Sweet Corner Vol. 38

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Sin secretos

La noche se cierra sobre la ciudad, las luces se multiplican en los centenares de ventanas de cada edificio. Alguien se asoma, en silencio, cómplice de la oscuridad, sin ser visto, se enciende un cigarro y observa. Su mirada penetra en la privacidad de los demás, familias frente al televisor, gente cenando, solitarios empedernidos, todo un espectáculo únicamente experimentable en la urbe, en el corazón de la civilización.
Su ojo inquisidor barre las tinieblas, una cerveza, mejor dos; que más da, está pasando un buen rato. Enciende otro cigarro, se da cuenta de que la brasa de la punta delata su posición, le es indiferente, no hace nada malo, solo escudriñar. Se escucha un ruido, un grito, no sabe de dónde viene, las calles conforman una jungla en la que todo es posible.
El ojo crítico se posa sobre los camellos, prostitutas y puteros borrachos de la zona, le resulta divertido ver como se desenvuelven. Depredadores, todos ellos arrastrándose sobre el fango que conforma el asfalto. Carteristas, estafadores, todos aves nocturnas en su ecosistema particular. Un difícil equilibrio, precario y hermoso a un tiempo. Le vienen a la cabeza recuerdos del pasado, cuando vivía en el pueblo, cuando no era espectador destacado de la vida en toda su plenitud y, por supuesto, de la muerte. El otro día pudo grabarlo, mataron a uno, delante de su casa, debajo de su ventana en la que pasa horas con su ojo electrónico buscando la realidad que no es capaz de ver en otro lugar. Fue un momento excepcional, le gustó y desagradó a un tiempo. Nunca había sido testigo de cómo a alguien le quitaban lo más preciado; fue rápido, un suspiro, un brillo del acero y ya está. Después se quedó en el suelo revolviéndose, moviéndose muy lento, él corrió a grabarlo, necesitaba esa información. Después lo desdramatizó, lo pasó por su televisión y ya está. Lo convirtió en algo lejano que parecía haber salido de alguna película mala, con deplorable iluminación y peores actores. Se dio cuenta de que la realidad es mucho más patética que la ficción, ésta última siempre tiene una aureola de magnificencia que resta tragedia a todo lo que pasa por su filtro. No lo compartió con nadie, lo guardó con el resto de material.
Su ojo también es avaricioso, se posa en los demás anhelando sus ocultos pensamientos, saber qué es lo que pasa de puertas para adentro en cada una de las ventanas iluminadas que tiene a su disposición. Intenta hacerse una composición, conocer qué es lo que ocupa a cada uno, estar al tanto de las nimias novedades que como un torrente todos los días se suceden sin que se puedan frenar. Él las recoge entre las sombras, cuando el sol se ha ocultado tras las edificaciones. Dar una ojeada, escrutar a sus convecinos, investigar esos preciados secretos que todos guardan en un baúl profundo, en lugar preciado a salvo de las miradas ajenas. En ocasiones tiene suerte y es partícipe de momentos preciosos por su escasez, por su rareza, por su peculiaridad. Él también procura esconderlos, se convierten en sus pequeños tesoros que visiona una y otra vez, una y otra vez, sin freno.
La noche se acaba sin fortuna, la vigilia ha sido vana, sin contenido, sin algo que llevarse a la boca. Horas de grabación sin sentido, sin nada mejor que una simple riña o unos besos fugaces a la entrada de un portal. Los tonos ocres del amanecer oxidan la ciudad, la vuelven herrumbrosa y vetusta, antigua y desconocida para el adicto a la tiniebla. La tranquilidad, la calma salvaje al amparo de la luna se vuelve frenesí y movimiento con los primeros vehículos, con los primeros y adocenados ciudadanos que van al redil del trabajo y la convención. Está cansado y un poco borracho, las bebida y el tabaco fueron su único sustento desde que es sol se ocultó por el oeste. Ahora asoma por su contrario, completando el ciclo infinito sin freno, se piensa el quedarse para comprobar que no suceda nada interesante. No le seduce, los días no son interesantes, son rutinarios y previsibles. Cierra la persiana y vuelve a la calidez de la oscuridad, únicamente el piloto rojizo de la cámara delata su presencia.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu pequeño relato, sobre todo el estilo me parece bastante genuino y ágil. El voyeurismo tiene algo tan turbio, rastrero y personal que siempre provoca. Es uno de los vicios más íntimos e inconfesables.

Sinceras felicitaciones.

Un abrazo.

Giorgio dijo...

Estupendo relato, y muy cinematográfico. Listo para "guionizar", si se me permite la expresión.
Es inocuo el que mira sin ser visto, hasta que los observados advierten que ve. A partir de aquí, se convierte en un enemigo, aunque no haga nada en particular, al menos inicialmente.

Me gustó mucho la narración del texto, el estilo cortante y directo. Algo sorprendente a lo que nos tienes acostumbrados.

Te felicito.

Besos.