Sweet Corner Vol. 18

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Dilataciones

A vueltas con el tema de la semana pasada y, enlazando con algunos aspectos que trata Jorge en su último escrito, me gustaría continuar con el asunto que dejé inconcluso acerca del tiempo libre.
Resulta fascinante como, la industria del entretenimiento, ha logrado copar el uso y disfrute de nuestro tiempo de ocio, ese pequeño espacio vital que nos queda tras nuestro devenir supuestamente productivo. Pues parece que en las últimas décadas se nos ha conseguido moldear para que este fragmento de nuestras vidas sea rellenado con el tiempo productivo de terceras personas; es decir, el trabajo que realizan los distintos equipos cinematográficos, son utilizados en la mayoría de los casos, no para el disfrute estético, sino para hacer algo con esa porción de vida que se nos escapa puesto que no sabemos qué hacer con ella. Sí, resulta que hay gente que no tiene ni idea de qué hacer con el período de asueto con el que cuenta, que se siente perdida cuando está lejos de la oficina o del lugar donde desarrolla su profesión. Con todos los respetos, me gustaría decir que esto es de las cosas más tristes de las que soy testigo prácticamente a diario. Resulta que la vacuidad de algunas personas, que desarrollan su individualidad en torno a una labor encomendada por otra persona, ha provocado que hayamos sido educados en la cultura de pagar por nuestro tiempo libre. Llega un punto en el que algunos son ajenos en sí mismo cuando abandonan el lugar donde trabajan, que pierden su estatus y débil carácter cuando llegan a su casa. Esto enlaza con uno de los problemas que he tratado en distintas ocasiones, la primacía del beneficio sobre la creatividad artística, que en mi opinión es una demanda social.
En el mundo laboral debes forjarte una identidad que evidentemente está relacionada con la que mantienes fuera de ese ambiente, pero donde realmente eres persona es cuando traspasas la puerta y te vas a tu hogar, cuando estás con los tuyos o contigo mismo. Mi opinión es que hay gente que no es capaz de moldearse, de buscarse una motivación que le permita prosperar como individuo. Por este motivo, se ve obligado a pagar para que alguien dirija sus pasos, lo mismo que en la oficina. No digo que no sea necesario abonar algo por una cómoda butaca en la que sentarte mientras disfrutas de una buena película, todos tenemos que vivir y los cineastas no son ninguna excepción. O que incluso un día no te apetezca agobiarte con intrincados argumentos y acabados preciosistas y dejes pasar el rato viendo la última superproducción made in Hollywood, no es censurable querer entretenerte sin más pretensiones. Lo que digo es que esto es lo que se ha convertido en norma, se ha tomado la consideración de que todos somos imbéciles y no somos capaces de ver algo en lo que debamos esforzarnos mínimamente. Se ha procurado crear un producto a la medida, que no produzca indigestiones mentales y que sea fácilmente consumible. Es decir, más o menos diez euros con tu refresco y tus palomitas. De esta forma, entre que aparcas el coche, sacas la entrada y te ves la película has echado la tarde; y si te animas puedes incluso ir a cenar después de haber visto la última comedía romántica. Un plan nada descabellado, incluso atractivo para algún día que no sepas bien qué hacer. La cuestión viene del hecho de que nos hemos aborregado, por lo menos estadísticamente, puesto que nos dirigimos en manada a pagar para que nos entretengan, sin saber ni tan siquiera quién firma el trabajo que vas a ver. Tan terrible es pasar una tarde en casa haciendo algo más constructivo como leer, escribir o charlar con un amigo o tu pareja. Considero que la falta de capacidad de la mayoría para utilizar de manera productiva su tiempo libre es lo que ha llevado a la creación de la industria apestosa del cine actual. Creo que en muchos casos, hay una patente falta de recursos o cultura para enfrentarnos a algo que se salga del estrecho camino marcado por la mayoría. Un guión facilito, un par de giros más que esperados y a dormir tranquilos, otra tarde en la que no hemos tenido que enfrentarnos con nosotros mismos. Al día siguiente a madrugar, que en la oficina soy el puto amo.

Nacho Valdés

ALFRED HITCHCOCK: El estratega tímido de la realidad inverosímil

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"Conseguir la realidad exige meterse dentro, hacer que el público se sienta. Así se obtiene la verdadera realidad" A. Hitchcock

Asistiendo perplejo a la actual situación del mercado audiovisual, donde el dinero respira por encima del talento, agotándolo, despedazando continuamente todos los buenos propósitos que se apelmazan en las mesas de los grandes y pequeños estudios, me pregunto si quedaría espacio para los autores de siempre; no obstante, de las cincuenta películas de A.Hitchcock, albergo ciertas dudas, en tanto en cuanto alguna de ellas, hubiera alcanzado la cifra mínima de cuota de pantalla para obtener subvención. ¡Que negatividad!

Pasados ya cinco meses desde mi primer artículo, la figura de Hitchcock se mantenía en la sombra, esperando el momento para dar un salto hacia delante; en mi cabeza, el director británico tiene un peso importante, siempre busco elementos en las películas, que me evoquen sentimientos, con Hitchcock, simplemente los encuentro.
Se aparecen allí, de la manera como tiene de hacer las cosas; inequívocos, devolviéndote cada una de las sensaciones que anteriormente provocó. No aparecen por casualidad, pero emergen lentamente en el seno de la realidad, usándola como instrumento, interpretándola, para introducir lo inverosímil, interpela con nosotros, y nos convence.
He de decir, que su presencia es constante en mi escritorio, en forma de pequeña escultura caricaturizada por un artesano de los que se sitúan una vez al año, en Plaza de España; es por ello, que siempre me acompaña en mis textos, en mis cavilaciones y tribulaciones fílmicas, pero de manera tímida. Sólo un superdotado, es capaz de firmar más de medio centenar de películas, y ser repudiado por la crítica americana.

Hitchcock es ante todo, un cineasta, pero un cineasta que controla todo lo que puede controlar un director, incluso aquello que resulta más difícil: la conciencia de los espectadores. Cualquier situación, por pequeña y cotidiana que sea, se vuelve grande, apareciendo el componente de lo increíble.
Empezando por el concepto de suspense, que fue elaborado detenidamente, llevándolo al extremo, a la punta más lejana; juega con todos los recursos que le proporciona el cine, los reinventa, usándolos a su antojo, para en este caso, el bien (o mal)estar del público.

De todo su cine, son varios los elementos; trataremos de ver algunos, de analizar unos pocos, de comprenderlos, y de fascinarnos con todos.
El suspense se revela como su principal arma para contar sus historias, adornarlas de catástrofe, temporal, albergada en un relato con tintes reales; nunca se pensó en el valor dañino de los pájaros, hasta que se toparon con Hitchcock.
De lo demás, el por qué llegan las aves, el cómo aparecen de repente, a modo de una de esas plagas que asolaban en la Antigüedad ciudades enteras, nadie se lo pregunta; no hay respuesta, pero tampoco se necesita. Aquí está presente la mano de él.
Otro de esos componentes oscuros, de los que hacen gala sus películas, es el "mcguffin". Relacionado con el suspense, es un recurso en el cual, siempre hay algo que inquieta al protagonista, algo que trata de alcanzar, una persona, quizá algo intangible, pero que a ojos del espectador pasa inadvertido, por su falta de importancia. En North by Northwest (Con la muerte en los talones, tal y como se tradujo aquí en España) Cary Grant busca encarecidamente a un tipo que puede ayudarle a esclarecer los hechos; a nosotros nos preocupa muy poco.

De toda su filmografía, me gustaría destacar al menos tres películas, que por su particularidad, y por las consecuencias que tuvieron en mi formación, marcaron su carrera y mi percepción fílmica.
La Soga
, ejercicio excelente de un plano secuencia; la película inicialmente estaba preparada para rodarse sin cortes, en un solo y único plano, en el cual, la cámara con sus movimientos, y los actores con su interpretación, marcaban profundamente la dinámica del film, eliminando cualquier posibilidad de montaje. Lamentablemente, Hitchcock no tenía bobinas de un tamaño tan grande que albergaran el metraje final de la película, por eso tuvo que recurrir sutilmente a varios cortes, para continuar con su plano secuencia.
Al margen, la película contiene tres elementos, los más simples, pero con una fuerza de suspense de extrema gravedad; la acción transcurre en un único espacio, antecedido con el ahorcamiento de un personaje, cuyo cadáver estará presente durante toda la velada que tendrá lugar después, del que los personajes hablarán; el público sabe lo que encierran los asesinos, Hitchcock no los esconde, de lo que se trata es de cazarlos.
Rear Window (La ventana indiscreta), necesita del espectador como cómplice del argumento, del protagonista, para inmiscuirse desde su ventana, estático, provisto de una cámara con una lente larga que le permite ver de cerca; lo necesita para poder continuar con su suspense, con el problema que está detrás del edificio que se sitúa frente a su parapeto.
Con la ambigüedad de un mirón, Hitchcock narra de lejos el posible asesinato de una mujer, creando la historia a partir de la imagen en dos dimensiones que proviene del teleobjetivo de la cámara del voyeur, narrativamente poco fiable, inverosímil dentro de la realidad, pero poco nos importa cuando de lo que se trata es de un asesinato, aunque sea en presunción de.
De Psycho, poco se puede escribir más; el añadido quizá es presentar una fórmula en la que la protagonista muere a mitad de la película. No es fruto del azar, sino de la estrategia ansiosa por desarrollar un argumento que se inicia cuando es asesinada aquella mujer en la ducha; doble protagonismo en un film difícil de clasificar, aunque impactante de ver. De lo demás, de la expectación de la casa, del motel, del inquietante dueño del mismo, parece provisto de un extraño toque de irrealidad manifiesta.

Alfred Hitchcock representa un tipo de persona que despliega en un abanico fílmico, todos sus miedos y desdichas, presentando cada obra cinematográfica, dentro de un discurso, que cada vez se va haciendo más insólito con el paso de los años.


Giorgio
25/06/2009

Sweet Corner Vol. 17

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Días más largos

Ahora que llega el período estival y, dada mi profesión, tengo más tiempo libre. Resulta que hay una indiscutible unión entre los ratos ociosos y el cine, esto que resulta más que evidente, arrastra, a mi entender, aspectos más profundos que considero deben ser abordados.
Sin tiempo libre no existiría el arte, es necesario un espectador o receptor que sea el recipiente de las ideas vertidas por el creador. Si el observador no dispone de un instante para acercarse a la creación, para gastar su tiempo inútilmente en su contemplación, el trabajo del artista no tiene sentido, sería vacío y hueco. Por lo tanto, la primera determinación a la que me lleva este incierto razonamiento, es que para disfrutar del cine o de cualquier otra disciplina artística, se hace necesario el malgastar el tiempo del que disponemos. Por malgastar no hago referencia a una forma peyorativa de pasar el rato, sino más bien, a una manera pasiva, independientemente de la actividad intelectual que se realice cuando se entre en contacto con el objeto artístico. Es innegable que el uso del tiempo será diferente para el creador del film, que para los que vemos el resultado final acomodados en la butaca de cualquier cine. Está claro, con este ejemplo, que el uso del tiempo será diferente en ambos casos, pero lo que queda patente es que los dos sujetos que conforman el arte, creador y observador, son indisociables a la hora de catalogar algo como creación. De nada sirve la creación furtiva o secreta, si no hay alguien más que la experimente, queda seca y sin sentido.
Unida a la condición humana está la obsesión por el paso del tiempo, el rellenar los espacios vitales con actividades que nos permitan ponderar estos vanos de forma activa. Es indispensable, para sentirnos humanos, el hacer esto o aquello para conformar una vida. Este rasgo, que parece banal o incluso estúpido, no lo es tanto cuando comparamos nuestra condición a la de cualquier otro ser del reino animal. ¿Qué es lo que hace un perro con sus ratos libres? Pues nada en particular, ser perro y estar tirado dejando consumir su vida. Una vez satisfechas sus necesidades fundamentales, el resto del tiempo pasa sin pena ni gloria, intentando ahorrar energía por si debe utilizarla en algún fin superior como puede ser la supervivencia. En los sujetos no sucede nada por el estilo, el tiempo se dilata de forma distinta y se hace necesario ocupar nuestra mente con alguna ocupación, por nimia que sea. Aquí es donde vuelve el cine, esta disciplina no es más que un intento de ocupación intelectual que nos permita hacernos más personas, es decir, tener la mente ocupada en algo ajeno pero al tiempo cercano, es un uso intelectivo de nuestra apuesta evolutiva. Desde el origen de la humanidad no hemos tenido más remedio que unir nuestra existencia a la ocupación en distintos quehaceres que permitan desarrollar nuestra vida de forma tangible, de forma material. Es decir, el hecho de ver una película no es más que la unión con un objeto palpable en el que otro grupo de personas ha ocupado, a su vez, su devenir temporal. Nos enraizamos de esta manera en las vidas de otros que han estado al otro lado, ocupándose de la creación de lo que tenemos delante y que nos permite sentirnos individuos ya que estamos midiendo nuestra existencia mediante algo manifiesto, mediante una actividad propiamente humana, la contemplación de una fantasía intelectual que no tiene otro sentido que el de malgastar nuestro tiempo. En el buen sentido, claro.

Nacho Valdés (A estas horas disfrutando de Barna)

TIRO EN LA CABEZA: Ejercicio narrativo, contundencia visual

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Jaime Rosales, durante el rodaje de Tiro en la cabeza

Poco a poco, cuando el día lentamente iba despertando, Manuela nacía hace veintinueve años; Manuela es mi novia, mi compañera, pero sobre todo, un ejemplo. Más tarde, tristemente ETA asesinaba a un policía nacional, y me vino a la mente la cantidad de palabras que verterían a lo largo del día, vacías de contenidos, los analistas políticos, aquellos que buscan en su discurso, un sostenido intento de convencernos de lo que no se puede evitar, al menos por el momento.
La mañana de hoy es un claro ejemplo; lástima.

Sin embargo, creo profundamente en la habilidad y el talento de los artistas, de los autores, que despiertan nuestro interés con trabajos puros, conformados en pequeñas manifestaciones artísticas muy variopintas; faltaría más que todo se redujera al análisis "serio" de las putas mesas redondas, que desgracia, que desbarajuste social, que vergüenza.
Jaime Rosales es uno de estos autores (artistas), intérpretes del pulso social, de lo que palpita en nuestra gente, que proyecta con sus películas la insatisfacción manifiesta en el ambiente, o perturba las conciencias para indagar en todo lo que ocurre.

Con Tiro en la cabeza, Rosales desentraña de los tabúes políticos la ambivalente vida de varios personajes, terroristas, accediendo al contenido de aquélla, de lejos, mirando a través de sus ventanas, en los parques donde juegan sus hijos o en el mercado del que obtienen la comida con la que se alimentan; de todo ello, se me ocurren muchas conclusiones, pero una quizá es la que más concurre en mi cabeza: están entre nosotros, son personas que viven dentro de nuestro ambiente, y da miedo. Se sabe que están, pero no cómo.

Es sobre todo durante la proyección del film, donde la ausencia de diálogos en primeros planos sonoros, eleva aún más la sensación de terror, de recelo, por la naturalidad de lo que se muestra, vidas comunes, en ciudades comunes, en edificios corrientes, libres de sospecha, como la de cualquier vecino.
Rosales no engaña, cuenta cómo se ve, qué hace un terrorista antes de perpetrar un atentado, un asesinato; nada de capuchas, ni de entrenamientos militares con subfusiles de asalto en los bosques de Euskadi.
Se busca la proximidad desde la lejanía, rodando desde lejos, observando lo que transmite esa situación, buscando sensaciones que nos transporten al siguiente plano, a la siguiente secuencia.
Desde el principio conoces el final, conoces que la película narra los hecho acaecidos en la frontera vasco-francesa, cerca de Hendaya, donde dos guardia civiles de paisano, fueron tiroteados por dos pistoleros; ¡Txakurra!, un, dos, tres... después silencio.
El motor de un coche, y vuelta a empezar. Ya lo sabías, no hay nada nuevo, nada que no sepamos, la vida de un hombre es terriblemente débil, ligera, muy frágil.
Ya el propio título, despierta plenamente tu conciencia, es la acción, es la consecuencia, y eso está ahí; no es el tiro, no es un tiro, es Tiro en la cabeza, como algo bruto y criminal, desesperante.

Lo que comporta la estructura del film, es una funesta ansiedad por evitar el desenlace conocido; por creer, que detrás de esas vidas que has estado percibiendo durante sesenta minutos, no se esconden los asesinos del final. En ese sentido, la película es letal; sumemos que el diálogo no existe, que sólo se habla al final, para alentarse el tirador, para morir la víctima. La única muestra de la palabra humana, refleja la levedad de la retórica, en virtud de la mentira, en lo que se ha convertido nuestro lenguaje,

Pero entonces se puede contar libremente lo que nos atemoriza, lo que constituye un gérmen entre nuestra gente, la temida "lacra", que oigo repetidas veces de bocas diferentes, con banderas y siglas políticas distintas, aunque no sé significa para todos lo mismo.
Este tipo de películas, no calan en el público, porque enseñan demasiado, porque nos obligan a pensar un poco en como resolver los problemas de verdad; al mostrar tanto, al acercarte en demasía al fuego, terminas hecho ceniza, hecho polvo, roto por dentro.
Sin embargo, mostrar de la manera más objetiva la realidad, conduce a conclusiones, que a veces son poco gratas.


Giorgio
19/06/2009



Fuente: Youtube

Sweet Corner Vol. 16

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Música en el cine

Dos de disciplinas artísticas que van de la mano, que se me antojan difícilmente separables, y que han dado grandes satisfacciones a muchos espectadores, son las del cine y la música. Desde los inicios en el que el cine era mudo, en el que supuestamente no había espacio par el sonido, los lugares pudientes ofrecían el servicio de la música acompañada de la imagen. Las clases bajas, como siempre, tenían que aguantar sin la ayuda del pianista de turno que permitía reforzar la sucesión de fotogramas que pasaban ante el público.
La disciplina musical direccionada hacia el cine ha crecido de manera espectacular en las últimas décadas, consiguiendo desarrollar un campo artístico que estaba prácticamente desierto a mediados del siglo veinte. Muchas bandas sonoras, muchas composiciones han pasado a formar parte de la cultura pop de una sociedad ansiosa de referentes. Trabajos como los de El Bueno, el feo y el malo o la saga de El Padrino, han sido tarareados y escuchados hasta la saciedad. Composiciones que, lejos de robar protagonismo al trabajo cinematográfico, lo sacian y completan hasta formar un conjunto que nos permite disfrutar del resultado en su máxima expresión. Otro cantar es el del género musical, que con la excusa de la imagen, nos regala música adornada de argumento. Por último, también se pueden encontrar las típicas composiciones que hunden la película de forma patente. Parece mentira y es algo de lo que me he ido dando cuenta a lo largo de los años, la música (y el sonido) en el cine es fundamental, sin ella gran parte del trabajo técnico y artístico que se refleja en la imagen quedaría mudo, sin fuerza ni pasión.
Ejemplos de musicales míticos, que antes no apreciaba y que cada vez me gustan más, son, por ejemplo: The Blues Brothers, The Rocky Horror Picture Show o Hair. El primero, para mí, se ha convertido en un icono que comparto con mis alumnos todos los años. A pesar de que a la mayoría le gusta la música de discoteca y consideran que todo lo que sea anterior al año dos mil cinco está pasado de moda, se quedan anonadados cuando Jack y Elwood eluden a la policía a ritmo de Blues y Soul, eso sin contar que se hace un repaso de los mejores artistas americanos de música contemporánea de los últimos sesenta años. Con The Rocky Horror Picture Show todavía no me he atrevido a compartirla con el alumnado, a pesar de que la música no es más que Rock and Roll, el tema de travestis llegados del espacio exterior no creo que calase en unos chicos que, desde mi punto de vista, son cada día más intransigentes en temas como el de la sexualidad. Con Hair me pondré el año que viene, la psicodelia rockera de finales de los sesenta sirve de excusa para componer un brillante alegato antibelicista y considero que es una película digna de compartir con las nuevas generaciones.
Como ejemplos negativos de bandas sonoras me gustaría destacar, aunque hay muchas más, dos que me parecieron tremendamente fallidas. Para empezar, Alejandro Magno de Oliver Stone, que no sólo falla por la música, sino que es un desastre desde el primer segundo de metraje. Desde el inconcebible Colin Farrel teñido de rubio e interpretando a un chaval de dieciséis años, hasta las liosas secuencias de batallas supuestamente épicas y que no consiguen más que llevar a la confusión. Además de todo esto, lo que más me rechinó y me obligó a dejar de ver la película, fue la infumable música que acompañaba el metraje y que no hacía más que entorpecer la imagen y el visionado de la película.
Otra de las películas en las que desde mi humilde opinión hubo un problema con la música, a pesar de las buenas críticas que se llevó en este apartado, fue La Misión. No es que un profano como yo pretenda meterse con el trabajo del enorme Ennio Morricone, ni tan siquiera me quiero meter con su composición, que me parece fabulosa. El problema viene cuando se fusiona la imagen y la instrumentación, por separado ambos elementos me parecen muy buenos, de hecho disfruté mucho con el conjunto, pero no sé por qué algo me rechinaba y, después de ver la película varias veces, me di cuenta de que era la música. Algo fallaba, no sabría decir exactamente qué era, pero en esta ocasión y, a pesar de contar con primeros figuras en ambos campos, música e imagen no terminaron de cuajar de la manera adecuada. En fin, seguro que el maestro Jorge tiene algo que decir sobre este asunto.

Nacho Valdés

SIN NOMBRE: Un viaje entre el dolor y el amor

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Seguramente, es tras la búsqueda de la felicidad, cuando más obstáculos te encuentras, cuando más palos recibes, y donde lentamente, te enseñan y aprendes a sufrir.
Seguramente, con el propósito de amar, de acercarte en sigilo a la persona que deseas de manera especial, los sentimientos se exacerban en todos los sentidos; desde luego, para mal, en ese lado, el asunto se espina, precipitándonos en una escalada de continuos vaivenes, siempre estúpidos, vívidos de dolor, de oscuridad manifiesta en el rostro de cada humano.

Sin nombre demuestra el valor del amor en su sentido más amplio, paseándose por todos los rincones del descalabro, luciendo hábilmente, durante la narración de la película, su sibilino vestido de seda, que acompaña el corazón (roto) de los diferentes protagonistas.
Es coral, son varias las almas a las que nos acercamos, con una cámara siempre moviéndose, ajustada al ritmo, intenso, del territorio sudamericano, donde la lucha diaria es mayor, más voraz, pero más justa; de estar conmigo, o de estar contra ti, de eso se trata.

Las historias se enlazan poco a poco, con un montaje fílmico alternado, que va evolucionando perezosamente, desenredando paulatinamente todas aquellas historias que parecen madejas, ovillos de fina alma humana, que vislumbran tras de si pequeños secretos.
Un trío de hondureños parten de su tierra natal, enquistada, cerca de la capital, en busca de un tren que les transporte por entre las entrañas del continente, hasta alcanzar Nuevo México, quizá Texas, allá detrás de la frontera entre los ricos y los pobres; Estados Unidos, tierra de dólar, dinero oscuro, negro, fruto de la pobreza de aquellos que van y vienen, de aquellos que van y mueren.
De otro lado, un mexicano, un mara, pertenece a una banda de allí, del otro lado del río, trabaja duro, vigila, reafirma su posición ante sus maras, no hay secretos, nada ocurre fuera de la banda; hasta que se cuela el amor, por la rendija de la puerta, a oscuras y a hurtadillas, sabiendo de lo furtivo de su entrada, estando a gusto por ello, deleitándose.

De todo, aparece un motor que sirve a todos como válvula de escape; en esta película todos huyen, todos buscan, ¿cuántos encuentran?
Impresiona ver el viaje de la gente para investigar acerca de la vida de las personas, de las que viven bien, de las que no se tienen que preocupar por alimentar a sus hijos; el viaje transcurre en un tren, en un vagón, pero encima de este, en el techo, sufriendo las inclemencias de la naturaleza, y de los propios hombres. Un camino trabado, espeso; las personas se agolpan para subir, en la ciudad de Chiapas, cerca de los arrabales de una ciudad devastada; se apresuran por ascender al techo de un vagón, para perecer, quizá en este, fruto de un traspié, de un atraco, de una pedrada que vuela desde las manos de un lugareño al pasar próximo a su pueblo.

Se aprende a sufrir viendo esta película, te enseña el dolor, te lo muestra en un catálogo de imágenes en movimiento, que desprenden olores dispares; árboles, gas, vapor, sangre, barro, venganza y amor. Sobre todo amor, porque mueve la historia, porque la agita cuando necesita un impulso que la devuelva a la realidad.


Giorgio
12/06/2009


Fuente: Youtube

Sweet Corner Vol. 15

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La ventana indiscreta

Recuerdo como cuando era pequeño una de las cosas que me llamaban la atención era la de mirar por la ventana, ver a la gente en la calle, en su vida cotidiana o en sus casas. Ahora que vivo lejos de mi lugar de origen, que ya no estoy en ese primer piso de una calle de Oviedo, disfruto todavía del eterno placer de espiar a mis congéneres. Las grandes ciudades son un hervidero de pequeñas historias, de lugares comunes en los que los individuos chocamos, nos entrelazamos, nos odiamos, nos queremos y nos ignoramos. Hoy por hoy tengo una vista privilegiada, un ático en un octavo piso con una terraza enorme dotada de visión a una de las arterias de la ciudad del Turia. Por allí pasan vagabundos, pijos, trabajadores, niños, adolescentes, perros y palomas; todos bajo mi vista. Vuelve a ser un placer para mí el asomarme y perder el tiempo echando un vistazo a la urbe que se remueve bajo mis pies, que respira dando enormes bocanadas al ritmo que marca el tráfico y el gentío.

Considero universal esa fascinación que tiene el ser humano por meterse en la vida de sus semejantes, no ha habido, hay o habrá pueblo o cultura que no tenga algún tipo de medio para trasmitir las historias que interesan por uno u otro motivo. Desde mi punto de vista, todo relato, independientemente del tipo que sea, guarda algo de sabiduría que permite, mediante su transmisión, que se perpetúe más allá de su origen. Contar historias alrededor del fuego, cosa que antes de la llegada de la televisión se hacía en cualquier parte del mundo, permitía una comunión primitiva entre los miembros más jóvenes y los más ancianos de la comunidad. Estos últimos hacían de receptores de toda esa sapiencia acumulada durante generaciones, escuchaban absortos lo que sus mayores tenían que decir, que no era más que lo que la generación anterior había contado, esto más sus vivencias personales, claro. La literatura, los juglares, los rapsodas, los charlatanes, todos guardan su pequeña visión del mundo que debe ser compartida y que a todos nos enriquece. Todas estas perspectivas giran en torno a lo mismo, a la vida de los demás, a las vivencias ajenas de las que tanto disfrutamos cuando no acontecen sobre nuestra piel, o que tanto envidiamos por el mismo motivo. Por tanto, veo cierta similitud en lo que hacía de niño y la profesión o el arte de contar, de relatar, de tener algo que decir a los demás.
El buen escritor provoca en el lector, o en el oyente, que se transporte y que pueda imaginarse lo que sucede, sucederá o sucedió en vidas ajenas que se enraízan y entrecruzan como las viejas vías de la ciudad que contemplo desde mi balcón. Todos, en mi opinión, guardamos en nuestro interior la capacidad innata de sorprendernos con lo que los demás muestran de sí mismos, desde las historias más descabelladas, hasta las más convencionales. ¿Qué hacemos sino cuando hablamos con alguien? Escuchar sus historias, empatizar con su vida y ponernos a su nivel como seres similares que buscan en el otro el reflejo que les permita reconocerse.
Son las historias pequeñas, las cotidianas, las que nos permiten reconocernos en los demás, en el espejo que nos muestra el rostro del amigo, del conocido o del desconocido. Da igual de quién se trate, siempre reconoceremos ese rasgo de humanidad que nos permite identificarnos a nosotros mismos como personas.
El cine tiene esa particularidad, cumple con el rol de esos ancianos que alrededor de la hoguera iban desgranando viejos relatos para que los demás se entretuviesen, para que supiesen que más allá de ellos mismo existían otras vidas similares. El cine nos brinda un ojo, indiscreto por su discreción, por estar oculto para el actor y espectador y que nos permite, desde la comodidad de la butaca, meternos hasta el fondo del alma ajena. Son las pequeñas historias dentro de las grandes historias las que me embargan, las que me gusta observar, como la gran ciudad que está formada por el conjunto de las pequeños relatos compuestos por los ciudadanos que habitan en la misma. Por eso el cine se ha convertido en uno de los principales motores sociales, en uno de los más firmes transmisores de valores y modos de vida, el vehículo para la globalización cultural definitiva. Todo el mundo occidental late al pulso que le marca el cine, es en esa gran pantalla dónde se ve lo que vale y lo que no, lo que es necesario y lo que hay que desechar. Esto, por supuesto, no es algo que se haga de manera voluntaria, es algo accidental que simplemente sucede, que sólo tomando distancia se puede comprobar. Pocos en la antigua Grecia eran conscientes de que al relatar algún mito estaban transmitiendo la cultura helénica, que estaban perpetuando los modos de vida de esa sociedad. Con el cine sucede igual, pocos serán los directores, guionistas y actores que se consideren como transmisores de algo. Sin embargo, el cúmulo de las pequeñas historias que nos cuentan, son el conjunto de reflejos que el gran espejo social que es el cine nos manda para que nos reconozcamos a nosotros mismos.

Nacho Valdés

SÓLO AC/DC

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De todas los conciertos en los que he estado, jamás presencié lo que Dios era capaz de hacer; ayer lo vi, por primera vez, en forma de guitarrista vestido de niño pequeño, de uniforme verde, transformando los movimientos de sus dedos en sonido, manejando los estados de ánimo de todos los presentes. Como siempre, llegan, descargan, mimetizan, desentierran los viejos recuerdos, sus clásicos temas de su amplio repertorio, y fusilan las orejas de los presentes.

No hace falta ser un fanático para comprender el valor de AC/DC, el peso que supone lo que sobre un escenario realizan estos australianos; yo no lo era, hasta ayer; desde entonces entiendo lo que significa AC/DC; desde entonces seré un fanático de todo ello. Todo se magnifica, se agranda; el precio de la entrada, la marea humana que desde el metro de Pirámides se abalanzaba con calma a la espera de la hora H, el ir y venir de patrullas de nacionales mientras la cerveza descansaba entre las manos de los fieles sedientos de rock; de todo lo mal que vienen dadas en estos momentos, durante esas cuatro horas, nos sentimos a gusto; decididamente a gusto, contentos de presenciar lo que hace este gigante.

Tras los agobios sufridos en la puerta cuarenta y uno, agravado si cabe por la minusvalía temporal de uno de mis colegas (se había roto una pierna y venía con muletas), superamos el umbral de la entrada y apareció en el fondo una masa negra; expectante.
Las 22:05, la hora elegida por Dios para hacer acto de presencia; esta vez lo vería, estaba allí.
Después de los primeros cinco temas, conseguimos alcanzar la valla que separa el escenario, por el lado izquierdo, frente a una batería de tres cañones; no sabía lo que se me vendría encima, desconocía por completo, lo que quedaba de show; fantástico, me excita cuando no sé lo que va a ocurrir, sobre todo cuando delante teníamos a estos tíos.
Fue cuando lo ví; solamente iluminado por algún que otro foco, desnudo de torso, vestido con un pantalón y una guitarra; no fui consciente del tiempo que Angus estuvo tocando solo; no me importa, tan sólo sé que fue maravilloso; miré a mi izquierda y en el rostro de mi colega solamente encontré satisfacción, han sido unos meses muy duros, se lo merece.
Al otro lado, arriba, encima de nosotros, en el aire, seguía Dios con su retahíla de trucos; joder que bueno, no me acordaba que teníamos cita con él; por un momento, de los AC/DC sólo quedaba un tipo, más bien pequeño, más bien enjuto, más bien Angus; para que más.

Del final, tras la muñeca hinchable de diez metros de altura, sonó For Those About To Rock (We Salute You); delirante, extrema, profano de mí, desconocía que estaba a punto de contemplar lo que significaba escuchar un himno. Si minutos antes Highway To Hell, me daba una pista de la exaltación que se iba a producir después, las descargas de Fire, al unísono, mezcla de las gargantas de las personas que por allí andábamos, y los cañonazos que escupían fuego desde los flancos y el fondo del escenario, despejaban mis dudas.
De mis compañeros a pié de pista, los que habíamos estado unidos en esa orgía de rock&roll, mostrábamos en nuestros rostros, el final de una apoteosis que había mejorado nuestro ánimo.

Alguien por el móvil nos preguntó si pensábamos si Dios volvería a Madrid de nuevo; nuestra respuesta fue ambigua, pero nos acostamos con la convicción de que si regresan, volveríamos a estar allí, donde vaya Dios, a la izquierda del escenario, frente a ellos, escuchando lo que nos tengan que decir de nuevo.


Giorgio
06/06/2009
(AC/DC)

THE GODFATHER: Fruto del azar y el hermetismo estructural_II

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En el transcurso del rodaje de una película existen elementos que cohabitan en el mismo, que anteceden a la creación, y que posteriormente regresan para completar su trabajo.
Al unirse talento y metodología, puede surgir una obra de consecuencias tales, que puede determinar el género en el que está englobada, como el caso de la saga referida.
A más; cuando el talento se reparte por los distintos departamentos que conforman el equipo de trabajo de un film, el objetivo se presupone colosal, aunque no siempre resulta tan evidente.

Ejemplos, llamativos, poderosos y paradójicos; el director de fotografía Gordon Willis, aquel encargado de crear, junto con el director, la atmósfera de la historia, decide dejar de iluminar los ojos de Marlon Brando, confiriendo en el personaje un aspecto más sombrío, más distante respecto de su intelocutor, y por ende, del espectador.
Un hecho que llevó hasta el extremo para envolver a los personajes, que claudican ante la figura de El Padrino, en su despacho, emblema de su figura y representación de su actividad.
G.Willis crea un estilo de iluminación que pasará a la historia, aunque inicialmente le supuso problemas; siempre en consonancia con los estudios, el autor ha de comulgar entre arte e impronta personal, así como estar en comunión con la opinión pública amén de los que te pagan; las escenas que transcurren en la oscuridad, aquellas que determinan dramáticamente las aptitudes del personaje con mayor firmeza, tenían que ser sacrificadas precipitadamente, por el compromiso frente al acostumbrado espectador, de que a la estrella del film se le deben ver los ojos. Bueno, todos podemos apreciar la fuerza de esas imágenes, sin sentir que a Brando tengamos que distinguir sus dos preciosos círculos.

Volvemos a asuntos de cierto hermetismo, de cierta rigidez compositiva, programática diría, donde los clichés normativos encarcelan el pensamiento intuitivo de los autores.
De alguna manera rompiendo las tendencias, se crean nuevas formas de narrar, de crear elementos que suponen un salto cualitativo, hacia adelante, dentro de la gramática cinematográfica.
Insisto; Nino Rota, compositor musical; creador de la banda sonora de la película, un himno que sobrepasa los círculos cinematográficos para convertirse en parte de la música de nuestras vidas.
De manera inicial no encajaba en la película, no presentaba formalmente ningún añadido al discurso fílmico, demasiado lúgubre, demasiado sombría; de forma más concreta en la secuencia que transcurre durante El Padrino I, en la que el productor de cine se despierta junto a la cabeza de su ejemplar equino más preciado; de vuelta a las mezclas, de nuevo los arreglos musicales que propicien mediante un nuevo autor, una vuelta de tuerca, acompasando la escena esta vez, sin contraste; eliminando la capacidad aportada por Nino Rota.
Y otra vez el talento, combinado con el azar; tan sólo una superposición de los arreglos sonoros que compuso Nino Rota, realizados por el montador de la película, Walter Murch, fueron suficientes para convencer al productor, compensando así la escena en la que tan mal parada aparece la figura de aquél.

Sin duda, cada film, cada obra, se compone de pequeños momentos, que conducen a un final de futuro incierto; el talento determina la grandeza de ese momento, la consecución de todo ese gran esfuerzo, que se ve salpicado de mucho azar, en los momentos más inesperados, aquellos en los que el hermetismo se hace angustioso.


Giorgio
03/06/2009

Sweet Corner Vol. 14

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Caminando hacia el Oscar

Seguro que alguno de los afamados actores que siguen esta interesante sección se preguntarán: “¿Qué puedo hacer yo para conseguir un Oscar?” Independientemente de la motivación; del sitio libre en la estantería; del bonito color o de que siempre da cierto prestigio; se puede decir que es uno de esos objetos de deseo a los que nos gustaría acceder, si estás desesperado y no sabes cómo montártelo, no desesperes. Aquí, voy a compartir algunas de las reflexiones a las que he llegado tras sesudas cavilaciones y el visionado de cientos de miles de títulos cinematográficos. Como en todo, hay ciertos trucos que pueden facilitar el camino que te lleve a la alfombra roja y a la fama más rotunda.

En primer lugar, la manera más evidente de conseguir tan preciado trofeo es contar con el talento, la experiencia y la habilidad necesaria para meterse en la piel del personaje de turno. Como esto es una obviedad, y sólo está al alcance de unos pocos, será mejor que pasemos al plan B donde quedará patente que no sólo de genialidad vive el artista.
Lo primero que hay que tener en cuenta es para quién se trabaja, aquél que piense que es para el público o para el director estará cometiendo un grave error de base. No es para esta gente para la que se realiza la actuación, es para los sesudos académicos que están mirando con lupa todo lo que se hace en el mundo del cine. Estos personajes que llevan toda su vida metidos en la industria suelen ser mayores, conservadores y muy críticos con todo aquello que no les gusta. Para este público bienpensante es necesario mantener una actitud impoluta, buena presencia y, por supuesto, no meterse en política. No todos tenemos aquí el carácter de Sean Penn, que puede decir y hacer lo que le venga en gana sin perder por ello un ápice de credibilidad. Para el resto de mortales, el no meterse en tinglados políticos se antoja como fundamental para no perder comba a la hora de recibir un premio.
Otro de los asuntos que suelen gustar bastante en el momento de sacar tajada es la de cambiar de género sin previo aviso. Si eres de aquéllos que llevan encasillados lustros en los mismos papeles, enhorabuena, puede ganar un gran premio. Por ejemplo, pongamos que el campo en el que destacas es la comedia, eres el típico actor que había hecho alguna serie de éxito y que dio el salto al cine con el mismo rol. Detente un instante, tira todos los guiones que te hayan pasado que produzcan risa y coge el más dramático que tengas a mano. De primeras la gente pondrá tu trabajo en tela de juicio, que si no serás capaz, que si estás encasillado y demás chorradas. No te preocupes, después de años viéndote haciendo el gilipollas, cuando estés llorando frente a la cámara quedarán sin saber qué opinar. Huelga decir que cualquier crítico que se sienta en esta situación no admitirá su falta de criterio, todo lo contrario, ante el peligro de quedar en evidencia ante sus colegas te pondrá por las nubes y ya sabes, una vez que el primero empieza el resto se une al coro de aduladores y te llevarán en volandas hasta el Teatro Kodac. Ejemplos de este último truco los tenemos en gran cantidad, quién se acuerda del Tom Hanks de Esta casa es una ruina o del Bill Murray de Los cazafantasmas. Pues es justo admitir que nadie, aunque cuando cambiaron de registro nadie dio una perra gorda por ellos.
Por último, el mejor de las triquiñuelas para llevarse un premio de prestigio es la de la transformación física radical. Si eres guapo ponte feo, si eres horrible ve al gimnasio, si estás gordo adelgaza y si estás flaco engorda. No hay nada con lo que más disfruta el crítico que con los cambios de peso y con los quilos de maquillaje cubriendo el careto de los actores, cuando el pobre artista se pasa horas de peluquería o gimnasio, se dice que es un actor de raza, de esos que marcan época y se meten en el personaje que les toca interpretar. Quién no recuerda a Will Smith utilizando el doble truco de cambiar de registro y de imagen para interpretan al boxeador Ali. Además de ponerse más fuerte que el vinagre, el tío cambio de la comedia al drama, todo un maestro. La señorita Theron dejó de ser únicamente una cara bonita cuando engordó y se desfiguró bajo docenas de capas de maquillaje, nadie se fijo en la actuación, ya teníamos bastante con apartar la cara de la pantalla. Como vemos, estos dos personajes lograron el favor del público y de la crítica, y todo por un par de tonterías que no tienen mayor importancia.
Así que ya sabes querido amigo, si no tienes talento, si tu carrera da asco, si estás encasillado en papeles anodinos. No desesperes, el doctor Nacho tiene la solución para tus problemas, únicamente tienes que seguir estos sencillos consejos. Suerte.

Nacho Valdés