Sweet Corner Vol. 27

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Parece que uno de los géneros que más repercusión o crecimiento ha tenido en los últimos tiempos es el del documental. Hoy por hoy, en festivales, muestras y demás reuniones cinéfilas son exponente de denuncia y buen hacer. Me da la impresión de que este tipo de trabajos gozan, en la actualidad del beneplácito de un público que busca una salida al cine comercial e impersonal que se fabrica en el Hollywood actual, algo que les permita huir del encorsetado mundo de la imagen que se vende hoy por hoy.

El género documental hunde sus raíces prácticamente en los orígenes del cine, incluso, a lo largo de su ya dilatada trayectoria ha ido dando ejemplos de excelentes trabajos que pasaban desapercibidos por falta salas donde proyectar estos films. Fueron siendo relegados a la televisión o a festivales específicos reservados para esta forma de expresión. De todas maneras, desde mi opinión, se demandan cada vez más documentales de calidad que traten todo tipo de asuntos, que se salgan de las temáticas que se tratan normalmente. Algo que vaya más allá de los aspectos bélicos de la II Guerra Mundial o del genocidio nazi que son temas ya trillados, nace en los últimos años un afán superador de los clichés ya de sobra conocidos.

El otro día tuve la oportunidad de ver una de las últimas películas de Michael Moore: Sicko. Tengo que decir que me sorprendió gratamente, no por el contenido que era espeluznante, sino por la manera tan particular que tiene este cineasta de llevar las temáticas. Un argumento eminentemente trágico como es el de la sanidad en Estados Unidos, era presentado con una mezcla de acritud y sentido del humor que permitía un seguimiento ameno y entretenido. El hilo conductor eran los testimonios de los verdaderos protagonistas de este problema, los ciudadanos que padecen la falta de sanidad pública en un país desarrollado de primer nivel. Enarbolando la bandera de la libertad, los estamentos americanos defienden la capacidad del individuo para evitar intromisiones en su parcela sanitaria. ¿Qué supone esto? En primer lugar, la muy loable posibilidad de que cada cual sea el dueño de sus opciones médicas. Es decir, yo tengo dinero, yo contrato un seguro, yo voy a los hospitales que deseo y con los especialistas que más confianza me trasmiten. En segundo lugar, se eliminan impuestos, no es necesario pagar a la seguridad social y el ciudadano puede administrar su salud como desee. En tercer lugar, todos aquellos sin medios económicos, sin trabajo o con una enfermedad crónica que requiera un costoso tratamiento se quedan fuera de la esfera sanitaria, simplemente no optan a atención médica. Esto último ya es bastante grave, pero el problema más rotundo que me pareció ver en la sociedad americana es su tremendo individualismo, la cultura del hombre hecho a sí mismo. Si no puedes salir adelante no eres nadie.
La cuestión de fondo es la falta de ética de las aseguradoras médicas, la poca empatía para con los pacientes. El objetivo de estas empresas es el de sacar beneficios, hasta aquí todo en orden, la problemática viene del hecho de que estos se consiguen a costa de personas. Michael Moore planteaba la manera de trabajar de estas corporaciones, su fin, más allá de la práctica médica, era el de lograr que menos personas fuesen beneficiadas con los servicios que habían contratado. Un batallón de abogados, médicos y delatores estaban a su servicio para buscar cualquier resquicio legal que les permitiese evitar el pago de los costosos tratamientos. Cualquier enfermedad anterior, malos hábitos y otros aspectos de la vida privada de los clientes sirven de pretexto para no aprobar tratamientos u operaciones. El resultado, como no podía ser otro, es la muerte a cambio de dinero, el mercadeo con la vida.

Parece que el juramento hipocrático en algunos casos está reñido con la ayuda al enfermo, sobre todo en una comunidad como la americana, donde la solidaridad sólo se deja notar para besar la bandera. Como de costumbre los Estados Unidos siempre me resulta un caso sorprendente, un referente podrido que por desgracia nos guía hacia no sé dónde. ¿Quién sabe? Seguro que en un futuro se dilucidará nuestro camino que, como desde hace décadas, irá de la mano de nuestro hermano mayor americano.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Giorgio dijo...

De por sí, el género documental es lo suficientemente atractivo para todo tipo de público. De hecho, las dos películas de Moore, que preceden a Sicko, tuvieron bastante éxito.
No es extraño, que en los círculos cinéfilos, se observe una pequeña desviación a dicho género, dadas las actuales circunstancias de mediocridad por la que transcurre nuestro cine.

En cuanto a Moore, tengo mis reservas, aunque su actitud es bastante crítica, al fin y al cabo practica un documental manipulado, plagado de artificios implantados para su último fin: destruir todo lo que apesta.
Es muy loable por su parte.

Giorgio

Anónimo dijo...

La mentalidad neoliberal me parece en demasiados casos más obscena que la totalitaria. Hace dos semanas el hermano de una amiga mía que veraneaba en Boston, se dio un golpe fuerte en la cabeza y en el brazo y estuvo llamándola para ver que podía tomar para el dolor-mi amiga es enfermera-. Le daba mucho respeto plantarse en un hospital, porque una exploración profunda por un golpe en la cabeza podía ser una pasta y el centro que tenía convenio con adeslas estaba en la otra punta del estado.
Le atendieron en una farmacia. Alucinante que en un país civilizado no puedas acudir instintivamente a un hospital cuando tienes un accidente porque o no tienes con que pagar (te puedes morir literalmente en la puerta) o sales arruinado. Y en cuanto a la reflexión final de acuerdo, a provincias siempre llegan los peores vicios de la metrópoli con retardo. Ya hay atisbos de querer hacer lo mismo.

Abrazos.