán deparando alegrías en el futuro.

Nacho Valdés