Sweet Corner Vol. 18

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Dilataciones

A vueltas con el tema de la semana pasada y, enlazando con algunos aspectos que trata Jorge en su último escrito, me gustaría continuar con el asunto que dejé inconcluso acerca del tiempo libre.
Resulta fascinante como, la industria del entretenimiento, ha logrado copar el uso y disfrute de nuestro tiempo de ocio, ese pequeño espacio vital que nos queda tras nuestro devenir supuestamente productivo. Pues parece que en las últimas décadas se nos ha conseguido moldear para que este fragmento de nuestras vidas sea rellenado con el tiempo productivo de terceras personas; es decir, el trabajo que realizan los distintos equipos cinematográficos, son utilizados en la mayoría de los casos, no para el disfrute estético, sino para hacer algo con esa porción de vida que se nos escapa puesto que no sabemos qué hacer con ella. Sí, resulta que hay gente que no tiene ni idea de qué hacer con el período de asueto con el que cuenta, que se siente perdida cuando está lejos de la oficina o del lugar donde desarrolla su profesión. Con todos los respetos, me gustaría decir que esto es de las cosas más tristes de las que soy testigo prácticamente a diario. Resulta que la vacuidad de algunas personas, que desarrollan su individualidad en torno a una labor encomendada por otra persona, ha provocado que hayamos sido educados en la cultura de pagar por nuestro tiempo libre. Llega un punto en el que algunos son ajenos en sí mismo cuando abandonan el lugar donde trabajan, que pierden su estatus y débil carácter cuando llegan a su casa. Esto enlaza con uno de los problemas que he tratado en distintas ocasiones, la primacía del beneficio sobre la creatividad artística, que en mi opinión es una demanda social.
En el mundo laboral debes forjarte una identidad que evidentemente está relacionada con la que mantienes fuera de ese ambiente, pero donde realmente eres persona es cuando traspasas la puerta y te vas a tu hogar, cuando estás con los tuyos o contigo mismo. Mi opinión es que hay gente que no es capaz de moldearse, de buscarse una motivación que le permita prosperar como individuo. Por este motivo, se ve obligado a pagar para que alguien dirija sus pasos, lo mismo que en la oficina. No digo que no sea necesario abonar algo por una cómoda butaca en la que sentarte mientras disfrutas de una buena película, todos tenemos que vivir y los cineastas no son ninguna excepción. O que incluso un día no te apetezca agobiarte con intrincados argumentos y acabados preciosistas y dejes pasar el rato viendo la última superproducción made in Hollywood, no es censurable querer entretenerte sin más pretensiones. Lo que digo es que esto es lo que se ha convertido en norma, se ha tomado la consideración de que todos somos imbéciles y no somos capaces de ver algo en lo que debamos esforzarnos mínimamente. Se ha procurado crear un producto a la medida, que no produzca indigestiones mentales y que sea fácilmente consumible. Es decir, más o menos diez euros con tu refresco y tus palomitas. De esta forma, entre que aparcas el coche, sacas la entrada y te ves la película has echado la tarde; y si te animas puedes incluso ir a cenar después de haber visto la última comedía romántica. Un plan nada descabellado, incluso atractivo para algún día que no sepas bien qué hacer. La cuestión viene del hecho de que nos hemos aborregado, por lo menos estadísticamente, puesto que nos dirigimos en manada a pagar para que nos entretengan, sin saber ni tan siquiera quién firma el trabajo que vas a ver. Tan terrible es pasar una tarde en casa haciendo algo más constructivo como leer, escribir o charlar con un amigo o tu pareja. Considero que la falta de capacidad de la mayoría para utilizar de manera productiva su tiempo libre es lo que ha llevado a la creación de la industria apestosa del cine actual. Creo que en muchos casos, hay una patente falta de recursos o cultura para enfrentarnos a algo que se salga del estrecho camino marcado por la mayoría. Un guión facilito, un par de giros más que esperados y a dormir tranquilos, otra tarde en la que no hemos tenido que enfrentarnos con nosotros mismos. Al día siguiente a madrugar, que en la oficina soy el puto amo.

Nacho Valdés

1 comentarios:

Giorgio dijo...

El hastío es una de las peores sensaciones que puede experimentar el género humano. Creo que todas las personas que han consumido hastío, son conscientes de la sensación de nada.

Es frecuente, y en cierto modo, rezumas tan poca actividad cerebral, que prefieres mirar y oír una película que no active ninguna zona de tu cerebro. No ocurre sólo con las películas, a veces prefieres leer novelas que te permitan perder el hilo con la misma facilidad con la que lo recuperas.

Para combatirlo: actividad deportiva, a mi me va bien.

Un abrazo