Sweet Corner Vol. 28

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Imagina

Las avenidas anchas, bulliciosas y oscuras por la altura de los edificios desembocaban casi inevitablemente en el pulmón de la ciudad: en el Central Park. Un espacio para la desintoxicación de la velocidad de la urbe, del ruido incesante y de los peatones atropellados. El lugar, casi mágico por lo inesperado de su aparición, contenía mil pequeños rincones por los que perderse de manera controlada puesto que el cielo, a lo lejos, estaba irremisiblemente recortado por el horizonte de hormigón y acero de los rascacielos. La sensación era extraña, arrastrándote, en un primer momento, al enajenamiento de la falta de ubicación debido al contraste que se producía entre el cemento y lo inesperado de las arboledas y praderas. Después, te arrastrabas por los senderos, los bosquecillos y el verde que encerraban mil pequeños secretos sólo a la vista de aquellos que prestasen un poco de atención.
Son los Estados Unidos un país de marcados contrastes, un lugar en el que el máximo exponente del estado del bienestar se combina con los más deprimidos agujeros vitales. En esta amalgama que es Manhattan, referente cinematográfico por excelencia, conviven todas las razas, estilos, sujetos y animales que se puedan imaginar. La sensación es como cuando paladeas un cóctel: en un primer momento parece excesivo, adornado de manera ostentosa, lo que evita que puedas ni tan siquiera beberlo; el primer sorbo resulta duro, amargo y desconocido, aunque, después del primero, el tibio abrazo del alcohol te conduce a esos lugares comunes que provocan la seguridad que añorabas desde el amargo trago inicial. Esta es la sensación que me dejó esta famosa isla, el primer contacto resultó chocante, pero poco a poco, te dejabas llevar a la Torre de Babel que supone la colmena superlativa de Nueva York.
Como ejemplo de la excesiva polaridad norteamericana, la referencia que me viene a la cabeza es la del Dakota Building, edificio que reposa a orillas de Central Park. En este emplazamiento, o mejor dicho, a las puertas del mismo, es donde asesinaron a John Lennon de manera cruel y gratuita. Se trata de una edificación palaciega, lujosa y descomunal que ejemplifica de manera excelente ese espíritu norteamericano de la clase media venida a más y del hombre hecho a sí mismo. Probablemente, esta casa fue en su día hogar de algún millonario, alguien que decidió construir un palacio en la antiguamente elitista Manhattan. Hoy por hoy y, desde hace muchos años, está reconvertido en lujosas viviendas en un emplazamiento privilegiado. Desde esas grises ventanas, probablemente Lennon observó la arboleda que se abría a su vista, quizás fue un lugar que le motivó a escribir alguna de sus composiciones. El caso es que junto a este idealizado retrato se encontraba la cara b de la sociedad americana, el asesino vivía junto a los ricos, en la calle, sin que nadie le prestase atención, sin que su presencia pasase del estatus de mobiliario urbano. Un día sin embargo, no sé si meditado o espontáneo, cogió su revólver y le descerrajó unos cuantos tiros a este creador que vivía recluido frente a la isla verde de Manhattan. No fue por rencor, ni tan siquiera por odio, fue una especie de mezcla de sentimientos contradictorios y locura, unos celos pasajeros que desembocaron en crimen. Probablemente esta sociedad tan individualista no fue capaz de reparar en ese personaje que andrajoso dormía en los bancos, que pedía unas monedas para poder comer y que, sin embargo, tenía la posibilidad de poseer un arma aunque no tuviese nada que llevarse a la boca.
Cuando pasas frente al Dakota algo se remueve en tu interior, sabes que tras la aristocrática fachada se esconden los fantasmas americanos cubiertos por esculturas, columnas y bajorrelieves. En este caso el fantasma era inglés, pero la sensación fue sobrecogedora y reveladora a un tiempo, algo indescriptible me traspasó dejándome claro que en Manhattan nada es lo que parece.



Nacho Valdés

7 comentarios:

Giorgio dijo...

New York es la ciudad. El parangón de ésta. Con todos esos recovecos inequívocos de sorpresa y deseo, de satisfacción.
Como describes en tu artículo, es un exceso de todo y de nada.

Gran canción la que acompañas a un texto muy visual, lleno de sentimiento.

Nos vemos pronto, Sr. Valdés.

Abrazos.

Manuela dijo...

Ay! Envidia me das... sueño con recorrer las calles de Nueva York.

Besos y hasta el viernes!!

Nacho dijo...

Besitos a los dos y el viernes nos vemos.

Anónimo dijo...

A ver si algún día me paso por Nueva York, debe ser toda una experiencia. Visitaría el edificio Dakota que debe impresionar por la arquitectura y la leyenda negra que arrastra. Allí rodaron la semilla del diablo.
Buen artículo.
Un abrazo.

Melmoth

Unknown dijo...

Hola cariño, he flipado con tu artículo porque yo sentí exactamente lo mismo! Qué viaje más guay! Se lo recomiendo a todo el mundo.
Me ha gustado mucho porque además es un poco un homenaje a nuestra luna de miel. A ver si volvemos pronto!
Muchos besos a todos.
PD: Jorge y Manuela os vemos este finde!!!!!!!!!!
Laura.

Sergio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sergio dijo...

Que gran colofón para tan brillante artículo. Como siempre, Nacho, serpentea entre la aristocracia de la desgracia y consigue conducirnos ciegamente por un camino todavía no trazado. En fin y qué decir de Lennon. Hoy hablábamos en el cole de que quizá, este tema está entre los cinco mejores momentos de la música pop de todos los tiempos.Sinceramente, a día de hoy, pienso que es la más grande canción pop de la historia de la música. Y asi de ancho me quedo.
Felicidades por el bravo artículo.
Giorgio¡¡¡¡ ya volví no me castigues más.... El blog está muy limpito y aseado..enhorabuena friend.. Nos vemos