THE HUMAN CONTRACT: La vergüenza de los tabúes sexuales en la sociedad actual

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No esperaba nada bueno al ver como entre los distintos escenarios por los que transcurre la película, se despezaban pequeñas sicosis de entre las historias que azuzaban el discurso fílmico.
Sin embargo, a pesar de las desagradables sensaciones que prematuramente sentía en los inicios del film, me quedó un sabor mezcla de amargo y dulce, combinando en mi paladar como conviven las personas en el devenir de la vida.

De entrada no utilizamos los tabúes para acentuar la distancia que nos separa del pensamiento de éstos, sino más bien para olvidarnos de lo que encierran en sí mismos; más vale aparentar lo que somos, ubicándonos sobre esa línea de normalidad traumática, que vista de cerca, provoca que vivamos en una continua jaula social, limitada por las paredes de nuestra moralidad.
No obstante, es posible hacer mella en el fortín del decoro y el buen hacer mediante el uso acertado de las palabras, de las imágenes, pero sobre todo, de las acciones; cada acto individual supone derribar un prejuicio en el entramado social.

El planteamiento del que parte Jada Pinkett Smith, directora de la película, es común, sin sobresaltos, un inicio casual, muy corriente; un tipo, ejecutivo, creativo de una empresa de publicidad quizás, conforma su rutina diaria entre el trabajo, esporádicos encuentros sexuales, no escasos de rubor y asco, con sus salidas atléticas al amanecer, para deshacer en sudor sus pesares y miedos.
Una vida plana, que completa con sus carencias familiares y algún que otro recuerdo del pasado que asoma por entre las rendijas de su alma, apareciendo sin avisar hasta golpear su pecho.
El conflicto llega de la mano de Paz Vega, imponente, sexual, y alegre; demasiado vitalista, posiblemente rescata de sus costumbres al tipo plano de hace un párrafo, aunque acudiendo a él de la única manera que conoce; consecuente con sus actos, trivial, incoherentemente supera el perfil viciado de su réplica masculina para ofrecer una visión distinta del universo social.
Sin querer introducirme en los escondrijos más ocultos del film, la seductora mujer encierra un secreto que motivará un cambio en el hombre, perdido y aburrido de sí mismo; cuando está con ella todo cambia, pero más aún cuando no comparten plano, cuando no sabe que hace sin él, o peor aún, al saber lo que persigue al separarse de él. El misterio de la exuberante mujer da paso a una sucesión de acciones que ponen de manifiesto la oscuridad del ser humano.

Los meticulosos encuadres del principio, buscando cada detalle, se repiten creando un ritmo muy sensual, jugando al despiste; el desgaste de los personajes, el sufrir para nada, proyecta una cadencia que se sucede desde la lentitud hasta la rapidez, hasta conseguir que la violencia de la cámara en mano nos sacuda con desprecio en ciertos momentos. Tan sólo la claridad se acerca en la fotografía en los momentos de respiro, instantes estos en los que el personaje interpretado por Jason Clarke se aleja de sus pensamientos más inciertos; a pesar de todo, son escasos y con ciertas zonas de sombra.
El montaje no deja de ofrecer sensaciones visuales con cada cambio de plano, sintiendo la mano de director y montador al unísono, donde el proceso creativo indaga entre los espectadores, buscando contar una historia de pasiones y entrega, aunque no sea al uso; no estamos ante una película trágica, aunque no carece de dramatismo, de un sufrimiento que es inherente a la raza humana.

Aunque cada persona posee sus propios y herméticos escondrijos, aquellas claves que modelan el personaje que representas por este mundo, la desesperación por mantenerlos ocultos, ajenos al resto de los mortales, pesa tanto o más que los infructuosos intentos de averiguar lo que se reservan algunas de las personas que se sitúan cerca de nuestro alcance.
Espero que pronto podamos disfrutarla por estas tierras.


Giorgio
17/09/2009

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabía que la mujer de Will Smith dirigía películas.

Siempre es interesante desentrañar
a las personas y saber descolocarlas de su apariencia social. Es curioso ver como gente que conocemos moderadamente, cambia de aspecto ante nosotros cuando por lo que sea nos introducimos en sus parcelas más íntimas. Como decía el gran Marqués de Sade, el sexo puede sacar lo mejor y lo peor de cada individuo, lo más espiritual y lo más sórdido, por eso en una sociedad tan comedida como lo nuestra, se encuentra entre los tabúes, porque nos da miedo mostrar nuestro yo más desnudo e íntimo. Lamentable por otra parte también, como la mentalidad occidental poco a poco ha logrado convertir el sexo, con una doble o triple moral, más en un vicio que en algo fisiológico o natural.

Buen artículo y buena reflexión.

nacho dijo...

Parece un planteamiento sartreiano, en el que se deshilvana la plana existencia humana con un elemento exótico venido del exterior.

Tiene buena pinta.

Abrazos.