El Espejo Asiático Vol. 2

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A TRAVÉS DE LOS OLIVOS; “humo para intelectos sensibles”
de Abbas Kiarostami

Es demasiado bien conocida la sentencia “los extremos se tocan” para realizar siquiera una mínima aclaración sobre ella. Un ejemplo que nos atañe es el llamado “cine de autor”, en oposición al cine “comercial” o de “masas”. Una de las características del primero consiste en situarse, a veces por la fuerza, en las antípodas del segundo. De éste se censura la falta de carácter, de perspectiva propia, la carencia de labor artesanal y su abandono del intelecto. Hasta aquí todo es razonable, pero el problema deviene cuando aplicamos la máxima anterior. El cine industrial sigue unos patrones establecidos, muchas veces insulta a la inteligencia del espectador, pero al fin y al cabo, su función, en esencia, es embotar su mente o distraerle. El cine de autor tiene como meta, en teoría, crear algo propio, mostrar las cosas desde un ángulo intransferible, pero en esta búsqueda, a veces obsesiva y contra natura, se llega a caer en los mismos defectos que el cine estandard. Efectivamente, hay una industria y unas directrices encargadas de desarrollar y definir el cine de autor. En demasiados casos éste no es genuino, sino que sigue unos parámetros muy bien establecidos. El esnobismo que ha surgido a partir del desprecio al cine convencional, ha llevado a premiar propuestas cinematográficas auténticamente banales, gaseosas y técnicamente ínfimas. El cine comercial desprecia al espectador, el de autor, en buen número de casos, prefiere darle gato por liebre.

“A Través de los Olivos” es un ejemplo flagrante. El hecho de situar la acción-o mejor dicho, la inacción- en un pueblo al norte de Teherán devastado por temblores de tierra, debe ser suficiente reclamo para muchas mentes iluminadas de la crítica europea, que con sólo esta propuesta ya habría otorgado medio premio. Este falso exotismo -en el fondo, no vemos comportamientos sociales diametralmente opuestos, ni mucho menos, a la España rural de los primeros años del franquismo- crea la atmósfera adecuada para delirar y ver talento donde verdaderamente existe intrascendencia y mediocridad. La película de Abbas Kiarostami presenta un esquema narrativo primitivo, inmóvil, raquítico. Nada que objetar a este planteamiento siempre que la idea o el resultado global lo justifique. El inconveniente es que el argumento es un cúmulo de anécdotas repetitivas, con menor interés incluso que nuestra rutina cotidiana. Esta obsesión por el minimalismo y la simplicidad lleva implícita un pasaporte al tedio. Con un pretendido humor infantil y amable, sin ninguna gota de acidez que nos despierte las neuronas, el film se diluye lentamente pasando del “poco” a la nada. El escaso relieve de lo que se relata, se agrava con una dirección pésima. No sabemos si Kiarostami conoce unos mínimos conceptos sobre cómo motivar al espectador, o si directamente pretende joderle, pero la ausencia de primeros planos y el estatismo de la cámara, en muchas ocasiones, propicia que nos mantengamos alejados de los personajes y perdamos cualquier curiosidad por lo que les pueda acaecer.

Fotografía negligentemente descuidada, encuadres sin pretensiones estéticas, música testimonial, montaje de corta y pega y un guión sin ningún nudo de fuerza; un auténtico manual de cómo “crear” cine de autor. Con una autocomplacencia abusiva, Kiarostami nos demuestra que es posible contar en noventa y ocho minutos lo que alguien en su sano juicio haría en veinte. “Entre los Olivos” tiene a su favor la realista interpretación, no profesional, de alguno de sus actores, algo, por otro lado, consubstancial a esas latitudes. Tampoco se debe obviar un relativo interés antropológico y algún matiz entrañable en la historia. Pero no existe ningún motivo de valor para visionarla. De hecho, lo único atractivo de esta producción es la sinopsis. La última secuencia es un nítido resumen de la presuntuosidad y falta de talento del director iraní , así como de su completa adscripción ideológica a la tiranía del cine “anticomercial”.


Melmoth.
06/11/2009

2 comentarios:

Nacho dijo...

Veo que Melmoth no tiene pelos en la lengua y llama a las cosas por su nombre, seguramente esta película sea lo que parece ser: una mierda enorme.

Gran artículo cargado de acidez y mala hostia. Perfecto.

Abrazos.

Giorgio dijo...

Creo que subestimáis la filmografía de Kiarostami.
Una película no justifica vuestra aprensión por el director iraní.
En cualquier caso, es una apuesta inaudita, también lo fue el cubismo o el surrealismo en su momento.

Lo que sí es cierto, es que cada película y cada cine va en consonancia con la mente del espectador. De nada sirve hacer ver a un tipo enamorado de John Ford, la sugerente y atractiva visión que nos ofrece un montaje picado, rítmico y rebosante de planos tomados "a cámara en mano".

Del artículo, nada que objetar. Cada vez mejor.

Saludos.