Sweet Corner Vol. 20

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Física y química

El ser humano, en su afán de crecimiento cultural, de dominio del medio creando una evolución cultural, ha sido capaz a lo largo de su recorrido de manejar las fuerzas naturales a las que se ve sometido. Quizás no dominarlas, pero sí adecuarlas a sus necesidades, a su antojo. Como tal, las disciplinas físicas y químicas pertenecientes a los métodos empíricos, no se separan de otros cuerpos de conocimiento hasta la revolución científica que acontece en los siglos XVI y XVII, pero aquí es donde se va a fraguar la antesala de uno de los pasos definitivos que ha marcado nuestra historia contemporánea. Uno de los aspectos que hasta mediados del XIX se escapaba de estas disciplinas era el de captar la realidad, el de embotellar una porción de entorno que fuese testigo del paso del ser humano, una pseudo-realidad objetiva capaz de dar fe de cualquier circunstancia.
La fotografía nació con el ímpetu del desarrollo industrial del XIX, de la mano de la distraída burguesía culta capaz de utilizar su tiempo en aplicaciones científicas que diesen consuelo a los anhelos culturales de la raza humana. ¿Qué intencionalidad tenía el sujeto que decidió arrancar una porción de lo que tenía delante para grabarlo en un papel? ¿Se trataba de un momento ocioso de la historia que dio como resultado uno de los inventos que revolucionarían la historia? La respuesta es complicada. Probablemente, como en muchos de estos casos, el tema no girase más que en torno de una casualidad que abrió un gran campo de posibilidades que se escapó frente al creador de la fotografía.
El resultado es que el artilugio se mejoró, se acopló a las dimensiones humanas y se le permitió desarrollar sus potencialidades siguiendo la voz de su amo: el fotógrafo. Éste avispado tipo consiguió dejar al descubierto algunas de las debilidades antropológicas que nos definen como especie, convirtiendo los rasgos negativos en una fortaleza, el fotógrafo logró crear arte a partir de un instrumento hasta hacía poco desconocido y sorprendente.
De la vanidad nació el retrato, de la necesidad de vernos, de estudiarnos, de recordarnos tal y como éramos. Se democratizó la posibilidad de posar, de recrear un momento efímero que no volvería a repetirse. No era necesario un lienzo al óleo para perpetuar nuestra existencia no material más allá de la muerte física, la fotografía era capaz de robar el alma del que se situaba delante de su objetivo. La luz incidía en el personaje, se reflejaba y era recogida por el objetivo que con la velocidad y apertura apropiadas dejaba su legado en el negativo que, tras el proceso químico del revelado, quedaba presa de la suficiencia del hombre. De esta forma, el arte llegaba a todas las mesas, el vulgo podía acceder a lo que antes sólo quedaba reservado para aquellos capaces de permitirse el mecenazgo de algún pintor. Sin embargo, algo fallaba, en su terrible presunción, el humano pensaba que sería capaz de engañar a la naturaleza, de dejar su alma escondida tras la máscara de su cara. Pero los ojos fotografiados no mienten, son la puerta que utiliza el fotógrafo para arrancar el espíritu de manos de sus objetos de estudio. La imagen dio un paso más allá, se convirtió en el arma del periodista, en un instrumento de denuncia, de persuasión, de provocación; este arte dio el salto cualitativo que necesitaba, en sus inmensas posibilidades se convirtió en el mudo testigo de nuestra historia reciente, dejando en evidencia toda nuestra presunta magnificencia.
De la necesidad de murmuro, de saber de los demás, de enterarnos de lo que nos rodea, nació la fotografía en su contexto periodístico. ¿Qué interés tiene la imagen periodística? ¿Por qué deseamos saber lo que ocurre lejos de donde nos encontramos? Unido al desarrollo científico, al desarrollo tecnológico, se encuentra la capacidad informativa global que envuelve los tiempos que corren. Esta característica, indisociable de la imagen nos permite adentrarnos en aquellos lugares a los que, ni por asomo, estaríamos capacitados a llegar. La estampa tiene la capacidad de evocar, más allá de la mera necesidad de información se encuentra la capacidad de imaginar, nuestra posibilidad de, mediante esta muestra artística, llegar más lejos de lo que el propio trabajo muestra. La fotografía vuelve a estar presente, sin poder eludir el golpe de realidad que supone algunas de sus mejores muestras. La representación de lejanos parajes, de historias exóticas queda, sin embargo, enterrada bajo la cercanía, aquí es donde el arte vuelve a dejar al descubierto otra de nuestras debilidades: nuestra necesidad de hacer uso de los chismes y los cuentos. Es curioso como somos capaces de extrañarnos frente a los relatos más descarnados. Sin embargo, no podemos apartar la vista de la imagen del vecino, de ese tipo vulgar y anodino que no ha hecho nada más que ser un espejo de nuestra propia condición.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Nacho dijo...

Para mí lo mejor que tienen las fotografías es que me permiten imaginarme situaciones y lugares en los que nunca he estado, o me ayudan a recordar momentos pasados.
Reconozco que muchas veces leo una noticia porque la fotografía que la ilustra me ha llamado la atención. Hay una cosa curiosa que me ocurre todos los domingos, cuando compramos el periódico El País espero ansiosa el artículo de la Revista en el que Juan José Millás en el que comenta una fotografía. Me ha gustado mucho tu artículo. Un besazo.
Laura.

Giorgio dijo...

Curiosa manera de analizar la disciplina fotográfica.
Me gusta la visión desde lejos, sin chismes técnicos.
No obstante, necesito creer que en un futuro, los avances tecnológicos, indiquen un cambio, que busquen otra finalidad.
La fotografía, por ahora, está condenada a las masas; es por ello que le cuesta abrirse camino como forma de arte.

Gran reflexión; buen artículo

Un abrazo