Sweet Corner Vol. 22
Alzheimer
Dicen que los extremos se tocan, que llegan a alejarse tanto que, finalmente, se confunden en la misma realidad. Se podría representar como una línea que se va curvando hasta forma una elipse, es de tal dimensión este diagrama que cuando estás inserto en él no ves nada más que una línea recta que se aleja hacia el infinito. Sin embargo, si pudiésemos tomar distancia, alejarnos lo suficiente, veríamos como en realidad esa línea se curva hasta volver al inicio, a su nacimiento.
Algo parecido pasa con las personas. Considero que sufrimos la misma radicalidad en el desarrollo de nuestras vidas, que morimos de manera parecida a la que nacemos. Quitando los años intermedios de la madurez, el principio y el final se acercan de manera exagerada, se parecen extremadamente. Nacemos con la incapacidad de valernos por nosotros mismos, de expresarnos y alimentarnos. Por desgracia, en muchos casos, nuestro ocaso se parece en sobremanera a este origen del que partimos. Lo mismo sucede con la adolescencia, ese instante en nuestras vidas durante el que no sabemos quienes somos y en el que vamos forjando nuestro carácter, período en el que vamos haciéndonos personas que puedan relacionarse. Pues según avanzamos hacia la muerte, hacía nuestra desaparición, esos rasgos de nuestro temperamento que nos habían definido van desapareciendo paulatinamente, quedándonos en un cúmulo de manías, o de locuras si atendemos a la etimología, que provocan que perdamos nuestra templanza como cuando éramos fogosos adolescentes. De esta manera, como en el momento en el que somos niños, en el que carecemos de recuerdos, nuestra vida se encamina hacia esta perdida de vivencias que terminarán en el cierre definitivo del telón.
De estas características tan humanas, de estos rasgos tan definitorios, nace la necesidad antropológica de acumular recuerdos, imágenes que permitan abrir una puerta al pasado remoto que ya hemos olvidado. Lo sano es eliminar para acumular nuevas experiencias, pero esos viejos aprendizajes que pueden ser admirados como imagen gracias a la técnica, hoy por hoy forman parte fundamental de nuestro desenvolvernos en la vida. La fotografía, y más recientemente el video, se han introducido en nuestras existencias de forma que se nos haga más difícil el olvidar ese pasado que a veces se nos antoja remoto y que cada vez quedará más lejos. ¿Quién no tiene en casa un álbum de fotos familiar? Ese libro de tapa dura con cubierta antiestética que nos permite bucear en el subconsciente, vernos desde fuera, como si de otra persona se tratase. Incluso nos permite crear nuevas ensoñaciones que quizás no hubiésemos vivido, momentos felices ya que siempre se sonríe en las fotos. Ese es el afán, lo que buscamos inmortalizándonos con nuestras cámaras, recuerdos que nos anclarán con momentos primitivos de nuestra existencia. Gracias al poder evocador de la imagen podremos vernos con brío, con belleza, con juventud, pero sin el empirismo del que es capaz de ver su existencia desfilando en fotografías.
Mi generación, de finales del siglo XX, es la que ha nacido junto a la democratización de la imagen. Cualquiera puede manejar y acceder a la fotografía o al video, todos podemos crearnos un cúmulo de recuerdos que sellarán nuestro pasado y se convertirán en una especie de legado para los que vengan después de nosotros. No sé cómo será estudiado esto en un futuro, pero seguro que llama la atención nuestra enorme vanidad que busca capturar la vida en un catálogo de fotografías.
Será curioso, cuando mi línea vital se esté asemejando a una elipse, el verme reflejado tal y como soy en la actualidad, seguro, que de alguna manera, me ayuda a sujetar mi carácter senil.
Nacho Valdés
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2 comentarios:
¡Joder que buena reflexión! ¡Que mago de la palabra!
La vida eterna, aunque fotográficamente, despierta tanto interés en mí, que cuando estoy frente a una fotografía, me pregunto por la vida de esas personas; el qué, cómo, y por qué fueron así, como se refleja en esas imágenes, o por contra, el por qué de su ficticia pose fotográfica.
Es similar a las paradojas vitales, que provocan cosquilleo con un efímero pensamiento de aquéllas.
Bravo.
Un abrazo fuerte.
Las primeras fotos que me sorprendieron fueron las de mis padres de pequeños. Me parecía increible que esos niños retratados en blanco y negro fueran ellos. Todavía me quedo hipnotizada cuando veo fotos antiguas de mi familia y me alegro de que existan porque puedo hacerme una idea de cómo eran sus vidas.
Creo que es un gran artículo que, como siempre invita a la reflexión, en este caso muy placentera.
Un besazo.
Laura.
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