Sweet Corner Vol. 39
Dioses y musas
Una definición antropológica, bastante acertada a mi juicio, es la que desarrolló Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida. En esta obra, cumbre del pensamiento hispano del siglo XX, se realiza un recorrido por la situación que vive el hombre contemporáneo. Una de las reflexiones que nos dedica el filósofo vasco es la definición de persona que realiza, considera éste, que la diferencia fundamental entre el ser humano y el reino animal, no se encuentra en la racionalidad, sino en el sentimiento. Somos, siguiendo este razonamiento, animales sentimentales y es, en la mayoría de los casos, la emoción la que guía nuestra acción. Se hace patente, por lo tanto, que la dimensión artística indisociable de nuestra realidad es definitoria e imprescindible para dar salida a esa parte emotiva que realmente pone un punto y aparte con respecto al resto de seres naturales.
En este sentido, esta capacidad creadora, ha estado presente en la preocupación intelectual desde los albores del pensamiento articulado. En la Grecia Clásica, ya existía un pensamiento estético que buscaba respuestas acerca de lo bello, su naturaleza y su rango de existencia. De todas formas, el concepto principal era el de mímesis, el de imitación de la naturaleza. Y en esta especialidad, el mundo griego estaba a la cabeza. Era, por tanto, una concepción artesana de la producción artística, algo que se podía alcanzar simplemente practicando un hábito que llevaba a la consecución de una habilidad. Algo así como un director con oficio, que sin artificios y dedicación consigue comprender los mecanismos que rigen la producción de una película, algo que imita la vida cotidiana, o que simplemente es capaz de trasmitir una historia al acceso de cualquiera que se acerque a ella.
Quedan en el aire otro tipo de trabajos que lejos de imitar, se acercan al mundo interior del creador, que rompen con lo establecido y van más allá del mero espejo social que supone la pantalla donde se proyecta la película. Ejemplos, los hay a montones, desde Polanski o Bergman, hasta David Lynch. Cómo trataba el mundo estético este acontecimiento que se salía de la norma marcada desde los esquemas del mundo natural. Este estado excepcional suponía, para el universo griego, una situación de endiosamiento, un alzamiento con respecto a la dimensión antropológica. El artista, en este caso, era el vehículo por el cual se expresaban las musas y divinidades, superando, de esta forma, el lenguaje convencional del arte.
Este endiosamiento pasa a ser, con Kant y Schopenhauer, sintomático de la genialidad. Para Kant, el genio era el que tenía la disposición natural innata para captar la regla del arte o, desde mi opinión, trasgredirla. Por este motivo, la ordenación dada desde el genio no es derivable de otros modelos, no puede ser sistematizada debido a su originalidad y novedad. Es por tanto un don, algo que no se puede adquirir por el trabajo y la práctica, algo independiente de los manuales y trabajos anteriores.
Para Schopenhauer, el genio es aquél que se sale de la vulgaridad, que por sus características se levanta frente a la media; gracias a una particular forma de ser basada en la imaginación. En esta concepción, la genialidad roza la locura, la manía y la posesión de un espíritu que se sale del canon. Y como no podía ser de otra manera, este creador descrito por Schopenhauer trabaja y se levanta desde la melancolía y el infantilismo.
Son estos los rasgos que quería destacar para dejar patente uno de los asuntos que me llaman más la atención en el ámbito de la creación cinematográfica. Son los creadores originales, aquellos que pueden desarrollar un lenguaje propio que se sale del camino trillado, los que son considerados como geniales y, en muchos casos, son personas excesivas acostumbradas a rebasar las limitaciones impuestas desde la cultura artística aceptada. Sus vidas suelen ser un deambular de problemas, abusos y excesos que normalmente llevan a la autodestrucción de aquellos que poseen la genialidad. Parece, pues, una maldición, puesto que el sobresalir por encima de la medianía es un camino sin retorno que lleva a la consumición de su protagonista. Como decía Schopenhauer es, la genialidad, muy cercana a la sinrazón. Pero, bendita locura, que nos permite a los pobres mortales que no estamos en comunión con los dioses, disfrutar de grandes obras.
Nacho Valdés
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3 comentarios:
A razón de la sinrazón que el mundo decida.....
Genial artículo.
La variedad de gentío incapaz de generar una película talentosa es tal, que inunda las carteleras sin que nos percatemos de ello.
Invito a todos los amantes del cine a que permanezcáis alerta, para no caer en las garras de la mediocridad. Todos ellas, parecen ocultar un mensaje mesiánico, algo así como "follow the leader".
Yo prefiero mirar hacia otro lado.
Gran reflexión, como siempre.
Abrazos.
Somos muy egoístas al disfrutar de las obras de los grandes genios. Ellos pasan el trance y nosotros obtenemos el producto acabado.
Cuando pase la neblina y el caos actual quedará lo realmente trascendente, y podremos dicernir quiénes han sido los creadores geniales de nuestra época.
Sigue en tu línea, mis neuronas lo agradecen.
Un abrazo.
Melmoth.
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